Hola, diario. Estuve reflexionando acerca de mi identidad. Tengo mucha suerte de que Pablo no me haya cambiado el nombre cuando me conoció. Escuché por ahí que tiene un primo y un amigo que se llaman Francisco. Me lo podría haber cambiado, si hubiera querido. Pero no, parece que le gustó. Sé de muchos perros a los que, cuando tienen nuevo hogar, les cambian el nombre. Y ni te cuento los que viven en la calle. Tienen un nombre distinto en cada negocio que van a manguear caricias o comida. Llegado un momento ya no deben recordar cuál es su nombre original. Bueno, la cosa es que me sigo llamando Francisco y no Bobby, Pocho, Pucho, Peludo, Negro, Pelusa, Fido o Firulais.
Es importantísimo porque tener la misma identidad desde que naciste no creo que se de todo el tiempo. Ni en los perros ni en las personas. A mí me gusta mi nombre. Creo que me da personalidad y me convierte en un individuo único. Yo, con esta facha, manchado como vaca, mi cola enroscada y mi cara tricolor, y con el nombre Francisco, soy único en el universo. Bueno, Pablo reafirmó eso al haberme dado ayer mi documento único de identidad. Ayer por la tarde llegó y sacó de su bolsillo una chapita con forma de huesito. Me dijo: “Mirá lo que te traje, Francisco. Tu DNI. Tenés que llevarlo siempre colgado para que sepan cómo te llamás y el teléfono de dónde vivís”. Y así fue: me colgó la chapita de mi collar y, cuando me miré en el espejo, me di cuenta de que me queda fantástica. Estoy menos desnudo. Y ahora sí que voy a caminar tranquilo por la calle con menos miedo de perderme. Todos los perros deberían tener una chapita así, como la mía. Sigo siendo un perro afortunado.
Es importantísimo porque tener la misma identidad desde que naciste no creo que se de todo el tiempo. Ni en los perros ni en las personas. A mí me gusta mi nombre. Creo que me da personalidad y me convierte en un individuo único. Yo, con esta facha, manchado como vaca, mi cola enroscada y mi cara tricolor, y con el nombre Francisco, soy único en el universo. Bueno, Pablo reafirmó eso al haberme dado ayer mi documento único de identidad. Ayer por la tarde llegó y sacó de su bolsillo una chapita con forma de huesito. Me dijo: “Mirá lo que te traje, Francisco. Tu DNI. Tenés que llevarlo siempre colgado para que sepan cómo te llamás y el teléfono de dónde vivís”. Y así fue: me colgó la chapita de mi collar y, cuando me miré en el espejo, me di cuenta de que me queda fantástica. Estoy menos desnudo. Y ahora sí que voy a caminar tranquilo por la calle con menos miedo de perderme. Todos los perros deberían tener una chapita así, como la mía. Sigo siendo un perro afortunado.
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