Hola, diario. Ayer me había quedado un tema pendiente. A veces siento que mi mente no para de hablar y me pasaría el día escribiéndote cosas. Es que el mundo es sorprendente, aunque eso asusta un poco y te tiene a menudo con el rabo entre las patas. ¿Ves? Ya me fui por las ramas. Retomo: ayer me quedó un tema prendiente. ¡¡Viajé en taxi!! Ah... una maravilla de aparato. No tenés que correr, sólo te subís en él y en dos patadas llegás adonde querés. Al principio me asusté y no quería saber nada con subir en él. Pablo me decía "dale, dale", pero no... yo dije: "Subí vos a esa cosa, yo no pienso hacerlo". Entonces, puso una sábana vieja sobre el asiento de atrás, me agarró del collar y me subió de prepo. Las personas tienen esas cosas, qué va'cer... Luego cerró la puerta y esa cosa arrancó. El señor de adelante me acarició la cabeza y dijo cosas lindas de los perros. Primero me asusté muchísimo y lloriqueé, lo confieso. Después me dieron un poquito de arcadas, entonces Pablo abrió la ventanilla para que pueda sacar la cabeza. Después todo fue fantástico. Me encantó. El viento que te da en la cara es muy placentero. Quería atrapar cada ráfaga con la boca, pero no podía. Lo que conseguía era tragar mucho aire (y eso después te trae problemas). Y si prestás atención, ves cómo las casas, los edificios, los coches y las personas pasan rapidísimo. Hay un palo con tres luces en algunas esquinas. Cuando cambian las luces, el taxi para. Este turro frenaba muy rápido, entonces cada vez que lo hacía, yo me resbalaba del asiento. De todos modos fue divertido. Pablo se peleó con el tipo que manejaba antes de bajar. Creo que la discusión tuvo que ver con esos papeles que se intercambian a veces las personas.... quiero pensar que no fue por mí, porque yo me porté como un señorito.
De ahora en más, quiero que mi vida sea transportada en un taxi.
lunes, 23 de noviembre de 2009
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