UNA VIDA SIN UN PERRO, ES UN ERROR

"LA GRANDEZA DE UNA NACIÓN Y SU PROGRESO MORAL PUEDE SER JUZGADO POR LA FORMA EN QUE SUS ANIMALES SON TRATADOS."
Mahatma Gandhi

NO USES PIROTECNIA

NO USES PIROTECNIA
Por favor, no usen pirotecnia. Los "cuetes" nos asustan, nos hacen mucho mal a nuestros oídos, nos desorientan y son la causa de que muchos perros y gatos se pierdan entre diciembre y febrero. Lo mismo les ocurre a otros animales, como las aves. Pensá en nosotros y en los múltiples problemas que pueden causar los fuegos artificiales. NO USES PIROTECNIA. Gracias. PD: Ah... Ponele chapita con número de teléfono a tu perro. Para esta época hay muchos perros perdidos a causa de la pirotecnia, por favor, si ves alguno no sigas de largo, ayudalo a encontrar a su familia.

lunes, 30 de noviembre de 2009

¿Compartir cariño? Jamás



Hola, diario. Ayer me puse contentísimo porque Pablo me dijo que iríamos a visitar a sus padres. Yo ya te conté que su madre me cae fenomenal. Me dolía un poco la panza, pero nada grave. Cuando salimos a la calle, caminé 30 metros e hice caca. Ahí me di cuenta por qué me dolía la panza. Salió el tal Robin que me comí hace unos días. Con su mano en alto y su cara masticada. A Pablo le vinieron horrorosos recuerdos y se le transfiguró la cara, pero le bajé las orejas para que se apiade y me regaló una sonrisa. ¿Olvidado? Olvidado.
Ya me sé el camino y, cuando estamos a sólo dos calles, me empiezo a excitar y me dan ganas de llegar corriendo. Y cuando llego me pongo a revisar toda la casa, a olfatearla por todos lados para saber qué pasó en los últimos días. Pero qué tonto que fui. Me olvidé que allí también vivía Zsá Zsá. Cuando asomé el hocico debajo del sillón, ahí me dio un manotazo con esas uñas ganchudas que nunca se corta. Me dolió. Te juro que me dolió. Por eso pegué un chillido. Entonces, tanto los padres de Pablo como él, retaron fuerte a la gata antipática, que salió corriendo y se fue a esconder a una habitación.
Estuvo buena la visita porque me dieron pedacitos de pan, un par de fideos y una zanahoria (me encantan y dicen que hacen bien a la vista). Pero a medida que iba pasando el tiempo, Zsá Zsá volvía a ganar territorio y se metía entre nosotros como si no existiera. Y si se me ocurría asomar el hocico me hacía: "Fssssssss". Una conchuda... disculpame el léxico, pero me cae terriblemente mal. Lo peor de todo es que la quieren. Me dieron unos celos tremendos verla en las rodillas de Fina y Raúl. Creo que si hay algo que nunca voy a aprender es a compartir el cariño. No hay derecho. Yo me encontré a estos seres humanos, andá vos a buscarte los tuyos. ¿O está mal? De todos modos me di cuenta de algo importante: Zsá Zsá llegó primero. Tengo que aceptarlo. Es así. Dejé que la mimen un poco pero, de bronca, fui a la cocina y le comí todo el paté.

sábado, 28 de noviembre de 2009

Palabras


Hola, diario. Volvimos a la normalidad. Nos despertamos como siempre, con el mismo ritual, como me gusta a mí. Soy un bicho de costumbres. Lo primero que dice Pablo a la mañana es: "¿Nos tomamos unos mates?". Y yo sé que eso significa ir a la cocina, que él se prepare eso que toma (y cuyo olor no me inspira nada), y que ligue algunos pedacitos de galletitas con queso untable.
Con esto te quiero contar que ya me aprendí muchas palabras. Él se pone contento cuando se da cuenta de que sé diferenciar entre "Osito" y "pelota". Básico. Pero bué... lo hago feliz siempre y pongo cara de sorprendido cada vez que me desafía a que diferencie una cosa de otra.
Mis palabras favoritas son: calle, vamos, comida, hambre y besito.
Cuando dice "vamos" o "calle", empiezo a los saltos y, con el hocico, voy señalándole la remera*, el pantalón y la campera*. Hasta que se viste completamente y salimos.
Y en la calle, me está enseñando palabras nuevas: "Vení" y "Vamos", pero con otro significado. Cuando llegamos a la esquina dice "vení" y me tira un poco de la correa hacia él. Yo, por las dudas, me quedo parado. Y cuando dice "vamos", se supone que podemos cruzar. Yo le hago caso porque esos artefactos a los que les llaman autos (y taxis... ¡Vivan los taxis!) son un poco peligrosos. Y ni hablar de esos que son enormes y llevan mucha gente adentro.
Los otros días me di cuenta: me está enseñando a cruzar. Espero aprender pronto, tengo que ser diez puntos.

*Remera: camiseta; Campera: chaqueta

viernes, 27 de noviembre de 2009

Lección de vida para dos


Estuve toda la noche sin pegar un ojo. Muy afligido. Creo que esa idea mía de ser el líder fue un error. No sé cómo se me ocurrió. Era claro que el líder era él… o no había líderes… ¿Era necesario un líder? Lo que sea, supe que había arruinado todo. Logré lo que desee durante mucho tiempo: un ser humano al que amar, una casa, una familia, comida, cuidados… y todo tirado por la borda, por una loca idea que no sé de dónde la habré sacado. Me pareció escuchar que Pablo estuvo llorando. Antes había hecho un llamado telefónico. No sé a quien, pero se lo veía muy mal. Lo supe: para él lo nuestro había sido un fracaso. Puso todas las expectativas en que mí como su amigo eterno y le fallé. Me siento de lo peor. No es ley de un perro fallarle a su... no sé por qué me salió la palabra "amo".
Así, con esa tormenta de pensamientos en mi cabeza, dormí sólo de a ratos... y me despertó el sol. No sé por qué intuyo que Pablo tampoco durmió nada. Te lo puedo asegurar. Otro motivo para darme cuenta del error. Teníamos una conexión a distancia, energética, de hermanos. Eso es amor.
Lo vi aparecer, desde ahí afuera, con pasos pesados y rostro devastado. Nos observamos un rato. Traté de pedirle perdón con la mirada, pero la de él era distinta. Era de dolor, estaba dibujado el fracaso. Me abrió la puerta del balcón y entré contento, pero no pude evitar que mi cola se meta entra mis patas. Estaba prácticamente pegada a mi panza, con ese rulo que tanta gracia le hace a él. Me acerqué, se inclinó hacia mí y me habló. No sé qué me dijo, pero estaba muy mal. Desee no verlo nunca más así. Le salían lágrimas de los ojos y me explicaba algo. Me dio besos en la cabeza, pero eran distintos. Ahí nomás tomó una mochila y empezó a guardar mis pocas pertenencias: el plato del agua, el de la comida, una bolsa con alimento, a "Osito" y una pelota con la que jugábamos siempre. Escuché que dijo MAPA y ahí entendí todo. Esa era una separación. Iba a volver al lugar de donde me sacó. Me maldije por haber planeado toda esa situación absurda e, instintivamente, salté a sus hombros y lo abracé y no paré de darle besos. Y mientras le lamía la cara y sentía el sabor salado de sus lágrimas, lo miraba profundamente y le decía: "Por favor, no. Prometo que me voy a portar bien". Aprendí a quererlo demasiado durante este mes. No podría deshacerme de él. No me imagino así la vida. Se puso a llorar desconsoladamente y me abrazó fuerte. Se quedó sentado en el piso, con una mano en su cara y el otro brazo sobre mí. Nos quedamos así un buen rato, abrazados. Dentro de mí me juraba profundamente que nunca más pensaría en emancipaciones pelotudas, en el dominio o en el poder. Siento que él es mi amo, pero él dice que es mi amigo. Creo que esa es la respuesta.
Me volvió a abrazar y entendí muy claramente lo que me dijo: "Portate bien, por favor, te lo pido"... con su rostro todo húmedo. Sacó mis cosas de su mochila, las puso otra vez en su lugar y, cuando tuvo la pelota entre sus manos, la arrojó a la otra punta del departamento para que la fuera a buscar.
Creo que en esa corrida estuvo sellado para siempre uno de los instantes de mayor felicidad de mi vida. Me di cuenta de que somos verdaderos hermanos de sangre. Nunca nos vamos a separar. Los dos aprendimos. "Para siempre", es la promesa.

jueves, 26 de noviembre de 2009

Liderazgo 3


Hola, diario. Creo que llegué muy lejos con esto de querer ser el líder de la casa. Esta vez no sólo desparramé toda la basura por toda la casa e, incluso, sobre la cama. Por las dudas que no diera resultado, me las tomé con algunos de los objetos que Pablo más quiere. De paso, me aseguraba de que me quiera a mí más que a nada. Sobre una repisa tiene una gran colección de muñequitos... de juguetitos que seguramente son de cuando era chico. Sé que cada uno tiene su nombre: Batman y Robin, Blancanieves, los enanitos, Mickey, Donald, Pluto y no me acuerdo más... pero son muchísimos. Primero me comí al tal Robin. Lo mastiqué bien y me lo tragué. Después le corté la cabeza al enanito con cara de dormido de un solo mordisco; le arranqué una oreja al tal Mickey y me la comí; y desfiguré a un Donald que tocaba un instrumento raro.
Pablo se enojó muchísimo. Nunca lo vi tan furioso. Ni siquiera me pegó, pero cuando estiró la mano para tomarme del collar, le mordí un dedo. Sangró un poquito. Hubo un silencio largo. Creo que le saltaban las lágrimas, con una mezcla de furia y tristeza. Me tomó del hocico para evitar que abra la boca nuevamente y comenzó a gritarme: "¡¡¡Eso no se hace!!! ¡¡¡No lo vuelvas a hacer nunca más!!!". Los ojos le estallaban. Me asusté muchísimo. No sabía si me iba a pegar o se moriría de un infarto. Estuvo un buen rato sosteniéndome así y gritándome. Volví a dormir toda la noche en el balcón. Creo que se me fue la mano. Temo lo peor.

Liderazgo 2

Hola, diario. Pensé que Pablo iba a entender rápido que yo era el líder del grupo, pero no es así. Me cuesta mucho, che. Ayer volví a mearle los videos y me volvió a dar diariazos en la cola. No me duelen mucho, pero yo chillo fuerte como para que le de cargo de conciencia. No dio resultado. Y un ratito antes de que él vuelva de trabajar, me di con un gusto que tenía reprimido desde que llegué: metí el hocico en el tacho de basura y desparramé todo su contenido por toda la casa. De paso, aproveché y me comí algunas cositas que él había desperdiciado. Cuando vio eso me gritó, me agarró del collar y me sacó al balcón otra vez. Esta vez fue más duro. Me dejó ahí toda la noche. Me comporté como un líder revolucionario exiliado y no lloré. Fui duro y me quedé mirándolo fijo desde afuera. Creo que no dio resultado porque se fue a dormir tranquilo.
A la mañana me abrió la puerta, me dijo que me perdonaba y me sacó a pasear, como corresponde. Vamos a ver cómo sigue la cosa. Yo no me voy a doblegar.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Liderazgo


Hola, diario. Me porté mal. Lo confieso. Armé un quilombo tremendo. Es que después de que te escribí ayer, seguí reflexionando sobre estas diferencias entre el hombre y el perro. Y creo que ya me porté muy bien durante un mes. Es hora de demostrar quién es el líder de esta jauría de dos. Pablo es muy cariñoso, muy amable, siempre está bien dispuesto, me da con todos los gustos… es el “room-mate” ideal. Pero decime la verdad, no es para líder. En la casa somos dos y tiene que haber un macho alfa. Bueno, decidí que seré yo. De ahora en más, yo voy a mandar en este departamento. Está bien que él vaya a trabajar, consiga el alimento y favorezca a mis derechos adquiridos. Pero seré yo quien diga lo que hay que hacer.
Bueno, como para que se de cuenta de mi decisión hice dos cosas que no le cayeron muy bien. Hice pis en sus taaaaaaan queridos videos. Me salió más o menos porque cuando llegó ya se había secado, pero igual se dio cuenta al poco tiempo por el olor. Parece que algo de olfato tienen los seres humanos. Se enojó muchísimo e hizo algo humillante. Me refregó el hocico en el pis. Para mí no es asqueroso, pero confieso que me sentí humillado. Me enojé yo también. Estuvimos sin hablarnos un buen rato.
Luego se fue y no me dio ninguna golosina, como suele hacer. Creí haber perdido la primera batalla.
Estuve pensando qué otra cosa podía hacer. Asomé el hocico sobre la mesa y casi me tuve que parar en puntas de pie para mirar bien. Había unos papelitos alargados y duros que tenían imágenes medio borrosas. Eran muchísimos. Pilas de ellos. Entonces pensé que serían un buen ejercicio para mis dientes. Los fui alcanzando de a poco, y jugué a que eran unos bichos inmundos a los que tenía que despedazar. Eran cientos y quedaron descuartizados por todo el living. “Ahora sí vas a ver quién es el líder”, pensé. Pero con onda, viste... No es que no quiera a Pablo, simplemente lo hice porque hay roles que tienen que quedar claros de entrada para una mejor convivencia… ¿Está mal lo que pienso?
Pablo llegó y se puso pálido. Empezó a exclamar cosas. Creo que eso que rompí se llamaban “negativos” y también dijo “fotos”. Ah… también dijo “Europa”. Parece que era algo muy valioso para él porque, luego de haberse quedado petrificado, agarró un diario, lo enrolló y me pegó en la cola. ¡Y podés creer que me echó al balcón!
Me quedé espiándolo desde afuera y vi cómo recogía los “negativos” y se agarraba la cabeza con desesperación. Creo que tenía ganas de llorar, pero de la bronca. Creo que me zarpé.
Cuando me dejó pasar le quise dar unos besitos, pero me los rechazó. No me habló más. Se fue a dormir enojadísimo.
Tendré que pensar otro plan un poco menos traumático.

martes, 24 de noviembre de 2009

Designio divino


Hola, diario. Hoy se cumple un mes que tengo hogar y un mejor amigo para cuidar. Puedo decirte que aprendí a amar con toda el alma y que si Pablo se arroja por un acantilado yo me voy tras él. Es impresionante el amor que somos capaces de sentir los perros. Pablo me quiere muchísimo, pero no creo que ningún ser humano sea capaz de sentir la mitad del amor que cualquier perro puede sentir por su compañero. Tengo la sensación de que por fin comenzó mi vida, tal como debe ser la vida de un ser de mi especie: al lado de un ser humano. Vaya a saber por qué designio de la naturaleza nos tocó esta necesidad de tener que depender afectivamente de ellos. Todavía me pregunto si es un castigo o una virtud. Es raro. Entre nosotros decimos que los lobos son nuestros parientes primitivos, porque viven en libertad, en manada, cazando otros animales y envueltos por la oscuridad de un bosque. Son casi iguales a nosotros, pero los hombres los cazan porque les comen a sus animales domésticos. A los zorros les decimos que son nuestros parientes idiotas. Pero se pasan el día solitarios, echados al sol o cazando ratones. También son muy parecidos a nosotros, pero los hombres los cazan porque a algunas mujeres les gusta vestirse con sus pieles. Los perros seguimos sin poder movernos de las ciudades o los lugares donde haya seres humanos. Corremos el riesgo de que nos maten, nos peguen, nos desprecien, pero hay un impulso, una necesidad interna que no nos deja movernos de donde ellos estén. Allí donde aparezca una persona, nosotros moveremos la cola con la esperanza de que nos lleven con ellos o, al menos, nos acaricien unos segundos. Sí, es demasiada sumisión. Pero no lo podemos evitar. Fuimos así durante muchos siglos. Aunque con esa natural sumisión adquirimos nuestra inquebrantable fidelidad. Yo te prometí que iba a ser tu amigo, y ahí me tenés. Dormí tranquilo que nunca nadie te hará daño mientras yo esté a tu lado. Y allí adonde vayas estaré con vos.
Lo que sea, este designio divino me favoreció. Tengo mimos todo el tiempo, me dan muchos besos, me vacunaron para que no me enferme, me dejan dormir en la cama, no les da asco que babee, viajo en taxi, puedo tomar agua del inodoro... Qué más puedo pedir... De todos modos -y esto es un secreto- lo que más necesito es cariño. Me puede dar hambre, puedo tener muchas ganas de hacer pis... pero más que eso, estaré echando de menos a la persona que me cuida, sólo porque necesito su amor.
Tal vez a las personas les lleve más tiempo hacerse cargo de otro, afectivamente. Creo que sólo a los padres les sale en forma natural. En cambio nosotros, los perros, nos enamoramos perdidamente en el primer momento. No sólo eso: nos comprometemos para toda la vida. Y esas fueron las palabras que me emocionaron el primer día, cuando Pablo me fue a buscar a MAPA. Cuando yo estaba en dos patas tomándole el brazo con mis dos patas delanteras, me dijo: "¿Te venís conmigo, Francisco? Nos tenemos que portar bien. Esto es para toda la vida."
Estoy feliz. Pero hago esfuerzos y no se me cae ni una lágrima. Bueno, alguna ventaja afectiva tenían que tener las personas.

lunes, 23 de noviembre de 2009

Taxi

Hola, diario. Ayer me había quedado un tema pendiente. A veces siento que mi mente no para de hablar y me pasaría el día escribiéndote cosas. Es que el mundo es sorprendente, aunque eso asusta un poco y te tiene a menudo con el rabo entre las patas. ¿Ves? Ya me fui por las ramas. Retomo: ayer me quedó un tema prendiente. ¡¡Viajé en taxi!! Ah... una maravilla de aparato. No tenés que correr, sólo te subís en él y en dos patadas llegás adonde querés. Al principio me asusté y no quería saber nada con subir en él. Pablo me decía "dale, dale", pero no... yo dije: "Subí vos a esa cosa, yo no pienso hacerlo". Entonces, puso una sábana vieja sobre el asiento de atrás, me agarró del collar y me subió de prepo. Las personas tienen esas cosas, qué va'cer... Luego cerró la puerta y esa cosa arrancó. El señor de adelante me acarició la cabeza y dijo cosas lindas de los perros. Primero me asusté muchísimo y lloriqueé, lo confieso. Después me dieron un poquito de arcadas, entonces Pablo abrió la ventanilla para que pueda sacar la cabeza. Después todo fue fantástico. Me encantó. El viento que te da en la cara es muy placentero. Quería atrapar cada ráfaga con la boca, pero no podía. Lo que conseguía era tragar mucho aire (y eso después te trae problemas). Y si prestás atención, ves cómo las casas, los edificios, los coches y las personas pasan rapidísimo. Hay un palo con tres luces en algunas esquinas. Cuando cambian las luces, el taxi para. Este turro frenaba muy rápido, entonces cada vez que lo hacía, yo me resbalaba del asiento. De todos modos fue divertido. Pablo se peleó con el tipo que manejaba antes de bajar. Creo que la discusión tuvo que ver con esos papeles que se intercambian a veces las personas.... quiero pensar que no fue por mí, porque yo me porté como un señorito.
De ahora en más, quiero que mi vida sea transportada en un taxi.

domingo, 22 de noviembre de 2009

Discriminación


Hola, diario. Estoy pensando muy seriamente en realizar una protesta junto con todos mis congéneres. Las personas se pensarán que no me doy cuenta, pero vi que cada vez se multiplican más esos cartelitos que tienen la figura de un perro con una franja roja que lo atraviesa. ¿Se creen que no me doy cuenta de que prohiben entrar animales? ¡Ay... como si ellos no fueran monos un poco más desarrollados, más vestidos y menos peludos! Por favor...
La verdad... y te lo digo así con aire proselitista... me siento discriminado, viejo. ¿Por qué no puedo entrar al supermercado chino a hacer las compras con mi mejor amigo? ¿Por qué no puedo ir al banco a hacer trámites con él? ¿A los seres humanos les gustaría que los dejen atados a un poste, esperando afuera? No, no, no, no.... Esto se tiene que terminar.
Por lo pronto, cuando me tengo que quedar atado a un poste esperando, empiezo a las puteadas. Ladro y ladro sin parar, hasta enloquecer a todos. Lo que pretendo es que también Pablo se de cuenta de que es un embole estar ahí atado. Que me deje suelto y yo lo espero tranquilo. Por lo menos, me puedo mover y mear los árboles de los alrededores. Creo que a él le molesta también esa situación porque cada vez que me tiene que dejar ahí, me acaricia, me da besitos y me hace una seña con la mano de que espere. Y sí... no me queda otra, si me ató. Igual, no le gusta nada que ladre tanto. A veces sale y me reta. Me hace un gesto graciosísimo que me vuelve más loco y me hace cagar de risa. Como un soplido-chistido para que me calle: "Shhhhhh...". Qué loco este Pablo.
Te cuento quiénes están en mi lista negra: el chino del supermercado de la vuelta de casa, el peluquero, la panadera, el kiosquero y todos los banqueros del mundo. Es un capricho no dejarnos pasar. Como si tuviéramos pestes. Sólo dejamos siempre un par de pelos que se nos caen, pero bueno... ese no es motivo como para marginarnos. Pero no todos son así. El cerrajero me deja pasar y hasta me permite que recorra todo el local. ¡¡¡Es divertidísimo!!! Hay cosas rarísimas ahí. Lo mismo hace el gordito pelado del almacén de la esquina. Me llama por mi nombre y se pone a jugar conmigo del otro lado del mostrador. Y siempre, cuando me voy, me da una galletita.
Hace un tiempo escuché que un perro extranjero contaba que en Francia podés entrar a cualquier lado y hasta podés viajar en Subte*. Eso sería fantástico porque sé que Pablo me llevaría a todos lados con él. Te quería contar esto porque anoche se dispuso a salir y me vistió a mí también. Bah... me puso el collar y la correa. Nos tomamos un taxi (uy... mañana te cuento eso) y nos dejó en un restorán precioso que se llamaba Museo Evita. Bah... creo que el restorán estaba detrás del Museo Evita. ¡Había un cartel con la figura de un perro, pero sin la franja roja! Un yorkshire que estaba ahí adentro con sus paquetes dueños y que sabía hablar inglés me dijo: "Pets allowed". ¡¡¡¡Quiere decir "Se permiten mascotas"!!!! Estuve tan feliz que empecé a saltar. Luego me porté como un French Poodle para que no me echen. Me senté debajo de la mesa en la que estaban mi mejor amigo con otros amigos y me quedé esperando a que me den pedacitos de lo que estaban cenando. No todo está perdido. Te lo quería contar.

*Subterráneo, metro.

sábado, 21 de noviembre de 2009

Día de lluvia


Hola, diario. Tardé en escribirte porque estoy mufado. Llueve. Y no sé por qué la lluvia me pone así. Me desperté varias veces a la noche y a la madrugada por el ruido del agua sobre el toldo del balcón y volvía a dormirme chinchudo. Tuve unas pesadillas de perro y ya no sabía en qué posición ponerme para descansar tranquilo. Cuando sonó el despertador y nos despertamos me di cuenta del malhumor que tenía. Con Pablo apenas nos miramos. Fuimos a observar el día desde la ventana y me di cuenta de que estaba espantoso. Y yo estaba como el día: nublado y con tormentas.
¿Por qué será que me agarra la melancolía cuando llueve? No me dan ganas de hacer nada. Y no tiene que ver con que me moje mucho al salir a pasear (de todos modos, tengo que hacer mis necesidades). Aproveché el día deprimente para pensar en el asunto y llegué a una conclusión. Me bajoneo y me pongo gris con la lluvia porque mi mejor amigo se bajonea y se pone gris con la lluvia. Me mimeticé. Lo mismo me ocurre con los días de sol. Él se despierta sonriente y parece cantarle a la vida, y yo me despierto sonriente y le ladro a la vida. Escuché por ahí que los perros se parecen a sus dueños, frase con la que siempre estuve en desacuerdo porque yo no tengo dueño sino amigo. Pero si somos flexibles con la interpretación, es probable que sea verdad. No veo que a él le salga una cola en espiral como la mía, ni que ladre. Pero creo que yo me estoy contagiando de su carácter. Me asusté. Hay algo en lo que no quiero parecerme a ninguna persona. Ojalá nunca pueda tener voz, me gusta hablar con la mirada. Creo que es mi capital.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Gatos


Hola, diario. Ayer me puse contentísimo porque Pablo me dijo que iríamos a visitar a sus padres. Yo ya te conté que su madre me cae fenomenal. El papá también. Vino a cuidarme varias veces, me habla, me mima y me saca a pasear. Unos dulces. Pero nunca había ido a la casa de ellos. Presté mucha atención a cada puerta, a cada olor y cada esquina del camino hacia allí. Y cuando estábamos pasando un almacén de olores rarísimos y múltiples, me di cuenta enseguida dónde era la casa de los abuelos. Logré identificar su olor. Pablo no sabe esas cosas porque, como no puedo hablar, no se las puedo contar, pero estoy entrenándome para identificar lo que sea sólo con el olfato. Es decir, vos venís a casa y yo te saco un identikit completo por todos los olores que tenés. Igual, no te vayas a creer que es una ciencia. Es un arte que sabemos dominar todos los perros. Por supuesto, algunos más que otros. Es sólo cuestión de prestar mucha atención.
Cuando llegué, me recibieron contentísimos, nos pusimos a saltar y a jugar al "te agarro, te agarro". Con la cola, sin querer, tiré una muñequita horrorosa que había de adorno. Ahí me di cuenta de lo meticulosa que es ella con sus cosas. En ese lugar había que tener cuidado de no romper ni ensuciar nada. De todos modos, como no se rompió, no me retaron y seguimos jugando. Pero de pronto, sentí un olor distinto y una energía que te podía voltear. Miré debajo de un aparador y había un gato contra la pared, todo erizado y mirándome. Hacía mucho que no veía a un gato. Siempre me cayeron bien, a diferencia de otros perros más conservadores y cerrados. Hablan otro idioma y no mueven la cola, pero pueden ser macanudos. En Mapa había muchos y siempre nos saludábamos. Me alegré de que hubiera otro miembro de la familia con cuatro patas, así que le dije "hola", a mi manera más simpática; y lo invité a jugar, con el pecho y las patas delanteras apoyadas en el piso y el cuarto trasero erguido, sacundiendo rápidamente la cola. Siempre funciona. Pero no, el muy guarango me contestó con un bufido espantoso, una cara de pocos amigos y un zarpazo que no llegó a destino porque tengo unos reflejos increíblemente rápidos.
¡Un-ga-to-de-mier-da!.. Bah... me enteré después que era una chica y que se llama Zsá-Zsá. Como estaba enojado pensé: "Nombre de puta". Pero después me enteré de que se llamaba así en honor a una actriz. Confieso que lloré un poco del susto. Me frustré. Si yo tengo buena onda con los gatos... porqué esta infeliz me hizo eso. Por las dudas, me quedé quietito, cerca de Pablo o de alguno de mis abuelos. No puedo creer que seres tan amables y buenos estén viviendo con semejante bicho desagradable. Bueno, tal vez sea cuestión de conocernos un poco más... Intenté el diálogo nuevamente, pero... ¡Otra vez! Zarpazo y bufido. ¡Una turra! Ahí sí, la mandé a la mierda. Por primera vez creo que toda la familia me escuchó ladrar así. Bueno, la Zsá-Zsá esta se asustó, salió corriendo y se subió sobre el mueble más alto. Desde ahí nos estuvimos mirando toda la tarde. Me di cuenta de que era una gata de marca. Siamesa le dicen. Y a mí qué me importa... Yo no soy de marca y funciono bárbaro. Ella está fallada.
Después sufrí el mayor disgusto. Pablo se acercó a ella, la levantó en sus brazos y le empezó a dar besos y mimos. ¡Se conocían de antes! Era una gata de unos 8 años por lo menos. Tal vez hayan vivido juntos algún tiempo... Pero era indudable que se querían. Me dieron unos celos que me deprimieron un buen rato.
Más tarde, como me convidaron pedacitos de panes y de facturas riquísimas, de esas que comen con el mate, se me pasó la bronca. Pensé en no guardarle rencor a Zsá-Zsá. Le voy a dar otra oportunidad alguna vez. Después de todo somos de la familia. Puede haber familias diferentes, ¿no?

jueves, 19 de noviembre de 2009

Demonio


Hola, diario. Tengo un nuevo compañero en casa. Pablo dice que se llama Osito. Me lo trajo cuando volvió de trabajar. Es un muñeco de peluche muy simpático. Me encanta, lo llevo por todos lados y jugamos a los mordiscos. Pero él no sabe dar mordiscos. Está como un poco muerto, no se mueve. De todos modos me gusta mucho. Lo adopté como mi mascota. Pero tengo que confesarte que anoche me despertó unas sensaciones raras. Parecidas a las que me provoca Morena. La cosa es que no puedo evitar agarrar a Osito con mis patas delanteras y con la pelvis hacer un movimiento oscilante hacia adelante. Es instintivo, me sale así, como si un demonio se apoderara de mí. Igual creo que a Osito le gusta porque no se queja.
Al que no le gusta es a Pablo. Un par de veces se lo hice en su rodilla y me sacó enojado. Y ni te cuento cuando se lo hice a una amiga suya que vino a visitarlo. Ella se reía, pero me retaron. Parece que no está bien hacer ese movimiento. Pero ya te digo, es un demonio que se mete dentro mío y no lo puedo controlar. ¿Tendrá que ver eso con la perversión?

miércoles, 18 de noviembre de 2009

De música, reflejos, gestos y mañanas alegres


Hola, diario. Hoy Pablo se levantó re-contento. No sólo habló como un loro conmigo desde que se despertó sino que se puso a cantar. ¡Y me cantaba a mí! Primero empecé a saltar, inquieto porque pensé que algo le pasaba. Pero cuando vi que cantaba una estrofa y luego le pegaba tres sorbos al mate, me di cuenta de que era un estado de ánimo atípico. Voy a catalogar así esta anomalía (o no). Después me dijo que iba a poner música. Me entusiasmó. Cuando sacó el cedé, me volví loco. Pobre... él pensó que era porque soy un melómano. Y no... ¡Me enloquecen los reflejos que hacen los cedés en la pared! Tengo que investigar sobre eso, pero creo que es un ente extraño que baja a la tierra y se apodera de las paredes, de los techos y hasta de los pisos. Cuando veo un reflejo me desespero, quiero atraparlo, lo corro, aullo, pero cuando me abalanzo a él, no lo puedo agarrar. Me obsesiona este tema, pero día a día, estoy estudiando el asunto. Quiero saber el origen de esos reflejos espantosos. Temo que algún día se apoderen de la humanidad. Y si eso ocurre... ¿qué les pasará a los perros? Chau, "Dog Chow" (estoy probando auspicios). Esos reflejos perturbadores salen de los cedés, de las cacerolas, de las linternas... ¡¡¡Hasta de unas tijeras vi que salían!!! Ya retomaré pronto el tema, una vez que tenga avanzados los estudios.
Retomo el tema de la música. Pablo puso un cedé en ese aparato extraño que expulsa una bandeja para, después, comerse la música y despedirla por unas cajas a las que llaman parlantes. ¡¡Se puso a cantar sobre la música!! Y no sé cómo hacía, pero no dejaba de tomar mate. La verdad, que me llamó la atención. Me senté en el piso y me puse a observarlo y a escucharlo atentamente, con mis orejas levantadas y mi cabeza semi-inclinada. Paréntesis: observé que ese gesto desarma de ternura a las personas. Si sos perro, probalo que te adoptan seguro. En un momento comenzó a sonar una canción más movida. Se levantó de su silla y podés creer que me tomó de las patas delanteras y me hizo bailar. Nada más humillante. Detesto bailar. Eso es para caniches toy o para akitas chupamedias. ¡Y me quería obligar! Bueno, la cosa es que terminamos bailando. Al final, hay que darles con todos los gustos a los humanos. De todos modos, diario, tengo que confesártelo: nos cagamos de risa esta mañana. Fue como empezar el día con una comedia brillante. Me encantó.
Ah... debo aclararte que anoche "elquetedije" llegó a casa bastante tarde.

martes, 17 de noviembre de 2009

Pulguitas


Hola, diario. Si escribo pausado es porque me pica mucho... Hay un montón de gente viviendo en mi cuerpo. ¡¡¡¡Los vi!!!! Se mueven todo el tiempo, caminan y saltan por mi panza y mi lomo como si yo fuera un shopping center. Es intolerable. Trato de encontrarle la vuelta al problema. Con la pata de atrás, me puedo rascar los costados y la cabeza; y con los dientes, me puedo rascar la panza (incluso he matado o me he comido a algunos). Pero el problema es en el lomo. ¡Uy, qué desesperación cuando me pasa eso! Me tengo que tirar panza arriba y refregarme el lomo contra el piso. Es divertido y más divertido es pensar que estoy aplastando a todos esos bichos que me invadieron y que se creen que mis pelos son un bosque de eucalipto.
No sé bien dónde me los pesqué. Creo que en la plaza, estoy casi seguro. O a lo mejor me lo contagió ese perro peludo roñoso que se quería hacer el líder. Ayer estuve desesperado y casi todo el día deprimido, mufado por esto.
Pero tengo suerte. Viste cómo es Pablo... Me vio triste y se empezó a desesperar (a veces creo que las personas se ahogan en un vaso de agua). ¡Podés creer que me llevó al veterinario por eso! Yo temblé. Tenía miedo de que otra vez me pinchen y me hagan cosas. No, el tipo era un macanudo. Me acarició, me miró entre los pelos y me regaló una golosina. Escuché que dijo: "Tiene pulgas". Entonces Pablo me miró y me preguntó: "¿Tenés pulguitas, Francisco?" (si le respondiera hablando, se cae de espaldas). Me sirvió para identificar esa palabra: Pulguitas. De ahora en más "pulguitas" era el enemigo. Ahora sé que esos seres inmundos que viven en mi cuerpo y me pican se llaman pulguitas. Nombre simpático para esos turros.
El veterinario nos vendió una cajita y le dio instrucciones raras a Pablo, señalando mi lomo. Cuando llegamos a casa, abrió la cajita y sacó un "cosito" que le llama pipeta. Lo abrió y empezó a ponerme gotitas en tres puntos distintos de la nuca y del lomo. ¡¡¡Uy qué escalofrío!!! Un espanto la sensación que tuve. Empecé a caminar rápido por toda la casa y con un leve bamboleo, como si estuviera bailando una salsa. Me duró un buen rato y sentí cómo todas esas "pulguitas" hacían un quilombo bárbaro en mi cuerpo. Corrían, saltaban... las imaginaba tomándose de las mechas, desesperadas, para luego caer redondas, fulminadas por la pipeta salvadora. Bueno, así fue. Bastante rápido el trámite.
Hoy estoy sin rascarme, pero con unas ronchas tremendas. Y me puse a reflexionar sobre nosotros, los animales. El ser humano, es claro, que sirve para cuidar a los perros; las vacas, para dar la leche; los pajaritos, para hacer vistoso el cielo; los gatos, para que los persigas; las cotorras, para burlarse de vos cuando pasás... ¿Y las pulguitas? ¡¡¡Para picar a los perros!!! ¡¡¡Para cagarte la vida!!! Qué finalidad tan patética. Y caí en la pregunta clave: ¿Y los perros? Mi respuesta fue soberbia, ególatra, pero verdadera: para dar amor. Es lo mejor que sabemos hacer.

lunes, 16 de noviembre de 2009

La plaza

Hola, diario. Los otros días, Pablo me llevó a pasear a una plaza. ¡Cómo nos divertimos! Jugamos a un juego divertidísimo. Él busca un palito consistente y lo arroja bien lejos. Apenas lo hace, yo salgo corriendo, como una ráfaga, hasta que lo atrapo, y se lo devuelvo. Así me puedo pasar horas. A veces, cuando le llevo el palito con los dientes, hago como que no se lo quiero devolver y tironeamos, hasta que nos caemos al pasto. Yo gruño y hago como que lo voy a deshacer a pedazos. ¡Cómo nos cagamos de risa! Después estuve corriendo en círculos con otros perros, hasta que uno peludo y roñoso me hizo calentar. Se hacía el mandón, herguía el pechito y me empujaba con las patas delanteras. ¡Pero, por favor! ¡Cancherito saparrastroso! ¿Sabés todo lo que tenés que hacer para hacerte el macho Alfa conmigo? Le gruñí un par de veces y dije: "No juego más". Lo lamenté por un par de pequinesas que eran macanudas, pero me fui.
Después nos sentamos a descansar en unos escalones que te llevaban a una mole de cemento que, arriba, tenía a un tipo de traje, todo duro, que no se movía y era humillado por cuatro palomas que se posaban sobre sus hombros y su cabeza. Cuando Pablo se dio cuenta de que lo miraba con compasión, me aclaró que a eso le llaman estatua. Jamás quisiera que me hagan una estatua cuando me muera. ¿Para qué? ¿Para que unas palomas hediondas me hagan caca encima?
Eso me dio una idea. A lo lejos vi a una señora que le daba de comer a un grupo de unas veinte o treinta palomas. Fijé la mirada y dije: "Esto es por el honor de ese hombre duro, estatua, humillado por las palomas". Emprendí carrera, como un rayo, y les pegué un susto que no se olvidarán más en su vida. Volaron y nos llenaron de plumas y piojos. La señora me dijo algunas cosas feas, pero no me importó. Igual, como las palomas son voraces, regresaron cuando vieron que yo me había alejado. Di cuarenta pasos (en realidad diez, pero tengo cuatro patas), giré y rápidamente emprendí de nuevo contra ellas, que volaron enseguida. La señora volvió a gritarme y Pablo, obvio, disparó su ametralladora de "no, no, no, no, no". Yo me cagué de risa. ¡Si no iba a hacerles nada!
Me eché meaditas por casi todos los árboles y no me subí a los juegos infantiles porque había un cartel que prohibía la entrada a los perros. Creo que siempre voy a querer volver a la plaza. Es para los perros lo que el bar es para los humanos porteños.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Extrañar


Hola, diario. Ayer estuve desconcertado buena parte del día. Pablo se despertó, desayunamos con nuestro ritual de siempre, sin hablarnos. Cuando abrimos los ojos al día, jugamos un poquito y salimos a pasear, como siempre. Pero Pablo volvió y se vistió distinto. Cuando quise pararme en dos patas y tomarlo del brazo, como siempre a él le gusta, no quiso. “No me ensucies”, dijo. Qué se yo… Cada loco con su mambo, pensé. Pero antes de irse, me dio un regalo: un hueso hecho de cuero seco. Al principio pensé que era para jugar y lo revolee, le salté encima, corrí alrededor, pero empecé a olfatearlo bien y me di cuenta de que se podía comer. ¡Qué bueno que estaba! Estuve como dos horas y pico mordiéndolo y devorándolo. Terminé y fui a buscar el tacho de basura. El muy pillo lo puso sobre una mesa para que no pueda hurgar nada. Me aburrí y me acosté en mi sillón favorito.
Pasaron las horas, unas cuantas horas y no regresaba. Perdí la noción del tiempo, pero ya tenía ganas de hacer mis necesidades fisiológicas, cuando escuché que alguien abría la puerta. Era una mujer mayor. Tenía algunos rasgos parecidos a Pablo. Digamos… no era Pablo con peluca, pero… ¡Era la madre! Claro, cómo no darme cuenta. Me acarició mucho y no paraba de hablarme. Me hizo sentir menos perro y más humano porque hasta me preguntaba cosas. ¡Qué desesperación! No podía responderle. Entonces, sin quererlo, caí en una especie de juego de “dígalo con mímica”, para que adivine qué pensaba. Pero me di cuenta de que era inútil, porque con sus preguntas, ella misma se respondía. Me dio una ternuraaaaaa… La adoré. La adopté para mí, como mi abuela. Dije: “Vos vas a ser mi abuela”. Además, te cuento algo importantísimo: se hizo unas hamburguesas… ¡Y me dio una entera para mí solo! Eso es auténtica generosidad.
Pero después de haberme sacado a pasear y mimarme un poco más, se fue. Y volví a quedarme solo. Y pasé la noche solo. No entendía nada. Pensé que me habían abandonado otra vez y sentí que el mundo se me derrumbaba. Qué iba a hacer solo, ahí cuando se me terminara la comida. Si ni siquiera sé abrir el picaporte de la puerta como para salir. Y mucho menos usar esas cositas ruidosas que les llaman llaves. Pero lo peor fue pensar en no tener nunca más a Pablo durmiendo calentito a mi lado en su cama mullida. Pensé en qué sería mi vida sin ese ritual de las mañanas, tan cariñoso, como silencioso, amable y cálido. Pensé en qué pasaría si nadie me dice más “no, no, no, no, no, no”. Hasta eso extrañaría… ¡Esa era la palabra! ¡Eso era lo que me pasaba! Estaba aprendiendo a extrañar. Ya mi vida no es la misma desde que estoy acá. Ahora, siempre que sepa que Pablo está en algún lado, estaré pensando en el momento en que regrese. Todas esas horas en las que extrañé, sufrí, pero también sentí que tengo una capacidad de amar enorme. Y aunque esa señora hermosa, amable, que te pregunta cosas y se las responde a sí misma, vuelva y se quede a mi lado para siempre, todo el tiempo estaré esperando a que Pablo regrese.
¿Y podés creer que volvió a la mañana del día siguiente? ¡Cómo me hubiera gustado poder retarlo y ametrallarlo con sus “no, no, no, no, no, no, no”! Pero no pude… Cuando entró me eché panza arriba, con el rabo entre las patas y, luego que me acarició la panza, me incorporé, le puse mis dos patas delanteras en sus hombros y nos abrazamos. ¡Como lo besuquié! Obvio, los humanos tienen tanto ego, que le encantó.

sábado, 14 de noviembre de 2009

Deliciosos problemas


Sí, soy escatológico. Ya se me pasó la bronca de ayer. Te cuento lo que me pasó, diario. Porque estoy en crisis con mi nariz. A mí los olores me matan de curiosidad y allí donde descubro algo nuevo, meto la napia para enterarme de qué se trata. El asunto es que las personas no entienden de eso porque me parece que, con su olfato, no podrían diferenciar un pescado de un marisco.
Todo comenzó el otro día, cuando estuve descompuesto. Ya te conté que vomité. ¿Bueno, por qué desperdiciar todo eso que largué? Intenté recuperarlo y volver a ingerirlo, además, no quería dejar tan sucio el piso de la casa. Pero apenas comencé a hacerlo, Pablo puso el grito en el cielo y comenzó su ametralladora de “no”. Y bueno, le hice caso. Confieso que me asusta cuando frunce las cejas. Y sus “no” suenan más fuerte que cualquier ladrido mío.
Bueno, pasó.
Ayer llamó mucho mi atención un olor muy fuerte en la calle. Era en un rincón inmundo, donde no hay ni edificio, ni nada. Sólo yuyos. Baldío le dicen. El olor era interesante y lo probé. Cuando abrí la boca mirando a Pablo, ese aliento no muy amigable para los humanos transformó su rostro como si le hubiera arrojado ácido. Y el clima se volvió tormentoso, casi de inmediato. Me llevaron a casa de prepo y me lavaron la boca con un líquido riquísimo que tenía gusto a menta (sé de qué se trata porque una vez me comí medio dentífrico).
A la tarde se fue a trabajar y, como yo estaba aburrido, se me ocurrió investigar en el tacho de basura. Yo todavía no entiendo por qué las personas tiran algunas cosas que se pueden usar, precisamente, para llenar la panza. Había un esqueleto de churrasco que me mantuvo entretenido más de una hora; unos potes vacíos de yogur que me sirvieron para cambiar de sabor y lamerlos un rato; un pedazo de zanahoria y restos de café, que me encantaron. Claro que quedó todo demasiado desparramado.
Te lo resumo: me dejaron en el balcón como una hora, castigado.
Por eso, diario, estoy en crisis. No con mi vida, ni con mi nuevo amigo, ni con mi hogar. Con mi nariz. Me trae problemas. Deliciosos problemas.

viernes, 13 de noviembre de 2009

Reflexión y autocrítica


Hoy estoy enojado y ofendido. Sí, lo admito: soy escatológico. ¿Y qué?

miércoles, 11 de noviembre de 2009

La comida


Hola, diario. Vengo mal, che. Hoy vomité. Qué sensación asquerosa. Pablo se asustó y yo aproveché esa situación para poner cara de sufrimiento. No sólo no me retó por haber ensuciado el living sino que me rascó la panza y me abrazó por miedo a que me enferme. Me dijo varias veces “pobrecitooooo”. Ya aprendí el significado de otra palabra. “Pobrecitooooo” significa compasión. Me dolía un poco la panza y el resultado de ese dolor se vio en la calle, cuando me sacó a pasear. Uy… qué sensación de frío tan horrible. Pablo discutió a los gritos con un portero porque me agarraron ganas, justo en la vereda de su departamento. Me asusté. Pensé que se iban a morder. Pero no, se ladraron un poco y nos fuimos. No sé si te dije, pero los porteros son los peores enemigos del perro. Siempre te miran de reojo, con las cejas hacia abajo y una energía que hace que se te erice la cruz.
Volvimos a casa y vi con mucho cariño una galletita con queso untable, sobre la mesa, que me miraba y me decía: “Francisco, comeme”. Te juro que me hubiera erguido en dos patas y en medio segundo la hubiese devorado. Pero no tuve fuerzas. Tampoco ganas. Es que con mi estómago tenemos una comunicación increíble. En esta ocasión me decía que no debía comerme esa galletita. Pero en otros casos todo el tiempo me está reclamando alimento. Y esta ausencia de apetito me hizo dar cuenta de que mi descompostura se debía a todo lo que comí el día anterior.
Pablo me compra el mejor alimento balanceado (no voy a decir la marca porque no conseguí el auspicio) y me comí la medida diaria que me da. A eso hay que sumarle los pedacitos de galletitas de agua que me dio mientras él desayunaba; los restos de carne de pollo que me dio después del almuerzo; un pedazo de hamburguesa que me comí en la calle sin que él se de cuenta; los restos de un alfajor que también comí a hurtadillas en la calle; un par de porquerías que conseguí en el tacho de basura; y un poco de caca de gato que encontré en la plaza. Me parece que fue mucho. Pero insisto, es el estómago que me taladra el cerebro reclamándome todo el tiempo alimento. Ya lo asumí: sufro de hambre crónica.
Pablo no me deja que lo moleste cuando él come, pero yo me quedo siempre paradito muy cerca de él, observándolo con cara de sufrimiento. Entonces siempre me da algo cuando termina. Un día escuché que el veterinario le dijo que no me podía dar dulces, que con eso me podía matar. Entonces estoy resignado a que muy rara vez en mi vida pueda probar algo con azúcar. Tampoco me da salsas, ni nada de esas comidas que mejor olor tienen. Digo yo: eso es egoísmo. Yo no tendría inconveniente en cederle un poco de mi alimento balanceado. Generalmente, la comida te mira a los ojos y te pide que la comas. ¿Por qué no responder a lo que la naturaleza demanda?
La cosa es que ahora me duele la panza y no me siento bien. Pero ya se me va a pasar y podré volver a desear comerme todo. Yo voy a seguir robando restos alimenticios de la calle, tratando de que no me vean; y mangueándole comida a quien coma. Porque si en la calle todo el tiempo te manguean plata… ¿por qué no puedo yo garronear un poco de morfi? Me duele la panza, te dejo.

Perfume y jabón



Hola, diario. Ayer salimos a pasear lo más tranquilos por la calle y, oliendo en la ferretería de mitad de cuadra, me enteré de que Morena estaba indispuesta. Había pasado por ahí y dejó su precioso aroma. También me enteré de que unos tipos estuvieron de juerga en la esquina porque había cinco olores distintos que dejaron al orinar. Es que para nosotros, los perros, salir a pasear a la mañana y olfatear todo es el equivalente a leer el diario para las personas. Lo hacés para enterarte de todo lo que pasó durante el día.
Bueno, pero en ese mismo paseo sentí un olor muy fuerte a la vuelta de casa, cerca de la peluquería donde vive el perrito concheto que insulta siempre cuando uno pasa. Era un olor fuertísimo, como de un animal al que desconozco. Me sedujo tanto que me tiré al piso panza arriba y me revolqué refregando mi lomo sobre todo el sector olorizado. Uy… qué placer… Fue un revolcón frenético, con ganas. Dejé que todo ese aroma me cubra el lomo y recién ahí me incorporé. Estaba feliz de estar así, perfumado. Pero los placeres de la vida duran poco. Pablo puso el grito en el cielo. Me empezó a retar con una ametralladora de “no”. “No, no, no, no, no, no, no, no”, disparaba. ¿Qué hice de malo? ¿Acaso él no se perfuma todas las mañanas con un líquido horroroso que tiene en un frasquito y que me hace estornudar? Bueno, se enfureció. Me agarró del collar, me puso la correa y me llevó a casa repitiéndome todo el tiempo que era un asqueroso. ¡Uy, cómo arrugaba la nariz cada vez que me olía! Un exagerado. Me parece que no sabe de ciertos placeres.
Cuando llegamos a casa siguió protestando, se metió en el baño y abrió la ducha. Me sorprendió. “Estoy viviendo con un loco”, pensé. “Me perfumo yo y se va a bañar él”. Bueno, me había equivocado. Me desnudó… es decir, me sacó el collar, y me metió adentro de la bañera, debajo de esa ducha de agua tibia. Al principio lo insulté por dentro. En un segundo quedé todo mojado y me llenó el cuerpo de una espuma que, debo reconocer, olía bastante bien (No sé por qué, pero me encanta lamer la espuma del jabón blanco.). La cosa es que me estaban dando mi primer baño en mucho tiempo. Me hizo recordar que Andrés me había bañado un par de veces en su patio, pero con una manguera. Era muy chiquito. ¡Qué placer que es bañarse! Yo no sé si a mis otros congéneres les gustará, pero a mí me fascina. Me encanta meter la cara debajo de la ducha y que el agua te pegue en la frente y en el hocico. Y cuando Pablo me tira agua tibia con un jarrito en la panza, me da una sensación divina de placer. Ah… a él le gusta tapar la bañera, entonces yo aprovecho y, con las patas delanteras, me pongo a chapotear. ¡Lo mojo todo! Pero le causa gracia. Eso sirvió para distender la situación anterior. Se sacó la remera, dejó que lo moje y nos morimos de risa por un buen rato.
Después, me secó con una toalla que, según dijo, sería mía para siempre.
El baño es toda una ceremonia en casa. Pablo desparrama papeles de diario por todo el piso para que yo pueda revolcarme en ellos y termine de secarme. Y siempre, siempre, después del secado, me dice: “Estás re-lindo, Francisco”. Y me abraza y me caricia el pelo, que me queda todo suave. Esto sí que es vida. Si supieran los muchachos de MAPA...

lunes, 9 de noviembre de 2009

Identidad


Hola, diario. Estuve reflexionando acerca de mi identidad. Tengo mucha suerte de que Pablo no me haya cambiado el nombre cuando me conoció. Escuché por ahí que tiene un primo y un amigo que se llaman Francisco. Me lo podría haber cambiado, si hubiera querido. Pero no, parece que le gustó. Sé de muchos perros a los que, cuando tienen nuevo hogar, les cambian el nombre. Y ni te cuento los que viven en la calle. Tienen un nombre distinto en cada negocio que van a manguear caricias o comida. Llegado un momento ya no deben recordar cuál es su nombre original. Bueno, la cosa es que me sigo llamando Francisco y no Bobby, Pocho, Pucho, Peludo, Negro, Pelusa, Fido o Firulais.
Es importantísimo porque tener la misma identidad desde que naciste no creo que se de todo el tiempo. Ni en los perros ni en las personas. A mí me gusta mi nombre. Creo que me da personalidad y me convierte en un individuo único. Yo, con esta facha, manchado como vaca, mi cola enroscada y mi cara tricolor, y con el nombre Francisco, soy único en el universo. Bueno, Pablo reafirmó eso al haberme dado ayer mi documento único de identidad. Ayer por la tarde llegó y sacó de su bolsillo una chapita con forma de huesito. Me dijo: “Mirá lo que te traje, Francisco. Tu DNI. Tenés que llevarlo siempre colgado para que sepan cómo te llamás y el teléfono de dónde vivís”. Y así fue: me colgó la chapita de mi collar y, cuando me miré en el espejo, me di cuenta de que me queda fantástica. Estoy menos desnudo. Y ahora sí que voy a caminar tranquilo por la calle con menos miedo de perderme. Todos los perros deberían tener una chapita así, como la mía. Sigo siendo un perro afortunado.

Disgusto nocturno


Hola, diario. Estoy angustiado. Muy angustiado. Anoche pasó algo terrible. Pablo no llegó solo a casa. Me saludó como siempre y yo fui cordial con la visita. Inclusive me sacaron a pasear normalmente. Pero había algo que no terminaba de convencerme. Tenía un mal presentimiento. Y así fue. Apenas volvimos a casa, se sacaron la ropa, se metieron en la habitación... ¡Y podés creer que cerraron la puerta! ¡Me sacaron del cuarto que compartimos! Y después fue todo horrible. No sé, pero escuché ruidos raros. En un momento no me contuve y ladré. Pensé que le estaban haciendo algo a mi amigo porque emitía unos sonidos guturales extraños. Luego escuché que la cama se movía. Fue espantoso. Me puse a llorar. No pude contenerme y me puse a llorar. Después de un rato terminaron los ruidos, pero me desconcertaron. Pensé que iban a salir lastimados, mordidos, heridos. Pero salieron contentos, con olores que en mi vida había sentido. No logro comprender qué ocurrió. Pero no me gustó nada. Después me dejaron pasar pero no me pude subir a la cama. Tampoco había lugar como para hacerlo desprevenidamente mientras dormían como lirones. Y no quise. No pude pegar un ojo. Fue un susto tremendo. No tengo dedos hábiles porque sino, en este momento, me encendería un cigarrillo.
Voy a analizar el tema.

domingo, 8 de noviembre de 2009

Despertares y miradas


Hola, diario.
Estoy descubriendo que mis mañanas ahora son distintas. Pablo ya se acostumbró a que me suba a la cama y tenemos siempre el mismo ritual. Se despierta (no sabés lo que es con todos los pelos parados), me acerco a él, le doy unos besos, me acaricia y dejo que me rasque la panza. Entonces, despacito, me pongo a su lado, de costado, y uso su brazo de almohada. Entonces nos quedamos así un ratito remoloneando juntitos. Es un placer eterno que dura unos minutos. Después se levanta y hace siempre lo mismo: va al baño y, después, a la cocina a hacerse unos mates. Yo lo sigo a todos lados, obvio. Me encanta mirar lo que hace. Entonces, mientras calienta el agua, me pone un poco de comida en mi plato. Pero yo lo espero y desayunamos juntos. Como él demora más, me siento a su lado esperando a que me de algo de lo que está comiendo (que siempre es riquísimo). Hacemos todo eso, pero no nos hablamos. No porque estemos peleados, sino que todavía seguimos medio como dormidos. Después él se lava los dientes (una vez le robé un poco de dentífrico y es riquísimo) y es como que se despierta de golpe. Ahí empezamos a hablar y a jugar al “te agarro, te agarro”. Después me saca a pasear. Dice que es mi derecho adquirido. Tiene razón.
Como verás, es algo sencillo y nada fuera del otro mundo. Pero no puedo dejar de pensar en todos los que quedaron en MAPA. Me acuerdo del viejo grandote que se arrastraba con las patas de atrás. Un auto lo había atropellado y quedó así. También recuerdo a una petisa de pelo ondulado que siempre me miraba desde la otra punta del lugar. Como estábamos atados, no podíamos charlar. Pero me caía bien. Nos comunicábamos así mirándonos nomás. Lo mismo hago con Pablo. El me está enseñando algunas palabras y expresiones de su idioma que ya tengo fijadas en mi mente. Y yo le estoy enseñando a hablar con la mirada. Nos decimos muchas cosas. Y a veces nos quedamos largo rato así charlando con los ojos. Y yo sé lo que él piensa: cambiaría la mitad de su vocabulario sólo por poder conocer la mitad de mi lenguaje. Es duro ser perro. Pero estoy orgulloso de serlo.

sábado, 7 de noviembre de 2009

Olores de barrio - Morena


Hola, diario. Hoy estuve investigando el barrio. No quisiera perderme y tengo que saber bien adónde estamos viviendo. De todos modos, a veces siento que tengo la concentración de un bambi y ese propósito inicial se transforma en secundario. Sobre todo cuando empiezo a descubrir todos los olores que hay por ahí. Es un barrio típico. No está todo mal, pero tampoco reluce. Vivimos sobre una avenida y, a veces, hay tanto ruido que me sobresalto un poco. Allí hay una ensalada de olores que me encanta. Creo que es porque hay muchos negocios donde venden muebles. Para mí, salir cada mañana es como leer el diario para los seres humanos. Huelo todo y me entero hasta el último movimiento de cada perro de la cuadra. Hay que ser amable, así que a cada uno que me encuentro, me yergo y lo saludo moviendo la cola hacia arriba. Me cuesta porque tengo el rabo enroscado, pero a todos les resulto simpático. Sólo me llevo mal con un negro peludo grandote que vive a la vuelta en un almacén chino. Es un viejo malhumorado que se cree que uno le va a robar el almacén. Cada vez que paso, me gruñe. Pero está atado. Entonces yo me paro a la distancia que da su correa, mirándolo con cara de nada. ¡¡¡¡¡Se vuelve loco!!!!! No sabés lo que disfruto ese momento. Tengo que reconocer que algunos de mi especie también son medio tontos.
Después, a la vuelta hay un concheto (pijo, para mis lectores españoles) que no me deja ni que me le acerque. Apenas quiero olerle el culo me pega saltitos así con cara de malo. Todo peinadito, reluciente, con moñito... Es un Yorkshire que vive en una peluquería. Sus dueños también parecen conchetos. De bronca, ahora paso, lo miro de reojo y me voy. Me parece que le ponen perfume porque si lo olés, te quedás sin olfato por unos minutos de tanto aroma raro que tiene.
Así te podría contar sobre cada uno de los perros de la manzana. Pero te aburriría. Sólo te quiero hablar de Morena. Es una perrita mestiza como yo que vive en la misma cuadra. ¡No sabés lo que es! ¡Una princesa! Cada vez que aparece me pongo loco. Creo que le gusto. Empezamos a saltar como locos cuando nos vemos. Como anda suelta me corre alrededor y yo me desespero. En un momento observé a Pablo y le dije con la mirada: "Loco, haceme la gamba. No me puedo perder este bomboncito. Te pido, por favor, soltame esta correa. Me tenés atada la pasión". Qué buena comunicación que tenemos, porque aunque con desconfianza, me soltó. Uy... para qué... me puse como loco. Esa perra me mata. Corrimos de esquina a esquina con una velocidad increíble. Pablo y la dueña de Morena nos miraban fascinados. Creo que estoy perdidamente enamorado de esta minita.
Te cuento esto porque el asunto me lleva a dos situaciones. Primero y principal. Morena me pone loco de pasión, pero algo me pasa internamente. Hacemos cosas juntos y nos dejan, sin decirnos nada. Yo me monto, pero hay algo que falta. No sé bien qué es, pero sí te puedo afirmar que me di cuenta de que esas pelotitas que me sacaron sin que me diera cuenta y que tanto me gustaba limpiarme, tienen que ver en el asunto. No quiero alarmarme, pero pienso un poco en eso. Bueno, de todos modos, te puedo decir que Morena me sigue despertando todas las pasiones. Esperemos que dure.
La otra situación derivada de esto es que Pablo me empezó a tener un poco más de confianza con el asunto de la correa. Por momentos me la saca y me deja suelto. Lo hace en la cuadra de casa y en la plaza. Me gusta porque me tiene confianza y puedo andar a pata suelta por ahí. Me gané un hogar y un amigo maravilloso, no pienso irme ni alejarme un segundo. Es más, tengo pánico de perderlo. Es la felicidad total. Tengo la libertad que todo perro quiere y un hogar calentito donde dormir. Igual la calle es difícil, esperemos que todo siga bien. Mañana te cuento.

viernes, 6 de noviembre de 2009

La patita


Hola, diario. Ayer me morí de ternura. Pablo inventó un juego buenísimo, que me encanta. El dice todo el tiempo: “Te agarro, te agarro, te agarro”. Y hace como que me va a correr. El departamento no es muy grande, pero yo doy vueltas desesperado por todos lodos, inclusive en los balcones. ¡Me da una desesperación! En un momento dejo que me agarre y me tiro panza arriba y ahí hacemos como que luchamos. Yo le pongo cara de asesino serial, pero sería incapaz de hacerle algo. A veces corremos tanto que me tengo que ir al inodoro a tomar un trago de agua. Pablo odia eso, pero bueno, es lo más práctico. Bueno, pero decía que me morí de ternura porque, después de uno de esos juegos de “te agarro, te agarro”, se quedó haciéndome mimos y, cuando le di la pata para saludarlo, así en modo fraterno, puso una cara de boludooooooo… “¡Ahhhhhhhhhhhh!”, exclamó. ¡Lo emocionó que le de la pata! ¿Vos lo podés creer? Y me seguía diciendo: “A ver la patita”. Y yo le daba con el gusto. “¡Muy bien!”, me dice. Y lo vuelve a hacer a cada rato y le encanta. No sabés… te morís de ternura al verlo. Eso me encanta también de los seres humanos, que los podés hacer felices con cosas tan básicas y sencillas nuestras. Cualquiera sabe dar la patita. Hasta un pequinés creo que lo podría hacer.
Otra. Cuando me dice de ir a la calle o a la plaza, me agarra una alegría que no puedo parar de saltar. Juego a que lo alcanzo y le doy lengüetazos en la cara. ¿Podés creer que también le encanta? Y yo me pregunto: si él se está muriendo de ganas de hacer pis o caca y alguien le dice, vamos al baño… ¿No saltaría de alegría y le daría besos a ese alguien?
Se conmueve con esas cosas sencillas y a mí me me parece muy tierno. Hace que cada día lo quiera más.
Ah… te cuento que le volví a hacer el truquito de la cama. Sin que se de cuenta, pum, a la madrugada me subo y duermo tranquilo. A la mañana ya se despierta resignado. Me parece que gané esa.
Hasta mañana.
PD: Todavía no ladré. No quiero causar mala impresión. Creo que piensa que soy mudo. Ay… lo adoro.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Carisma


Hoy lo cagué. Bah… no en el sentido literal de la palabra. Lo jorobé. Otra vez me hizo esa actuación del mandoncito… Que no podés subir a la cama, que a dormir abajo, en la frazadita… ¿Sabés lo que hice? Esperé a que se duerma. ¡Tiene un sueño pesadísimo! Cuando me aseguré de que estaba más o menos por el quinto sueño, muy despacito, sigilosamente, me subí a la cama. ¡Y ni se dio cuenta! Dormí comodísimo, cerca de sus pies, para estar más calentito. Cuando se despertó me pescó in-fraganti. Me miró y dijo, medio dormido: “¿Vos qué hacés acá?”. Me di cuenta de que quería poner cara de malo pero se le piantaba la sonrisa. Achiqué los ojos, bajé mis orejas, metí el rabo entre las patas y le apoyé mi hocico en su panza. Se desarmó. Ahí confirmé una sospecha que tenía desde hacía tiempo: soy carismático. Creo que es algo que se tiene, algo natural. Y bueno, la cosa es que me acarició y como si nada hubiera pasado.
Espero poder seguir haciendo ese truco todas las noches. ¿La frazadita del piso? No se la pienso ni tocar.
Ah... este muchacho Pablo trabaja. Por lo tanto, está unas cuantas horas fuera de casa. La primera vez me inquieté. Pensé que me había abandonado ahí. Muy confortable todo, pero qué hago solo en un departamento si con estas patas que Dios me dio no puedo ni encender un fósforo para hacerme unas salchichas. Me volvió el alma al cuerpo cuando regresó. Me puse contentísimo. Salté, di vueltas, corrí y, finalmente, me puse panza arriba para que me rasque. Me encanta eso. Es el mejor placer que hay sobre la tierra: que te rasquen la panza. Hay un problema cuando te rascan cerca de la costillas. Ahí empezás a hacer "guitarrita" porque te da unas cosquillas... Hoy cuando se fue, divisé en el mejor lugar del departamento un sillón antiguo, precioso. Tenía una funda así que dije: "Si te tengo que esperar, te espero cómodo". Me lo agarré. Cuando volvió no dijo nada. Así que di por sobreentendido que este sillón ahora me pertenece. ¿Hice mal?

martes, 3 de noviembre de 2009

No puedo subir a la cama


Hola, diario. No todas podían ser rosas. Un disgusto. No lo vas a poder creer, primera noche y no me dejaron subir a la cama. ¡Un verdadero disgusto! No entiendo porqué. Andrés me dejaba dormir con él y con su esposa. Para qué hay una cama si no se puede usar, eh.... Bah… Pablo la usa, pero no la quiere compartir. Cada vez que intenté hacerlo me gritó: "¡No!". Intenté cansarlo a fuerza de testarudez, pero no hubo caso. Hasta tuve que recurrir a un truco muy sucio. Apoyé mi hocico en el borde de la cama, con la mirada más lastimosa que me salió, hacia arriba. Le clavé mis mejores ojos tiernos, pero no hubo caso. Pablo me armó una camita con unas frazadas, y me dio bronca... Dormí sobre el piso de madera. Un bajón, pero llevo a algún cocker perdido en la sangre, lo pude soportar.
Bueno, pero a pesar del disgusto, sería un poco ingrato decir que lo paso mal. Me dan de comer unas pelotitas que se llaman "alimento balanceado". No es como comer un buen churrasco, pero dicen que me hace bien. Igual, al lado del arroz que venía comiendo, es como un obelisco de churrascos. También me sacan a pasear muchas veces al día y el barrio está lleno de árboles. De todos modos, tengo que explorar un poco más. Mi debilidad es uno que está rodeado de plantas con espinas. Algunos humanos idiotas se creen que yo me voy a pinchar. ¡Pero por favor! ¡Ni me rozan esos pinches! ¡Y sabés cómo se las meo a las plantitas!
Hoy a la noche tengo pensado reincidir en eso de dormir con él. Tiene una cama enorme, de dos plazas, y duerme solo en un rinconcito. Me parece injusto. Si pudiese hablar, che... Sabés cómo lo haría entrar en razones. Mañana te cuento.

lunes, 2 de noviembre de 2009

El día más feliz de mi vida




¡Hola diario!
Estoy chocho. Así nomás. A la mañana volvió el tipo de chiva (con otra chica… ¿qué onda?) y me vino a buscar. No lo podía creer. Me paré en dos patas tomando su brazo y empecé a sacudir la cola tanto que pensé que se me iba a salir. Por las dudas la busqué, pero ahí estaba. A él le causó gracia. Otro punto a favor. Pagaron mis vacunas, le dieron un carnecito con mi nombre y escuché… ¡que tengo apellido! Parece que los veterinarios te anotan con el apellido de tu adoptante. Es fantástico porque es como que te dan el certificado de familia. Ay, estoy chocho. Me vinieron a saludar todos. La chica rubiecita que me mimaba a veces y que es voluntaria en MAPA lagrimeó un poco. Me parece que todos pensaban que no me iba a adoptar nadie. La señora amable del negocio se asomó y, como siempre, yo me paré en dos patas y apoyé las delanteras en el mostrador. Lógico: me dio un palito de hueso molido. Me encantan. Me felicitó y le dijo al tipo: “Te llevás al perro más dulce del mundo”. Guau… ¡Yo soy dulce! Y me sale así nomás... naturalmente. También me vinieron a saludar los veterinarios. Hasta la bruja esa que me subía todo el tiempo a esa camilla metálica helada para que le preste un poco de mi sangre a otros perros enfermos. Y bueno… si se puede colaborar… El tipo estaba contento también. Ahí me enteré de que se llama Pablo. Me gustó el nombre. Tiene cara de Pablo. Los dos tenemos nombres de personas. Eso está bueno, pensé. La chica se llama Laura y escuché que la del día anterior se llamaba Marcela. Sólo hubo un momento triste: cuando vino Andrés a despedirse. Lo vi emocionado. Entre contento y angustiado. Le explicó a Pablo que habíamos sido compañeros un tiempo y él le dijo que podía verme cuando quisiera. Le di muchos besos. Nunca lo voy a olvidar.
Me pusieron la correa y nos fuimos los tres. ¡¡¡¡Libertad!!!! Tenía ganas de comenzar a ladrar, pero pensé que no estaba bien. Tengo que dejar muy buena impresión por lo menos el primer tiempo. Pero salté un poco. Enseguida hice pis y caca y se murieron de risa cuando empecé a hacer el gesto de arrastrar mis patas para atrás, como si tapara lo que hice. ¡Les encantó! Hay gestos naturales de uno que le causan tanta gracia a los humanos… Qué se yo… No sé por qué será. Bueno, es lo que me pasa a mí cuando veo a alguien subirse a una escalera. Me hacen matar de risa.
Bueno, sigo… Caminamos muchas cuadras. ¡Cuánto hacía que no paseaba tanto! Y llegamos al edificio que iba a ser mi casa. Lindo. Normal. Me saludó una vecina chusma que preguntó si ladraba (¡Viste que hice bien en no ladrar!). El portero ni bolilla. Porque viste que los porteros tienen re-mala onda con los perros. Nos odian. Son más de gatos. Y adentro del departamento me sentí un rey. Me dieron una pelotita y comencé a correr como loco dando círculos. La chica, Laura, jugó un poco conmigo y se fue. Ahí me di cuenta de que no tenía dos “dueños” sino uno. Ella y la chica del día anterior eran sus amigas. Decidí que siempre las voy a querer.
Cuando nos quedamos solos, Pablo me mostró la casa, jugamos un rato. Se tiró al piso conmigo y nos revolcamos como si lucháramos. Me dejé ganar. Se puso contento. Que por un tiempo crea que es el líder. Me sentí tan bien. Suspiré muchas veces y nos quedamos un rato sentados en el piso. Pablo me abrazó y me dio un beso en la cabeza. Nunca me habían dado un beso. Me dio muchos besos en la cabeza. Me acurruqué a su lado y pensé en lo afortunado que él era. La naturaleza le permitió llorar de emoción, ¡con lágrimas!. Yo no puedo, pero hubiera querido tener lágrimas así. Hasta mañana.

La noche de la esperanza


Hola, diario.
Yo soy Francisco. Hace casi seis meses que estoy en este lugar que llaman MAPA y nadie me viene a buscar. Aunque me tratan bien, no está bueno estar acá. Estoy atado con mi cadena de siempre a la pata de una jaula y siempre me enredo. Una porquería. De pronto tengo medio metro para moverme y doy tantas vueltas que me quedo como apretado. Me dan arroz. Puaj. Pero cuando hay hambre... Son cosas que le pasan a uno por ser pobre.
En las jaulas de arriba tengo perros y gatos y los olores que tienen me marean. Encima ya hace dos días que no tengo más entre las patas esas pelotitas que me gustaba tanto lamer. Ahora me quedó un hilo cosido que me da un poco de asco. Con un poco de paciencia, tal vez, pueda sacarlo. Los días pasan, pero la gente que entra sólo mira a los cachorritos. Me da cierta seguridad y me reconforta el saber que está Andrés. Aunque no pueda estar todo el tiempo conmigo. Él me tuvo en su casa bastante tiempo y lo amo. Pero su suegro me pegaba con una escoba, así que me trajo acá para protegerme y conseguirme un hogar mejor. Sé que sufre y que algún día no lo voy a ver más. Eso me pone muy triste y hace que muchas veces me recueste en el piso con la cabeza entre las patas y la mirada perdida. Lo quiero a Andrés. Está en este lugar como vigilante voluntario sólo porque me trajo. Eso es amor.
Hoy ocurrió el milagro. Bah... no sé, ojalá. Entró un tipo con cara de simpático, junto a una chica. Todos los pibes de las jaulas de arriba, gatos incluidos, como siempre, empezaron a hacer fiesta y a llamar la atención. ¡Cómo los detesto cuando hacen eso! Tengo que aprender del viejo que tengo a dos metros míos. Él ni se mueve. Ya está resignado. Yo, viste que no puedo evitar esa obsesión de ser amable y salté para darle la bienvenida al tipo. Tengo un truco que a veces resulta: Me paro en dos patas y con las de adelante, te agarro el brazo, y te miro con cara de "llevame". A veces no conmuevo a nadie, pero esta vez fue distinto. Al tipo le encantó eso y no miró a ningún cachorrito. Se agachó y se puso a acariciarme. Yo me volví loco. Empecé a saltar, a dar vueltas en mi eje y, aunque quise contenerme, no pude y me puse panza arriba. Ay, qué lindo cómo me rascaron la panza entre los dos. Escuché que el tipo le dijo a la chica: "Es re-simpático". Después se alejó y preguntó en el mostrador cómo tenía que hacer para llevarme. Yo paré mis orejas y tenía ganas de llorar de la emoción. También me quise contener, pero largué un chillido. "¿Te vas, Francisco?", me preguntó Andrés. Y con la mirada le dije: "Creo que sí". El tipo saludó a todos, volvió a acariciarme y sentí que estábamos hechos el uno para el otro. Dijo que volvería a buscarme mañana. Suspiré. Lo vi alejarse con una sonrisa que le llenaba la cara, le di la patita a Andrés -que se acercó a acariciarme con bondad-, y me recosté a su lado con una esperanza que me hacía latir el corazón cada vez más fuerte. Tal vez vuelva a ser feliz.