UNA VIDA SIN UN PERRO, ES UN ERROR

"LA GRANDEZA DE UNA NACIÓN Y SU PROGRESO MORAL PUEDE SER JUZGADO POR LA FORMA EN QUE SUS ANIMALES SON TRATADOS."
Mahatma Gandhi

NO USES PIROTECNIA

NO USES PIROTECNIA
Por favor, no usen pirotecnia. Los "cuetes" nos asustan, nos hacen mucho mal a nuestros oídos, nos desorientan y son la causa de que muchos perros y gatos se pierdan entre diciembre y febrero. Lo mismo les ocurre a otros animales, como las aves. Pensá en nosotros y en los múltiples problemas que pueden causar los fuegos artificiales. NO USES PIROTECNIA. Gracias. PD: Ah... Ponele chapita con número de teléfono a tu perro. Para esta época hay muchos perros perdidos a causa de la pirotecnia, por favor, si ves alguno no sigas de largo, ayudalo a encontrar a su familia.

viernes, 31 de diciembre de 2010

Feliz Año


Hola, diario. Sé que hoy es un día especial porque todo el mundo anda apurado, corriendo con bolsas y paquetes enormes que contienen unos manjares indescriptibles. Estamos a punto de llegar a esa ceremonia en la que todos golpean sus copas y se quedan como estúpidos pensando algo. Bueno, voy a pensar algo por vos: deseo un sitio con un árbol por metro cuadrado para hacer pis en cualquier lado; deseo un churrasco en cada esquina; deseo mimos permanentes y que me rasquen por el resto de mi vida en la pancita y la base de mi oreja. Sí, es verdad, son pensamientos egoístas. Voy a desear fuertemente que los seres humanos se cansen de tirar esos cohetes inmundos y ruidosos que tanto mal hacen a mis oídos, a los de Néstor y a los de otros perros y gatos. Si supieran cuánto nos aturden y tuvieran un dejo de bondad no lo harían nunca más. Ese será mi gran deseo. Basta de cohetes. Te digo esto antes de meterme en la bañera para no escucharlos. Feliz año.

Néstor


Hola, diario. Qué decirte de este chico... Es un primor. La verdad que me cae fantástico. Es un atorrante. Al principio lloraba todo el tiempo, pero le duró poco. Ahora hace lo que quiere. Es muy independiente para la edad que tiene. Por eso se debe haber fugado de su hogar tan joven. Pablo le sacó las pulguitas y esos bichos horribles que tenía en su panza, pero hasta lleno de bichos era feliz y seguro de sí mismo. No le tiene miedo a nada. Me da un poco de envidia. Abro la boca y mete su cabeza con intenciones de ver vaya a saber qué. Me quedo perplejo, con la boca abierta y lo dejo, pero no lo comprendo. Luego me mira fijo, se le erizan los pelos y empieza a saltar alrededor mío con el lomo arqueado. Cuando le resoplo sale corriendo. Ay... es un bebé. Cada tanto lo limpio un poco porque aparece con todos esos pelos amarillos medio mugrientos. Con un solo lengüetazo lo dejo limpito.
Pero te voy a contar algo. También tiene sus contras. Por empezar, está obstinado en dormir conmigo, pegadito a mi cuerpo. No lo permito. No lo dejo. Sé que es huérfano, que necesita calor peludo, pero que vaya a buscarlo en Osito 6. A mí me gusta dormir tranquilo, sin demasiado contacto físico, menos de un chico inexperto. Por otro lado, Pablo pretende que comamos juntos. Y bueno, accedí en eso. Donde manda capitán, no manda marinero. Cada uno tiene su plato de comida, pero tenemos que compartir el del agua. Me adoptó de hermano mayor porque hace todo lo esencial mirándome de reojo. Come, hace sus necesidades y se pasea mirándome de reojo. Hasta lo descubrí que llora cuando nos vamos a pasear con Pablo.
Bueno, demás está decirte lo que decidimos. Se quedará en casa. Será nuestro hermano menor. Pablo le puso un nombre raro: Néstor. Creo que le da personalidad. Es un regalo de Navidad.

sábado, 25 de diciembre de 2010

Hermano


Hola, diario. Parece que hoy es un día especial. Muy especial. Anoche fuimos a cenar con toda la familia (caminando, lógicamente, porque no conseguimos taxi) y lo pasamos genial. Por ese motivo, nos levantamos tarde. Como siempre, medio dormidos, salimos con Pablo a pasear a la plaza de la esquina. Estiré un poco las patas, me purgué con un poquito de pasto, piyé* uno a uno mis árboles favoritos y, cuando estaba oliendo unos arbustos que siempre tienen meadas fabulosas, me encontré con algo que me tomó por sorpresa. Había un pichón de gato explorando las ramas. Enseguida vino a olfatearme y no hizo "fssssss" como casi todos los gatos. Era muy chiquitito. Nunca vi uno igual. Le di un par de besos y me lo agarré con los dientes. Lo hice suavemente, para no lastimarlo; y él, chocho*. Así seguí mi camino con el gatito, lo más pancho*, en mi boca. Pablo no se dio cuenta por un rato, hasta que se lo mostré. ¿Podés creer que me retó? Me parece que creyó que lo había matado. ¿Cómo voy a matar a un gato bebé? ¿Qué soy yo? ¿Una bestia salvaje? Pero bueno, me obligó a que lo suelte y lo solté. El chico, todo empapado por mi saliva, maulló dos o tres veces y comenzó a seguirme. Me di vuelta, lo miré y le dije: "Pibe, seguí tu camino, estoy ocupado". Pero no hubo caso. Le caí bien y, aunque aceleré el paso, me siguió tropezándose, como hacen los chicos al caminar ligero. Creo que esa actitud hizo que Pablo se derrita de ternura. Esta vez lo agarró él. Pero no con los dientes, como lo hice yo (los humanos no saben) sino con sus manos. Era tan chiquito que entraba en la palma de su mano. Lo que hizo Pablo fue buscar a su mamá por todos lados. Lo acompañé porque lo único que faltaba es que se lo quiera llevar a casa. No encontramos a su mamá. ¿Qué pasó? Lo que te imaginás. Lo trajo a casa.
En principio me cae muy bien. Es rubio, aunque medio desteñido y unos enormes ojos dispuestos a descubrir el mundo. Maulla todo el tiempo porque la casa es un lugar desconocido para él. Recorre todos los rincones y no sabe en cuál quedarse. Le gustó especialmente mi sillón favorito. Ya lo reconoció a Pablo, pero tiene un especial cariño por mí. ¿Te acordás que tuve una intuición? Creo que era este regalo de Navidad.

*Hacer pis.
*Feliz.
*Tranquilo

viernes, 24 de diciembre de 2010

Monumento a la comida


Hola, diario. Hoy quiero hablarte de ese monumento a la comida que hay en la cocina de casa. Es un armario enorme sobre el que a Pablo le encanta pegarle papelitos, imanes y otras boludeces. Cuando lo abre, me inunda el rostro una bocanada de aire helado que contiene los aromas más sabrosos y variados. Es un concierto de aromas y, en segundos, me detengo a intentar identificar cada uno de ellos. Aunque reconozco que mi ansiedad suele jugarme una mala pasada. Ese momento intelectual de querer decodificar cada olor se yuxtapone con mi irrefrenable deseo de comerme todo lo que se cruza en mi camino. Cuando Pablo mantiene la puerta de ese artefacto abierta, pienso dos veces en tomar algo con los dientes y salir corriendo. Lo observo de reojo, pero me contengo. Quiero que convivamos en armonía.

¿Sabés qué hace Pablo en estos días de calor extremo? Saca unos pedacitos de agua congelados y los vuelca en mi bebedero. Me encanta jugar lamiéndolos hasta que se desarman y dejan mi agua fresquita fresquita.

Creo que hoy salimos de paseo a la noche e intuyo que vamos a llevar cosas ricas de nuestro artefacto helado. De nuestro monumento a la comida.

martes, 21 de diciembre de 2010

Regresos festivos

Una vez más me sacudió ese presentimiento a la distancia. Lo supe. Podía palpar su energía en el espacio... Sentía su presencia en cada bocanada de aire, en cada segundo... Podía percibir su olor... No estoy seguro si por memoria emotiva o porque estaba ya realmente cerca. Podía escuchar su corazón.
Sí, ya sé, soy un capo.
No habían pasado más de diez horas de haber comenzado a tener esa sensación cuando escucho su silbido característico, a lo lejos. Luego, sus pasos, suficientes como para que me tire panza arriba cerca de la puerta. Y, finalmente, las llaves... y él, cuerpo presente. Volvió Pablo.
No sé cómo explicártelo, diario. Es una fiesta. Cada regreso de él ser me hará inolvidable. Y creo que para él también. Yo le hago toda una escena de cariño extremo, como esas películas melancólicas con perritos que ve a veces por la televisión. Lo cago a besos. No paro de darle besos, pero entre lamida y lamida, no puedo dejar de prestarle atención a su valija. Allí sé muy bien que guarda mi regalo. No puedo contener la ansiedad y quiero abrir ese puto cierre dificilísimo de romper. Cuando lo abre, meto el hocico adentro hasta que encuentro mi regalo. ¿Sabés qué me trajo esta vez? ¡¡¡A Pingüino!!! Parece un osito, pero no lo es. Es Pingüino. Tiene pico y es precioso. Estoy tan feliz de que haya vuelto. Lástima que por un tiempo me voy a sacar ese placer dulce y melancólico de extrañar. Todo no se puede.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Extrañar


Hola, diario. Disculpame la ausencia, pero estoy ocupado extrañando a Pablo. Hace unos días me levanté medio bajoneado, pero noté que Pablo estaba contento. Me cantó esas canciones tan bobas pero tan mías, me hizo bailar en dos patas y me bañó. Cuando terminó de hacer todo eso, sacó desde arriba del placard, la valija* más grande. Ahí supe qué pasaría en las siguientes horas. Se iría de viaje. Observé con cierta tristeza cómo iba introduciendo en la valija, una a una, varias prendas de vestir y cosas de utilidad cotidiana como el cepillo de dientes o la afeitadora.
Llegó el momento y, muy impune, con su valija en mano, se agachó para abrazarme. Ahí me quebré, diario, me quebré. No puedo superar este tipo de situaciones que se repiten más de una vez al año. Pensé en hablar con él al respecto a su regreso. Al principio le gruñí y le dije: "No, no me toques". Pero enseguida, empecé a lloriquear (juro que no me pude contener) y dejé que me abrace fuerte y me diga: "Ya vuelvo", como si no supiera que va a tardar unos días.
Lloré un buen rato cuando se fue.
Ahora me ocupo de extrañarlo. Es una sensación tan triste como hermosa. Tu espera tiene una respuesta, que es el regreso. Y no importa cuánto se demore ese regreso, tu espera será un aquelarre de sensaciones. Vas a sentir una cosquilla permanente en el alma que te recordará tu rol de "esperador". También vas a sentir bocanadas de suspiros que, sin saber cómo, se escurrirán de tu corazón con intensidad, decisión y desparpajo. Sentirás que no tenés ganas de ocuparte demasiado en jugar o andar saltando por la casa porque tu trabajo es esperar. Y eso hace que en tu mente esté un solo rostro: el del ser humano que te tocó en esta vida. Y creo que si me hubieran dado la opción de elegir, entre muchísimas muchísimas personas, seguramente habría elegido a Pablo. Pero con soberbia de perro te voy a decir algo, diario: Pablo me escogió a mí entre muchísimos perros. Y creo que está feliz. Y que también me extraña. Aunque intuyo que no es un "esperador" como yo, sé que es un gran extrañador. Prontito llegará, abrirá sus brazos, me abrazará, me rascará la panza y sacará de su valija una pelota o un Osito 8. Y yo volveré a ser feliz plenamente.


* Maleta.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Intuición


Hola, diario. Tengo una intuición muy fuerte en el pecho. Cuando Pablo está trabajando y me deja solo un buen rato no gasto el tiempo, lo ocupo en pensar. Y me ocurre algo últimamente. Tengo la sensación de que algo va a pasar. En este año nos sucedieron cosas lindas y otras no tanto. Pero una corazonada muy fuerte me dice que algo va a pasar. Trato de decodificar esa sensación, pero no encuentro una respuesta muy clara. Ahí me sobreviene el pánico. Lo peor sería que Pablo se fuera a vivir con otro perro y que me deje solo aquí. Pero no es traidor y sabe que ni siquiera tengo manos para abrir la puerta, así que me tendría que ir. ¿Estará por comprarse todo ese lugar lleno de comida al que va una vez por mes y vuelve lleno de bolsas? Sería fantástico. ¿Nos mudaremos a algún lugar lleno de árboles donde mear a destajo y retozar panza arriba mientras las nubes cambian de forma? No creo. No hace mucho que vinimos a este lugar. Y no está nada mal. ¿Vendrán a vivir con nosotros Fina y Raúl? Estaría buenísimo. Acompañado todo el día y comida extra asegurada. Pero creo que Pablo es un poco salvaje, no creo que eso sea posible. ¿O será que vendrá con otro perro una vez más? Ahí me enojaría mucho. Basta de ser la pensión del minusválido. El único que tiene derecho a vivir aquí tranquilo sin compartir a su mejor amigo soy yo. Hay dos cosas que no se comparten: la comida y tu mejor amigo. (Como estoy castrado, te podés quedar con todas mis posibles novias.)

viernes, 26 de noviembre de 2010

Pasillos


Hola, diario. No te das una idea de cuánto me gustan los pasillos. Qué gran invento los pasillos. Cuando vivíamos en la casa anterior teníamos un pasillo corto que nos conducía desde la calle hasta el ascensor. Pero ahora no necesitamos ascensor porque estamos abajo de todo. En la tierra, como deben estar los seres con patas. Y desde nuestra casa hasta la calle hay un pasillo muy largo. Me fascina correr a toda velocidad por él. Claro, tiene sus riesgos. Los escuetos escaloncitos que hay por la mitad no son problema porque ya los tengo junados* y pego un salto antes de que aparezcan. El problema surge cuando el turro del portero ese que me cae muy mal, el tal Alejandro, lustra el piso. Ahí sí, cuando ocurre eso, me pego unas patinadas impresionantes. Las otras noches pasó algo de lo que me avergoncé muchísimo. El piso estaba muy patinoso y la velocidad me jugó una mala treta. Seguí de largo y me "tragué" la puerta de entrada. ¿Podés creer que en lugar de asustarse, Pablo y el vigilante se mataron de risa? Bueno, reconozco que debe haber sido gracioso. Yo pegué un pequeño chillido, pero después me incorporé y puse cara de "acá no ha pasado nada".
No me amedrentó eso. Cada vez que entro a algún lugar con un pasillo, tomo carrera y lo invado velozmente. Para eso están los pasillos.

*conocidos.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Matanza de pulgas


Hola, diario. Hoy vino Pablo con refuerzos para sacarme a los invasores de encima. Te confieso que es torturante. Te ponen una pipeta con un líquido espantoso, ácido, en distintos puntos del lomo. Justo allí donde no te lo podés sacar. A medida que ese líquido empieza a penetrar tu piel, sentís como una mezcla de ardor y picazón que te hace ir inquieto de un lado a otro de la casa, sin rumbo, propósito o destino. En unas 24 horas se hace efectivo y todas esas desgraciadas empiezan a morir de a poco. Siento cómo se van cayendo y van dejando de existir. Las imagino gritando, revolcando y sin fuerzas como para salir corriendo a invadir a otro perro.

Ya te conté alguna vez. Apenas Pablo menciona la palabra "pulguitas", así como en un tono muy infantil... yo me desespero. Pero porque me dan ganas de decirle: "¡Sí, pulguitas, tengo pulguitas! ¿Por qué te pensás que me rasco todo el tiempo?". Y cuando aparece con la pipeta salvadora, me dice: "¿Vamos a matar a las pulguitas?". Y ahí entro en desesperación porque, felizmente, sé que esas guachas van a morir pronto, pero también porque el proceso te genera un cosquilleo para nada placentero.

Como recuerdo, hoy me quedaron dos enormes ronchas en mi pancita y otra en mi pata. Un disgusto con final más o menos feliz.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Estoy habitado


Hola, diario. Hay seres que caminan por mi cuerpo. Todo el tiempo. No solamente puedo sentirlos, puedo oírlos. Son seres vivos, muy vivos. Tan vivos que, cuando comienzo a rascarme, se mueven hacia otro flanco donde no puedo llegar con mi pata. Confieso que hay momentos en los que la desesperación me sorprende e intento acabar con ellos a los mordiscos. Pero termino mordiéndome a mí mismo y embadurnando mi pelaje con mi propia saliva.
Quiero identificar por donde vienen, adónde se instalan. Pero no lo logro. Sólo los siento. Hasta tengo la sensación de que juegan, hablan, hacen el amor, sobre mí, en mí, entre mi siempre ponderado pelaje. Pero sobre todo, comen. ¿Y sabés qué, diario? Creo que me comen a mí. Ya me di cuenta de que tengo picaduras. Esos seres te chupan la sangre.
Estoy precupado, diario. Tengo miedo de quedar consumido a un felpudo sin tripas si esto sigue así. Porque viste que los depredadores comienzan por la sangre y siguen por las tripas. Y, mientras tanto, hacen que te olvides de tu corazón. Por lo tanto, no te das cuenta y estás subordinado a ellos, sos una víctima, se volvieron ocupas de vos. Es difícil zafar de ellos, pero pienso que se puede. Lo que pasa es que a veces no te llegan las patas para rascatarte justo en el lugar donde te lastiman. Pero debe haber alguna fórmula. Alguien tiene que aparecer para ayudarte y liberarte de esos seres que intentan construir ciudades en vos mismo. ¡¡¡Me colonizaron, diario!!! ¡¡Soy multitudes, diario!! Estoy frito.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Pequeño manual instructivo para recibir caricias

Hola, diario. Yo sé que cuando me pongo panza arriba intimido. Es que no me puedo contener. Seguramente vos tomás agua y te alimentás para sobrevivir. Bueno... yo también lo hago. Pero, además, yo necesito que me mimen. Creo que si no me muero de tristeza. Tengo dos tácticas para recibir caricias constantes. La primera es acosarte con mi hocico. Busco tu mano y le doy un sacudón brusco para arriba con mi hocico de manera tal que caiga de canto sobre mi cabeza. Así, sin que te des cuenta, te obligo a que me rasques la cabeza. Uy qué placer... Vi que los humanos se acarician en la cara. Cuando me acarician la cara me siento persona y me encanta. Puedo quedarme horas así. Y si se te ocurre deslizar un poco tus dedos y rascarme la base de la oreja o detrás de ella, puedo quedarme inmóvil durante horas. Algunos se ríen porque ese comienzo de caricias, a veces, hace que me vaya derritiendo de a poco. Me flaquean las patas y termino en el piso. Claro que eso puede generar el final de las caricias porque algunos vagos no se quieren agachar. Ese sistema da resultado la mayoría de las veces. Pero siempre hay alguno al que le parece prepotente mi pedido de cariño. Cuando eso ocurre, recurro a la táctica número dos: me tiro al piso panza arriba. Imposible no sacarle una sonrisa al más amargo. Hasta aquellos que tienen entre diez y quince años y ya no se pueden agachar por el dolor de cintura, lo hacen para rascarme la panza. Qué placer. Eso sí que es vida. Pablo dice que parezco un pollo muerto cuando me tiro así. ¡Qué delicia cuando me rascan la panza y el pechito! A veces hago el truco de tirarme panza arriba cuando hay más de uno. ¡Te rascan a cuatro manos! ¡Mejor que el Shiatzu ese que hace Pablo! Eso sí, no me rasques en la base de mis costillas porque empiezo a hacer guitarrita. Me da unas cosquillas impresionantes.

O sea, diario... si te dan ganas de que te acaricien sin parar, tirate panza arriba en el piso y siempre aparecerá alguien para hacerlo.... o por lo menos, para preguntar qué te pasó.


jueves, 4 de noviembre de 2010

Molina ahora es Morgan


Hola, diario. Ayer vino a visitarnos nuestro amigo Alejandro con Molina. ¿Te acordás? El pibe ese que Pablo encontró y que estuvo pensionado en casa por unos días... Ahora tiene familia. Está muy feliz. Parece que le encanta estar panza arriba y que se la rasquen. Lo aprendió de mí. Parece que le encanta jugar con ositos de peluche. Lo aprendió de mí. Parece que le encanta subirse a la cama y dormir con las personas. Lo aprendió de mí. Parece que no tira con la correa cuando camina. Lo aprendió de mí. Pero parece que ya rompió tres pares de zapatillas. Eso no lo aprendió de mí.
Qué gracioso. Lo recuerdo cuando salíamos a hacer pis por el barrio. No sabía levantar la pata y meaba sentado. El pibe me comenzó a observar y a copiarme. Aprendió despacito. Al principio se caía y no podía mantener el equilibrio. El día en que pudo mear bien con la pata levantada tuve el impulso de aplaudirlo. Pero no soy foca y me mantuve indiferente. No vaya a ser cosa de que se creyera que éramos hermanos.
Alejandro nos mostró algunas fotos de Molina con sus hijos. Ahora no se llama más Molina. Le pusieron Morgan. Confieso que tiene un nombre con más personalidad.
Yo le tenía un poco de antipatía, pero la verdad es que me puso muy contento saber que con un poco de esfuerzo, sin mirar al costado, uno puede hacer feliz a alguien. Sólo hay que estar atentos.

lunes, 1 de noviembre de 2010

En las buenas y en las malas



Hola, diario. Hace cinco días que Pablo está muy triste. Creo que si tuviera rabo, lo tendría todo el tiempo entre las patas. Sus orejas siguen en el mismo lugar, pero no sabés lo que es su cara... me parte el alma. Al principio no sabía qué hacer. Fui a buscar a Osito 4 y se lo dejé en los pies para que juguemos, pero no había forma. Como si nada. Comencé a darle vueltas desesperado para correr y jugar al "te atrapo, te atrapo", pero tampoco. Estaba inapetente de juegos.
También me paré frente a él y lo miré fijo para preguntarle qué le pasaba, pero su pena era tan grande que no pudo transmitirme nada más que esa impresión, sin explicaciones. Sentí que no eran necesarias, así que me limité a darle mi mano.
Me desespero porque no quiero que sufra. Es mi mejor amigo, mi hermano pelado de dos patas. Si me pidieran que entregue mi olfato por él, lo haría sin dudarlo. A veces despide agua de sus ojos y lanza unos suspiros que me hacen temer que se le escape el alma por los poros. trato de estar atento y le limpio el agua de la cara cada vez que sale. Pero a veces parece que le estuvieran bañando la cabeza de adentro para afuera de la cantidad de agua que larga. Me desespero y no paro de lamerle la cara hasta limpiarle esa catarata de lágrimas. Yo le tengo paciencia. Él se sienta en el sillón grande a mirar la tele y yo hago lo mismo, a su lado, para competir con esa pena que lo abraza y se empeña en quedarse ahí. Yo me quedo sentadito, lo más tranquilo posible (sabés que me cuesta), pego mi cuerpo al de él, le doy mi mano y pongo mi cabeza sobre su brazo. Así lo convenzo de que deje a la pena un rato o, por lo menos, que la comparta conmigo. Lo logro porque cuando ocurre eso me abraza y nos quedamos los dos así un buen rato. Sólo interrumpo nuestra tristeza para limpiarle la cara. Quiero que tenga confianza en mí y no me separo un instante. Comprobé que, cuanto más cerca suyo estoy, más se recupera. Es como que cada abrazo mío lo cura un poco (¿seré algo así como un veterinario del afecto?). A medida que pasan los días, la pena se aleja y, de a poco, vuelve a ser el Pablo de siempre. Algo ocurre con la tele. A veces la enciende y vuelve a visitarlo la tristeza. Pero ahí estoy yo para rescatarlo. Comprobé algo que sospechaba desde hace mucho tiempo: el cariño sana. Eso lo sospeché una vez que la pelirroja de la plaza me mordió. Me dolió mucho el costado de mi lomo, donde me hincó los dientes, pero Pablo no sólo me curaba sino que ponía su mano sobre mi herida y me hablaba. Esa actitud de amor hizo que el dolor y el susto desaparezcan rápido.
Yo puedo hacer lo mismo. Y más. Creo que los perros podemos curar las penas del alma. Es una teoría que acabo de comprobar. Estoy feliz de que así sea.

jueves, 21 de octubre de 2010

Ojos


Hola, diario. Me encanta cuando Pablo guiña el ojo. Está ocupado o haciendo algo y, de pronto, gira la cabeza, me mira y cierra un ojo. Cuando recién lo conocí no entendía bien qué le pasaba. Por momentos pensaba que se le iba a caer el ojo o que se le había metido una pulga. También pensé en que se le podía haber muerto la mitad de la cara. Pero no, cada vez que cerraba un ojo, el rostro se le ponía más vivaz. Lo observaba muy bien cuando hacía eso hasta que me di cuenta de que se trataba de complicidad. Cuando me guiña el ojo me está saludando, me dice "¿entendés?" o me hace cómplice de algo que está comiendo o que está por hacer. Qué maravilla la capacidad de movimientos en la cara que tienen los humanos. Me encantaría guiñar el ojo o sonreír. Pablo dice que no me hace falta, pero me gustaría. A veces, cuando me guiña el ojo, trato de hacer lo mismo, pero no me sale. Cierro los dos. Igual, a Pablo le emociona todo lo que hago. Así que, cuando él cierra un ojo, yo cierro los dos. Y esa es nuestra señal de complicidad. Con esa cerradita de ojos, nos decimos muchísimas cosas que llevarían mucho tiempo en palabras.

sábado, 2 de octubre de 2010

Cruzar


Hola, diario. Ayer una señora me felicitó en la calle. Le resultó simpático que espere a que pasen los coches para cruzar la calle. La miré con autosuficiencia. Pero lo cierto es que no nací sabiendo que si un coche te pasa por encima cruzás el umbral ese que te convierte en angelito.
Cuando llegué a la casa de Pablo y comenzamos a salir a pasear, no sabía de ese peligro y, cada vez que llegábamos a la esquina, me lanzaba a lo lo loco para cruzar corriendo. Pero quedaba ahorcado porque Pablo se plantaba en la esquina y enroscaba la correa para que me quede con él. Yo no comprendía porqué hacía eso de quedarse parado en lugar de correr y ganarle a esos monstruos con ruedas. Yo estaba seguro que, por velocidad, les podía ganar. Pero no, no me dejaba. Un día, quise hacer lo mismo y tiré de la correa... y me solté. No llegué a cruzar. De pronto, vi cómo una camioneta enorme venía hacia mí y el miedo me paralizó. Me planté en medio de la calle, hecho un ovillo. En ese segundo escuché cómo gritaba Pablo. En ese instante pensé que no lo vería nunca más. Pensé que podría encontrarme con Zsá Zsá y con el linyera que estuvo un día asilado en casa. Todo en un segundo del mayor pánico que sentí en mi vida. La camioneta frenó a sólo centrímetros de mí. Sentí el calor que irradiaba ese monstruo gigante que me había tapado con su sombra. Largué unas gotas de pis. Giré un poco la vista y vi que Pablo estaba pálido y cruzaba la calle desesperado, sin mirar, como yo. El tipo de la camioneta lo insultó, pero él ni siquiera lo miró. Me tomó del collar y me llevó casi arrastrando hacia la otra vereda. Creo que sentía más pánico que yo. Me retó muchísimo y hasta me pegó un chirlo en la cabeza. Podía sentir cómo su energía estaba desbordada. Sentía mi cuerpo como de cera, derritiéndose ante ese fuego de bronca, miedo e indignación que tenía mi mejor amigo. No pude escuchar todo lo que me decía, pero me asusté. Luego, en unos segundos, se calmó y me abrazó muy fuerte. Me apretó. Ahí me tranquilicé y sentí que estaba en la tierra otra vez, con la seguridad de todos los días.
Bueno, te cuento esta "casi tragedia" para explicarte porqué aprendí a cruzar la calle. A partir de ese momento, Pablo también entendió que yo era un "sacado", así que decidió enseñarme la regla fundamental de tránsito urbano: parar en la esquina cuando pasan los coches.
Cuando estamos por llegar a la esquina comienza a enroscar la correa, para que me quede bien cerquita a él. Se detiene medio metro del cordón y me dice: "Vení". Lo observo de reojo y me quedo paradito junto a él, hasta que ese aparato que cambia luces nos indique que tenemos permitido avanzar. Cuando eso ocurre, Pablo dice: "Vamos", y afloja la correa. Es una fórmula perfecta. Vos podés cruzar muy orondo la calle y ver cómo esos monstruos con ruedas se quedan detenidos observándote, con sus narices calientes y reprimiendo ese deseo de pasarte por encima y dejarte hecho jirones.
A partir de ahí, el "vení" y el "vamos" se convirtieron en ley para mí en la calle.
Así que te lo recomiendo, diario. Si tu mejor amigo enrosca tu correa y te dice "vení" en la esquina, confiá en él. Nadie te va a pasar por encima.

martes, 21 de septiembre de 2010

Comemos raro


Pablo se ríe de la forma en que como. Es que me recuesto en el piso para comer. No entiendo por qué le causa gracia. Si podés comer acostado o sentado, por qué comer parado. Entonces, yo como semiacostado, con la panza en el suelo. Además, no tolero comer solo. Siempre lo llamo y lo obligo a que vaya a la cocina y espere un poquito a que termine. Mientras mastico, lo observo de reojo porque me siento seguro de ese modo. El problema está en que, a veces, Pablo tiene cosas que hacer y va y viene permanentemente de la cocina a la computadora. Sobre todo cuando se le da por tomar mate. Qué ceremonia tan cansadora: ir y venir llenando un recipiente de agua caliente. Cuando hace esas cosas, aprovecho para comer un bocado y luego, lo sigo adonde vaya, masticando lo que me queda en la boca. Así, voy y vengo, comiendo pequeñas porciones. Es que, en realidad, no me quiero perder nada. Entonces quisiera estar en todos lados al mismo tiempo. Acompañarlo a él en su escritura, pero sin moverme de mi plato de comida. Es más o menos lo que hace él. Muchas veces lo vi comiendo una milanesa o un sándwich, mientras va de un lado a otro. Se corta un pedazo enorme de milanesa, se lo mete en la boca y sigue haciendo sus cosas, ahí de aquí para allá. Mientras, yo lo sigo por todos lados, babeando. Porque el muy egoísta, me da un bocado recién cuando está a punto de terminar.
Y bueno… comemos raro. Qué va’cé.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Ausencia


¡¡¡Hola, diario!!!
Perdón por mi ausencia de varios días. ¿Podés creer que Pablo se volvió a ir de viaje? Esta vez me asusté más que nunca. Cuando comenzó a armar la valija* y a guardar toda su ropa favorita, me empecé a deprimir. Y cuando vi que se cepilló los dientes y también guardó esos utensilios, ahí comencé a inquietarme. No sé porqué se me puso en la cabeza que se iba de casa para irse a vivir con el tal Molina. No podía tolerar esa imagen, de él, paseando con el enano ese engreído, con su correa nueva. Antes de irse hice escándalo. Le actué una película de llorar. Ya con su camperita*, impune, con su valijita en la mano, me acerqué, con las orejas caídas y mis ojos más tristes y comencé a lloriquear. Logré que sobre su enorme campera, se ponga un traje de culpa inmenso. Por unos minutos, pensé que se quedaría. Pero no. Me dio una golosina, unos cuantos besos y se fue.
Todos estos días, te confieso que no lo pasé mal. Estuve con Verito, la sobrina de Pablo, que se quedó a vivir conmigo. Todo el tiempo acompañado. Se iba a lo de su madre María Elena, o a lo de Fina y Raúl, o a lo de alguna amiga, y me llevaba. Compartimos todo. Por momentos pensé que lo mejor sería que Pablo se quede con el enano Molina. Que mi vida sería mejor con Verito.
Pero a medida que los días pasaban, me empecé a poner un poco triste. Estaba fantástico, pero me faltaba algo muy importante en mi vida. ¡Qué contradicción! Extrañaba a Pablo y no quería tener ese sentimiento de amor con ese supuesto traidor.
Por eso mi ausencia en la escritura. No tenía ánimos, diario.
Ayer sentía que algo iba a pasar. Me agarró ese sentimiento indescriptible de saber a Pablo cerca. Tenemos una conexión casi telepática. Finalmente llegó, con su valijita más pesada y sin su culpa encima. Lo olfatee y no... no tenía rastros de haber estado con Molina. Es más, no pude reconocer bien los olores que tenía. Creo que estuvo muy lejos. Cuando corroboré eso, me tiré encima suyo y le di tantos besos que le gasté la cara. "¡Basta, no soy un helado!", me decía mientras se cagaba de risa. Nos tiramos al piso de la alegría.
Luego, me zambullí en su valija y, efectivamente, tenía un regalo para mí. Un perrito de juguete. Un perrito hediondo. No me gustó. Y se lo hice saber. Lo mordés y hace ruido. Ladra. No, no no, a mí dejame con Osito 4.
Ahora extraño mucho a Verito. Su compañía permanente, sus juegos, sus paseos... Ay, ya sé. Soy un ciclotímico inconformista.


* Maleta.
* Chaqueta.

lunes, 30 de agosto de 2010

Papelón escatológico


Hola, diario. Soy un inmaduro. Pablo me retó y tiene razón. Ayer vino a casa alguien. Alguien especial parece. Podía percibirlo. Pablo estaba con la adrenalina por las nubes, iba de un lado a otro acomodando cosas y hasta preparó una rica comida. Y vos sabés que soy un poco celoso. No pude soportar que le preste tanta atención a otro ser que no sea yo. Estaba como embobado. Sus ojos se perdían en otros ojos y ni siquiera tuvo la gentileza de darme un pedacito de lo que estaba comiendo. Durante toda la cena hice todo tipo de cosas como para llamar la atención. Traje a Osito 4, la pelota, la pelota con soga, un almohadón de la habitación (de esos prohibidos) y hasta me robé un calzoncillos de un cajón y entré en el comedor sacudiéndolo con mis dientes. Me tuvieron que perseguir para que lo suelte. Pablo estaba irritadísimo. Conseguí que me dieran un poco de lo que estaban comiendo y me calmé un poco. Riquísimo. Una carne muy condimentada, con papitas y queso fundido. Un manjar. A mí no me cocina nunca eso.
Claro, mi estómago no está acostumbrado a ese tipo de condimento, así que, en pocos minutos, algunas bombas empezaron a estallar dentro de mí. Pablo se puso como loco. Encendió un sahumerio y creo que hasta tuvo ganas de echar matamosquitos como para apaciguar ese aroma tan horrible que salía de mi ser. Juro que no lo pude controlar. Bueno... hubiera podido controlarlo un poquito, pero me divirtió el asunto.
Creo que le arruiné los planes. Sí, soy un egoísta.
Pero dormí solito, a sus pies sin nadie que estorbe.

viernes, 20 de agosto de 2010

Adoptado


Hola, diario. El tal Molina se fue. No lo aguantaba más. Ese afán gratuito de agradar y esa energía permanente me sacaba de quicio. Todo el tiempo quería jugar. ¿Sabés lo que es estar acostado descansando y que un chico esté todo el tiempo saltando a tu alrededor? Por favor, no estoy para eso. Además, se hacía el guardiancito. Alguien se arrimaba a la puerta y se ponía a ladrar como loco. ¡No te pagan como vigilancia, pibe! Además, se adueñó de un osito de goma que hace ruido al que siempre odié. Pablo me lo regaló un día para jugar al "andá a buscarlo" y nunca le di pelota. A él le encantaba. Obviamente se lo regalé. Lo peor de todo es que Pablo se había empezado a encariñar. Yo me daba cuenta que lo alzaba y le daba besitos. Lo hacía cuando yo no lo veía. El martes estuve todo el día sin hablarle por eso. Además, a la hora de desayunar, cortaba un pedacito de medialuna y me lo daba a mí, y después le daba otro a él. Psss...
El sábado hicimos casting de dueños. Vinieron muchos amigos nuestros a casa. Molina hizo bien su papel y fue carismático con algunos. Hubo dos o tres que casi se quebraron, pero finalmente no se decidieron. El muy tonto hizo papelones de chico. ¿Podés creer que se prendió de la pierna de varios? Inmaduro.
Pero llegó el día. Ayer, cuando se lo llevaron, vi que a Pablo le salía mucha agua de los ojos. Lo alzó y le dio muchos besitos y el pobre enano, cuando se iba, giraba la cabeza para mirarnos. Yo le decía: "Andá, andá que vas a ser feliz". Y creo que tengo razón. Se fue con una familia hermosa. Un amigo de Pablo, que tiene una compañera de vida, tres hijos y un gato. Si le agarran ganas de jugar, va a tener seis opciones para hacerlo.
Aquí quedó su olor. Y hoy cuando lo sentía, me puse a pensar en cómo la vida te puede sorprender. De pronto, estás con el hocico metido en la basura y la providencia te coloca, por arte del corazón, con el hocico en un manjar. Es un golpe de suerte, sí. A algunos les llega y a otros no. Él estaba relajado, inocente, caminando la vida, distraído. Y la suerte lo atrapó. A mí me pasó algo similar. Tal vez haya que relajarse. Ya sé, ya sé... No es fácil

viernes, 13 de agosto de 2010

Molina


Y seguimos con el perrito huérfano en casa. Por suerte, Pablo le pone límites a este chico. Por ejemplo, no lo deja subir a la cama. Y está muy bien. Ahora se le está yendo la vergüenza. ¿Podés creer que lo adora a Pablo? Hasta lo abrazó. Lo vi y no lo podía creer. Yo no le hablo. A ninguno de los dos. ¿Sabés por qué? Pablo le puso nombre. Estamos en problemas. Resulta que el enano este se llama Molina. No sé por qué le puso un nombre tan extraño. Yo lo estuve oliendo y vino fallado. Tiene un solo huevo y hace pis sentado. Por eso debe ser que es tan menudito y chiquito. Salimos a caminar a la calle y tiembla de frío. Cuando entramos a casa, queda sumido en un éxtasis del que no puede parar. Corre por todos lados y salta como un canguro. Pobre pibe... Tiene una felicidad impresionante. Y no tiene idea de que ESTE NO ES SU HOGAR. Es un inquilino. De todos modos, te cuento esto y me enternece verlo ahí sentadito en mi puf favorito, abrazado a Osito 2, que ya no tiene cabeza. Anda por todos lados con Osito 2 entre los dientes. Es una criatura. Lo que me sacó de quicio es que en plena noche, el Molina este, sigilosamente, se subió a la cama. Yo no sabía qué hacer. Si gruñía o ladraba, Pablo se iba a despertar. El muy pillo, me miró de reojo y se acostó hecho un bollito, en las piernas de Pablo. Él duerme como un tronco y nunca se enteró. Así estuvo horas. Después, se estiró todo y quedó con la panza pegada en las patas de Pablo. Yo no pegué un ojo. Me quedé en vigilia porque no podía creer la desfachatez de este pibe. A la mañana, apenas sonó el despertador, levantó la cabeza con cara de "yo no fui" y se bajó de la cama con la cola entre las patas. Aunque lo odio, hay algo en él que me provoca ternura. Cuando lo acarician o le hablan, cierra los ojos. Un romántico. Creo que cuando lo adopten, voy a regalarle a Osito 2 para que se lleve un buen recuerdo. Pero espero que lo adopten pronto. ¿Escuchaste, diario?

miércoles, 11 de agosto de 2010

¡Adopción, adopción, adopción, adopción!


Hola, diario. En realidad, el enano es buenísimo. No jode, se porta bien y no es invasivo. Bah... Sí, le encanta sentarse un rato en cada sillón de la casa.
El pibe no lo puede creer... Hace dos días andaba revolviendo las bolsas de basura y esquivando colectivos* y ahora tiene sillones, canastas, alimento balanceado, juguetes y sobras de comida riquísima.
Anoche Pablo probó dejarnos solos un buen rato. No rompimos nada, pero hicimos competencia de meadas. Yo marqué la porción más grande del living para mí.
Es que hay demasiada testosterona en esta casa. No podemos convivir todos. Uno se tiene que ir.
Ah... te recuerdo: ESTÁ EN ADOPCIÓN.

* Autobuses.

martes, 10 de agosto de 2010

¡Adopción, adopción!


Estoy podrido, diario. Esto no es vida. ¿Vos podés creer que anoche Pablo volvió a casa con un perro? ¡¡Y lo traía en los brazos!! Es un bajón. Es el tercer perro que trae a casa. Digo yo: ¿no podemos vivir tranquilos nosotros dos? Es un petiso hediondo... un pibe*. Tendrá un año como mucho. Como siempre, primero se hizo el sumisito, pero hoy el enano insolente se quiso hacer el lider. Encima es un ordinario. ¿Podés creer que meó en medio del living?
A mí Pablo me tiene podrido con este tipo de actitudes. ¡San Francisco de Asís se murió, Pabloooo!
A través tuyo, diario, quiero hacer un pedido a la comunidad: Por favor, que alguien tenga la bondad de adoptar a este enano. Los dos no podemos vivir en el mismo lugar.

*Chico.

miércoles, 4 de agosto de 2010

Comida cara


Hola, diario. Estoy un poco indignado. Me cambiaron la comida. ¿Vos podés creer que Pablo me quiere engañar con ese tema? ¡¿A mí, a su mejor amigo?! Anteanoche, tardó en llegar un poco más de lo acostumbrado, o sea, me estaba meando y muriendo de hambre. Cuando me paré frente a mi platito esperando que lo llene, como siempre, sacó un puñado de la enorme bolsa a rayas y me dio de comer. Sin demostrar demasiada desesperación, para que no se preocupe, empecé a devorar todo y sentí un sabor distinto en algunos bocados. Bueno, lo dejé pasar porque el hambre pudo más.
Ayer, cuando llenó mi plato a media mañana, para desayunar juntos, observé todo mucho mejor. La bolsa a rayas estaba casi vacía y sacó los últimos puñados, del fondo. Pero luego, tomó otro puñado de otra bolsa distinta, que tenía una enorme foto de un perro feliz. Cuando la probé, me di cuenta inmediatamente. ¡Me estaba cambiando la comida y me la mezclaba! Lo miré indignado. Fijamente. Le dije: "¿Vos te creés que yo soy boludo, que no me doy cuenta?". Creo que me entendió. Pero no había vuelta atrás. Traté de frenar mi disgusto y comencé a saborearla. Te confieso algo, diario, está riquísima también. Sólo que me molestó un poco que trate de engañarme. Soy perro, no soy paloma.

viernes, 30 de julio de 2010

Un tropezón puede ser caída


Hola, diario. A veces admito que soy muy bruto. Cuando suena el timbre, me encanta salir corriendo a toda velocidad por ese pasillo largo que conduce a la puerta de entrada y pegarle un salto de bienvenida a quien llega. Tengo dos tipos de saludo. Primero pego el salto bien alto y te doy un beso en tu hocico. Luego, a medida que vamos avanzando, vuelvo sobre mi eje corriendo y pego un salto más chico, pero más potente, empujándote con mis patas delanteras. Me encanta. Pablo dice que parezco un rugbier. No sé qué tipo de animal es ése, pero si Pablo me dice así, debe ser precioso.
Ayer vino a cuidarme Raúl. Viste que yo tengo la convicción de que ya debe tener unos 16 o 18 años. Pero como es tan simpático, me olvido de su vejez y me encanta invitarlo al patio a jugar. Estuvimos jugando al "te agarro, te agarro" y luego le presté a Osito 4, para hacer que peleamos por él. Tanto tironeamos que el pobre Raúl se cayó. ¡Qué disgusto, diario! No se podía levantar. Estaba vivo porque me miraba y hablaba. Me quedé lamiéndole la cara para que se ponga de pie, pero no podía. ¡Ay, qué miedo! Por un momento pensé que habría que sacrificarlo. Sería terrible. ¿Cómo se lo explicamos a Fina?
Por suerte, nos vio la vecina de arriba, que llamó al portero. Abrió la puerta y lo ayudó a levantarse. Raúl puede caminar lo más bien, pero creo que le duele todo.
Prometo no ser tan bruto con la gente mayor.

jueves, 22 de julio de 2010

Enfermo



Hola, diario. Llegué a la conclusión de que los seres humanos no se mueren de moquillo. Anoche Pablo tosió y estornudó bastante, pero cada uno de esos sonidos desagradables me alegraban porque me daban una señal de que estaba vivo. Durmió sentado como una paloma pobrecito. De todas formas, no me quedé despierto toda la noche, como ayer. Pero mi sueño fue intermitente y traté de estar cerquita suyo por si me necesitaba.
Si le vieras la cara... pobre pibe. A la mañana sonó el timbre y llegó el veterinario. Obviamente le ladré cuando llegó (detesto a los veterinarios). No me gustó nada cómo toqueteó a Pablo. Le hizo sacar la remera y le puso en el pecho un coso frío que tenía colgado con unas cuerdas, desde las orejas. Un espanto. Le gruñí. Pablo me retó. Luego vino lo peor. Abrió una valijita pedorra que traía y sacó una aguja enorme, como la que usan cuando me vacunan. No quise permitirlo y me interpuse, pero Pablo me echó de la habitación. Inentendible. Yo estaría orgulloso si me defienden. Desde afuera pensé: "Ma sí... si querés que te pinchen, jodete".
El veterinario se fue y, cuando lo despedimos, aproveché para hacer una meadita en el árbol más cercano.
Parece que la vacuna le hizo bien a Pablo porque ahora tose menos. O le sacaron el moquillo o, definitivamente, en las personas no es una enfermedad que los mate.

miércoles, 21 de julio de 2010

Moquillo


Hola, diario. No sabés qué disgusto estoy pasando. La lluvia de los otros días enfermó a Pablo. Se la pasa haciendo ruidos raros y estornuda sin parar. Tengo miedo de que se haya pescado moquillo. ¡Tiene una cara! Parece llovida su cara. Anoche creo que deliró un poco. Me acerqué a olfatearlo y estaba hirviendo. Me quedé bien pegadito a su lado para ayudarlo con mi energía. Creo que le hizo bien porque, en un momento, volvió a su temperatura normal, aunque no dejó de moquear. Me pasé toda la noche despierto. Ay, no podría soportar otra muerte en la familia. Si sigue así, mañana llamo al veterinario.

martes, 20 de julio de 2010

Feliz Día del Amigo


Hola, diario. ¡Feliz Día del Amigo! Con esa frase se despertó hoy Pablo y me dio un abrazo más fuerte que de costumbre. Hicimos la rutina de siempre, pero con mejor humor. Fuimos a la cocina, tomamos unos mates y no sólo me convidó de sus galletitas con queso untable, sino que me hizo dos para mí. Lo mejor vino después. Me agarró del cuello con fuerza, me apretó, me dio muchos besos y, de un armario, sacó un hueso enorme para mí. ¡Qué lindo festejar así el Día del Amigo!
Lástima no haberlo sabido, así le regalaba algo. Me sentí en deuda. Comencé a dar vueltas por todos lados, pero no sabía qué darle... Encontré a Osito 4, lo miré con cariño a los ojos, lo tomé con los dientes y se lo regalé a Pablo. Creo que se puso contento. Le di el mejor de mis juguetes. Está un poco babeado, lo sé, pero le dediqué muchas horas de juego y amor.
Está bueno esto de tener un "mejor amigo". Mientras saboreaba el hueso, me puse a mirarlo a los ojos y a observar todo lo que hacía. Quise decirle que podía contar conmigo para lo que quisiera, que yo nunca me voy a mover de su lado. Cuando es la hora de cagarnos de risa, nos cagamos de risa. Cuando es tiempo de tristeza, le daré mi patita y lameré sus lágrimas para que no se sienta solo. Pero siempre, siempre, siempre, caminaré a su lado. Me puse a pensar otra vez en eso del acantilado. Qué pasa si un día le agarra moquillo, enloquece, y se tira por un acantilado... y bueno, tendré que ir detrás de él.
Lo quiero tanto.

lunes, 19 de julio de 2010

Charcos


Hola, diario. Estos días de frío y con tormenta no colaboran para que uno esté contento. Sé que a Pablo le cuesta sacarme a pasear cuando el clima está así. Él se llena de abrigos, pero a mí me gusta andar en bolas, aunque haga frío. No me importa mucho mojarme. Y contento o de malhumor encuentro un placer especial en mojar mis patas en los charcos que se hacen en las veredas*. Mojarte las patas ahí es sentirte libre, sentir que tenés medias* frescas, vestir tus patas de tierra. Dentro de un edificio te ves como un ser humano. Los charcos de lluvia te devuelven un poco a la naturaleza y te ensucian con partículas de salvajismo. Entonces caminás como un señor, con toda la libertad a cuestas, chorreando ese regalo del cielo.
Pablo detesta eso porque, cuando entramos a casa, me tiene que secar con una toalla. Con las patas es más estricto. Me las limpia con papeles y, si están muy embarradas, directamente me las lava. Internamente le pido disculpas, pero quién me quita ese placer de que la lluvia y yo seamos uno solo, por un ratito.

*Aceras.
*Calcetines.

viernes, 16 de julio de 2010

Se murió Zsá Zsá


Hola, diario. Estamos tristes. Zsá Zsá, finalmente, atravesó el umbral que te lleva a ese otro lugar. Estaba muy enferma y la familia prefirió que todo ocurra naturalmente.
Ayer a la mañana, muy tempranito, sonó el teléfono. Pablo atendió y el diálogo fue muy corto, duró segundos. Cortó la comunicación, se mojó el pelo y se vistió rápidamente. Me puso la correa y salimos a la calle rapidísimo. Apenas me dio tiempo para hacer pis. Dentro del taxi intui que había algo que no estaba bien. No hablamos en todo el camino. Ni siquiera saqué la cabeza por la ventanilla, como me gusta. Me limité a sentarme a su lado y a observarlo de reojo. Y sin que se diera cuenta, apoyé parte de mi lomo sobre su cuerpo, para compartir un poco de mi energía.
Cuando llegamos, Fina era un mar de lágrimas. Y Raúl estaba sentadito en un sillón, cabizbajo. Cuando me vieron, pude robarles una sonrisa a cada uno. Me sentí útil.
En la habitación, en la cama, estaba Zsá Zsá, sin moverse. A su lado, María Elena la acariciaba. "¿Estás segura de que está viva?", preguntó Pablo. Yo sabía muy bien que sí. Pablo comenzó a quebrarse y le empezó a decir cosas muy lindas a Zsá Zsá. Ella estaba tiesa, dura, con su pelaje prácticamente pegado al cuerpo, muy flaca y con la boca semiabierta. Creo que será la imagen más triste y fuerte que haya visto en mi vida.
Estoy seguro de que ella no se dio cuenta de que estaba yo. Pero sabía muy bien que estaba Pablo. De pronto, entró Fina a la habitación y le dijo a Pablo, entre sollozos: "Te está esperando". Él la miró incrédulo, pero yo supe muy bien que ella decía la verdad. A los pocos minutos, mientras Pablo le hablaba y la acariciaba, Zsá Zsá esbozó un maullido rasgado, estiró una de sus patas delanteras y la apoyó en el brazo de Pablo. Con sus manitos, apenas sacando sus uñas, se aferró a él. A los pocos segundos, se hizo pis y su cuerpo se vació de Zsá Zsá. Supe muy bien que ella seguía allí, pero en el aire. Me eché al piso y traté de cerrar los ojos y verla. No pude, pero sabía perfectamente que nos estaba observando y que, ahora, estaba bien. Por fin, Zsá Zsá podía volver a correr y a pelear a los demás animales por sus celos.
Todos lloraban. Menos yo. Pablo la envolvió en una manta, se la dio a Fina y la meció un buen rato, mientras le hablaba. Pero Zsá Zsá ya no estaba ahí. Eso fue Zsá Zsá. Al rato Pablo y Raúl se la llevaron envuelta, pero yo me quedé con Fina y María Elena.
Traté de consolarlas, como pude. Mi mente estaba muy ocupada tratando de analizar qué había pasado. ¿Adónde se fue Zsá Zsá? Se murió, sí. Pero adónde estaba ahora. Mariela dijo que "en el cielo de los gatos". Yo sabía muy bien que no era tan así. Estaba en un lugar mejor. Por siempre, Zsá Zsá estará acompañando a Fina y a Raúl. Y algún día se encontrarán, cuando ellos también pasen ese umbral y puedan moverse como cuando eran jóvenes. El pensamiento me originó ganas de sonreír.
Zsá Zsá no fue muy buena conmigo, pero le dio amor a aquellos que la querían. Esperó a mi Pablo hasta que pudo, se despidió y luchó por su vida. Ella está en el cielo de los buenos.
Quisiera poder decirle a Fina y a Raúl que pueden visitar a Zsá Zsá cuando quieran. Con sólo recordarla desde lo más profundo, podrán estar con ella, acariciarla y consentirla como siempre. Sé que será así y ellos lo harán. Sólo con el olvido se muere.
Estoy orgulloso de mi familia.

sábado, 3 de julio de 2010

Mundial


Hola, diario. Hoy jugó nuestro equipo. Pablo quiso que lo veamos juntos por la tele. Nosotros dos. No invitamos a nadie. Viste que mucho no me puedo concentrar... pero lo vi de a pedacitos. No nos fue nada bien. De a poco, vi cómo Pablo se iba enojando cada vez más. Gritaba mucho y su ceño se fruncía tanto que temí que se convierta en perro. Con un tono muy feo decía cosas como "lora", "parió", "pelotudo"... y tantas otras. Por momentos me quedé observándolo porque, frente al televisor, él también se convertía en un espectáculo.
Nuestro equipo perdió. Y a juzgar por el enojo de Pablo, nos humillaron. Estamos chinchudos*. Tengo ganas de ir a mear todo el territorio de esos que nos ganaron. Pero no sé si vale la pena. Es sólo una pelota. Un juego.

*Enojados

viernes, 2 de julio de 2010

Umbral


Hola, diario. ¿Recordás que te conté que no notaba bien a Zsá Zsá? Bueno, ahora te lo puedo asegurar. Fuimos a la casa de Fina y Raúl (en taxi, obvio) y definitivamente, Zsá Zsá ya no es la misma. Además de estar muy flaca y desgreñada, olfatee la enfermedad en el aire. Estuvimos allí toda la tarde y viví una atmósfera de tristeza inmensa. Tina y Saúl no pueden con su dolor. Pablo la alzó y la tuvo en su falda durante un largo tiempo. Hice esfuerzos por no ponerme celoso y me arrimé en algunos momentos para olerlos. Fijate qué mal estaría Zsá Zsá que no me hizo "fsss" ni intentó sacarme un ojo con sus uñas. Luego de almorzar, envolvieron a Zsá Zsá en una manta y la acariciaron mucho, mientras sollozaban. Me quedé con Raúl, mientras Fina y Pablo se la llevaban. Me quedé angustiado. Tenía la sensación de que volverían solos, sin ella.
Al cabo de un rato me tranquilicé, me eché a los pies de Raúl para que encuentre un pequeño refugio en mí, y esperé. Se abrió la puerta y volvieron... pero los tres. Fina y Pablo tenían los ojos muy colorados. Olfatee a Zsá Zsá y descubrí que la había tocado mi antiguo veterinario. No sé por qué, pero intuí que fueron a hacer algo que no llevaron a cabo.
Me empecé a preguntar: ¿A dónde se estaría yendo Zsá Zsá? Su alma de gata consentida estaba fluctuando entre su cuerpo y otro lado. Me lo pregunté una y mil veces porque pensé en que tal vez todos, alguna vez, lleguemos a estar en ese estado fluctuante, indeciso. Qué hay detrás de ese umbral no me interesa saberlo ahora. Pero hay otro lado. Creo que Zsá Zsá irá pronto hacia allí... y tengo mucha pena.

domingo, 27 de junio de 2010

Perro sociable


Hola, diario. Anoche estuvimos de joda*. Pablo organizó en casa una de sus típicas reuniones con su jauría de amigos. Desde el comienzo lo pasé bien. Viste que a mí me encanta recibir gente en casa. Estuvo mi amigo Christian, que me dice Pancho y me da pedacitos de lo que come; Gabriel, que siempre me abraza; Laurita, que me habla cosas de filosofía y se pone feliz porque cree que la entiendo; Margarita, nuestra ex vecina de la otra casa que ahora es nuestra amiga; Marcelita, la chica con la que Pablo vino por primera vez a MAPA a verme, que está de novia con un muchacho altísimo que habla en otro idioma; y muchos otros a los que nunca había visto, pero saludé correctamente, con un salto y un lengüetazo sorpresivo y certero en sus labios.
¡Cómo nos divertimos! Viste que yo en las fiestas participo activamente. Nos cagamos de risa, escuchamos música, cantamos y, por primera vez, bailé con otra gente. Ligué algunos comestibles que si Pablo se hubiese enterado se habría enojado mucho. También comí algunas cosas que él me prohibe, como papas fritas, chizitos y pizza (de todos modos hoy se dio cuenta cuando, por la mañana, salimos a pasear e hice mis cosas).
También intenté beber algo de lo que ellos bebían. A mí siempre me dejan un tacho con agua y ellos toman bebidas de todos los aromas y sabores. Ya me di cuenta de que en las fiestas dejan vasos en el piso. ¿Recordás que te conté que en otra fiesta encontré uno con un líquido rojo que me encantó, pero me hacía pensar que algunos tenían hermanos gemelos? Nunca me olvidé del sabor exquisito de eso. Pablo a veces lo toma también. Pero lamentablemente, no encontré ninguno.
Vinieron como treinta personas y no paramos de charlar con cada uno de ellos. Aunque uno no quería que me acerque. Me miraba feo y me espantaba con la mano. Intenté acercarme varias veces y me rechazó. Diario, yo te digo algo: No me banco* el rechazo. Me dije a mí mismo: "hagamos un último intento". Fui a buscar a Osito 3 y se lo alcancé entre mis dientes con mis pupilas hacia arriba y la orejas erguidas. ¿Sabés, diario? Estoy convencido de mi carisma. El tipo esbozó una sonrisa, me acarició la cabeza, tomó a Osito 3 y lo arrojó para que lo vaya a buscar. Así estuvimos unos minutos. ¡Esa es una conquista!
Todos en esta jauría sin líder eran macanudos*. Bah... excepto una chica de anteojos y vestido verde. Hubo un momento en que no paraba de llegar gente. Y uno tampoco puede recibir a todos. Soy perro, no soy liebre. Entonces, mientras unos entraban y yo les hacía fiesta, otros tocaban el timbre. Así que Pablo fue solo a abrir la puerta. Entró con dos chicas y yo los intercepté en el pasillo. Una de ellas entró en pánico. "¡No!.. ¡Le tengo miedo a los perros!", exclamó. Yo la miré sin comprender y me acerqué para decirle: "Tranquila, piba, no te hago nada, soy macanudo". Pero siguió diciendo: "¡Le tengo miedo a los perros!.. ¡Encerralo, por favor!". Me di cuenta de que Pablo no la conocía, venía acompañando a su amiga. Lógicamente, mi mejor amigo le dijo: "No, no puedo encerrarlo. Esta es su casa". Ella se tomó la cabeza desesperada y amagó irse. Su amiga no sabía qué hacer y Pablo las miró con decisión. "Me voy a tener que ir", dijo ella. Pablo le respondió con un gesto cordial, pero determinante. Luego le dijo: "Francisco es buenísimo y no le hace daño a nadie. No te va a molestar. Si querés, probá". Nosotros entramos y la chica se quedó con su amiga pensando en el pasillo. Finalmente entraron. Traté de no prestarle atención en toda la noche y ni siquiera rozarla. Pero ella no paraba de observarme con atención y curiosidad. Estaba más atenta a todo lo que yo hacía que a sus congéneres. Entonces me dije: "este es mi segundo acto". Salté, bailé, me tiré panza arriba, traté de morderme la cola, jugué con Osito 3... le arranqué varias sonrisas y, finalmente... Me llamó con la mano y se quedó acariciándome la cabeza un buen rato. Diario, te cuento esto y me emociono. ¿Sabés lo que le dijo a Pablo? "Te agradezco. Es la primera vez en mi vida que toco a un perro". ¡¡¡¡Iupiiiii!!!!! ¡Debutó conmigo! Me sentí galán de televisión solidario. Cómo estuvo tantos años de su vida (creo que tendría por lo menos ocho) sin tocar a un animal, no lo entiendo. Pero la traba que haya tenido, ya no existía más.
No hay dudas. Mi naturaleza es sociable.

*Fiesta.
*Soporto.
*Simpáticos.

martes, 22 de junio de 2010

Protección

Hola, diario. Anoche tuve que defender a Pablo. Resulta que el muy atorrante se fue de joda* y regresó bastante tarde. Tenía aromas varios, pero omitamos esa parte de la historia. Lo miré con fastidio, pero viste que me desarmo fácil y, de inmediato, lo besuquié todo. Salimos a caminar y no había nadie en la calle, sólo nosotros. No fuimos a la plaza, dimos la vuelta manzana. Casi siempre camino adelante de Pablo y me doy vuelta cada 30 segundos para cerciorarme de que esté allí. Tuve una mala sensación, un presentimiento extraño y, como los perros actuamos por instinto, me quedé en la retaguardia en lugar de ir adelante suyo. De pronto, veo que, desde la otra cuadra, un tipo cruza caminando despacio. Tenía la estatura de Pablo, usaba gorrita, una campera* de jean y las manos en los bolsillos. Observaba fijamente a Pablo. Él no se dio cuenta de lo que ocurría y seguía caminando. Pero yo me quedé parado, muy quieto, observando también fijamente al tipo. No le tenía confianza y estaba resuelto a no dejarlo pasar. Seguí mirándolo fijamente, con mis dientes apretados y mi cola sacudiéndose rápidamente. De pronto, supe que Pablo se dio cuenta de que yo no seguía caminando con él y giró. Eso lo supe, pero no lo vi, porque no quise dejar de mirar fijamente a ese tipo. Estaba seguro de que no tenía buenas intenciones. Pablo me llamó, pero yo me quedé en la misma posición. Luego no me llamó más, creo que se quedó tieso. El tipo se detuvo, se quedó mirándome unos segundos, esbozó una media sonrisa tan falsa como su vida, dio mediavuelta y volvió hacia el lugar de donde venía. Una vez que se alejó y cruzó la calle, yo dejé mi postura y seguí caminando tranquilo, esta vez, adelante de Pablo. Creo que él no lo podía creer. Me acarició la cabeza, pero cuando llegamos a casa me abrazó y me dio las gracias.

No sé qué hubiera pasado. Tal vez el tipo nos hubiera hecho daño a ambos. Pero si de algo estoy seguro es que, así como Pablo me protege a mí, yo nunca permitiría que alguien le haga daño a él.

*Juerga.
*Chaqueta.

miércoles, 16 de junio de 2010

Vecinos


Hola, diario. A mí no me gusta hablar mal de los vecinos, pero con algunos no me puedo contener. El barrio es fantástico, pero la gente que habita en el edificio es rara. No te habla. Cuando salís, esperan que les abras la puerta, y si vos venís atrás, te la sueltan en las narices. Me da la sensación de que vivir en un cruce de avenidas donde todo está limpito y cuidado, a sólo un metro de ese pozo por donde se mueve un tren subterráneo, tiene sus costos sociales. La gente está mejor vestida y recién bañada, pero es un poco más soberbia y hasta maleducada. Bueno, ya te conté lo de los Yankilevich.
Un detalle es que en el edificio hay cinco perros más, pero yo soy el único que no es de marca. Por eso creo que miran raro. Sólo el señor de seguridad y uno de los porteros me hacen mimos. Alejandro, el portero más alto -un tipo que me da mucha desconfianza y no logro ni acercarme- me detesta porque dice que largo pelos cada vez que paso. Como si él no se fuera a quedar pelado cuando tenga unos 18 o 20 años, como Raúl.
El perro del piso 13 es un cocker muy bien peinado que ni me mira al pasar; en cambio el labrador del quinto es simpatiquísimo. Del Yorkshire no puedo decirte nada porque siempre sale en brazos de alguna persona y luce un moño ridiculísimo en la cabeza. ¡Hasta tiene pelos en las plantas de los pies! O no camina nunca o en la casa le ponen pantuflas. La que me tiene loco de amor es la golden retriever del séptimo piso. Es una rubia preciosa, pero definitivamente no le gusto. Nos olfateamos el culo un segundo, y luego se va, ella, muy diva, a pasear con su joven amiga.
Pero el que me llama muchísimo la atención es el hippie del tercero. Es un galgo afgano: un perro hippie, con todos los pelos colgando, andar cansino, pantalones raídos, cara de bohemio y ojos de drogón. No logro sacarle la ficha. De todos modos, hay algo suyo que me cae bien. Trasladado en humanos, lo siento como el hijo rockero o artista de un matrimonio de abogados millonarios.
A veces lo quiero oler, pero no le encuentro el culo... Por eso me intriga. De todos modos, como es muy grandote, no me animo acercarme demasiado, puede ser esquizofrénico o algo así. Igual me cae bastante bien. Un día me voy a animar a conversar con él.
Todos ellos salen con paseadores. En medio de muchos otros perros, se van a los bosques de Palermo o a algún otro parque. ¿Una ventaja? Naaaaa... Yo prefiero salir a pasear con mi Pablo, cagándonos de risa, dando vueltas sin parar por el pasto, quedar tapado por las flores del jacarandá y sentir que soy el perro más libre y querido del mundo.

sábado, 12 de junio de 2010

¡Vamos, Argentina!

Hola, diario. Ayer descubrí adónde se va Pablo a veces los domingos. A un lugar que se llama cancha, adonde un montón de tipos se divierten corriendo una pelota. Yo no sé porqué se toma todo ese trabajo de ir hasta la cancha si yo también sé jugar con la pelota y corro muchísimo detrás de ella. Es facilísimo. ¿Vos te preguntarás cómo sé todo esto? Lo vi por la televisión. Vinieron a casa Madelaine y Gabriel, dos amigos de Pablo, y vieron el partido con nosotros. Fue divertidísimo porque nos pusimos gorros, banderas e hicimos sonar cornetas. Nuestro equipo es Argentina. Estuvimos gritando: ¡Argentina, Argentina, Argentina!... Bueno, a mi me sale, pero con ladridos. Lo pasé tan bien que me di cuenta de que está bueno compartir una pasión con mi mejor amigo. De todos modos, es tal el fanatismo que les agarra que tenía mucho miedo de que pierdan y empiecen a morderse de bronca. Por suerte, Argentina ganó.

El juego con la pelota no me interesa tanto. Lo que realmente me divierte, creo, es eso de andar saltando, gritando y festejando. Que siga la fiesta.

miércoles, 9 de junio de 2010

Ups...


Hola, diario. Se armó quilombo*. Ayer, cuando salíamos de casa, sin querer, me crucé con el señor Yankilevich y casi lo hago caer. Me quiso patear y Pablo le gritó. También le pidió disculpas, pero lo miró tan fuerte que creí que lo mordería. Y sí, soy un torpe. Caminé un rato con la cola entre las patas, pero después me olvidé del mal episodio... Hasta que, a la tarde, llegó una nota a casa. Pablo me la leyó. Era algo así como una denuncia que Yankilevich hizo al consorcio. Pedía que me saquen con correa y bozal. ¡¿Qué soy: Hannibal Lecter?! Prometí andar con mayor cuidado, pero no quiero que me pongan esa jaula de dientes espantosa. Pablo fue a hablar con los Yankilevich y me llevó con él. Sólo tocó el timbre, le dio la nota y le dijo: "Vamos a usar la correa. Pero bozal deberían usar ustedes, porque son mucho más peligrosos que mi perro". ¡Tomá! Me puse contento y tranquilo de que no se hubieran mordido.
Digo yo: Estos tipos como Yankilevich... ¿no tendrán otra cosa que hacer, además de molestar a los demás? Para mí que toda su vida deben haber tratado mal a todos los que se les cruzaron por el camino. Y lamento por los que hayan estado bajo su mando, que deben haber sido muchos porque es muy rico. Es la historia de siempre.
Bueno, los perros no podemos hablar mucho de eso porque siempre en los grupos hay un mandocito que se hace llamar Alfa y tiene a todo el resto cagando. Igual... Yankilevich, lo que menos tiene es de Alfa. Pablo dice otra cosa: "Garca".

* Lío

martes, 8 de junio de 2010

Final feliz



Hola, diario. Ayer se fue Mariana. La verdad es que estoy bastante triste. Me había encariñado un poco con ella. Ya estaba cómoda y se le estaba yendo el miedo. De todos modos, Pablo no se enteraba, pero cuando él se iba a trabajar, ella se quedaba llorando un buen rato. Yo le daba un par de besitos y, cuando se daba cuenta de que no estaba sola en la calle otra vez, se calmaba.
Aunque nunca me gustó que se siente en mi sillón o se suba a la cama, jugábamos mucho en el patio y debo reconocer que era un poco torpe. Me pegó unos mordiscos que todavía recuerdo. Pero bueno, es cachorra. Los chicos son así.
Ayer llegó una pareja que no había visto antes pero que, aparentemente, conocían a Pablo. Me acariciaron apenas y fueron directo a ver a Mariana. Enseguida supe que se la llevarían. Él tenía la sonrisa pegada en su rostro, ya estaba resuelto a llevársela. Pero ahí mismo lo consultó con ella, quien se puso a mimarla apenas entró . Estuvieron hablando un rato, tomaron un café con nosotros y, luego de un ratito, salimos los cinco a la calle. A Mariana la llevaban ellos, en los brazos. Dimos la vuelta, se metieron en un auto y nos quedamos mirando a Mariana, detrás de la ventanilla. Se puso a llorar con esos chillidos que ya le conocía. Pero el auto arrancó y se fue.
Nos quedamos tristes, quietos, observando el espacio por el que se había ido el auto que se llevó a Mariana. Me di cuenta de que a Pablo se le escapó agua de los ojos y, seguramente, si yo hubiera podido también. Nos volvimos a casa despacito, nos hicimos unos mates y nos quedamos así, solitos, sin hablar demasiado. Seguramente pensando en Mariana. Con tristeza porque ya era una ausencia y con alegría porque el final de sus penurias ya era un hecho. Tenía un hogar donde la amarían para siempre. Como yo.

miércoles, 2 de junio de 2010

Mariana


Hola, diario. Finalmente me encariñé con Mariana. Hace dos días que está en casa y es una dulce. De todos modos, podría decirte que me molesta un poco que quiera ser el centro de atención permanentemente. ¡Y el centro de atención soy yo!

Cuando estoy con Pablo, así conversando con nuestros ojos, como solemos hacer, se viene a meter entre nosotros. Pero lo que es más atrevido es que, como es más chica, se sube a la falda de Pablo, se hace un rollito y se queda allí con mirada de: “a mí me abandonaron”.

De todas formas, por momentos lo pasamos muy lindo jugando a las luchas en el patio.

Sabés, diario... La convivencia es difícil. Nosotros siempre queremos convivir con un humano... pero con otro perro... hummm... Supongo que para Pablo la convivencia tampoco será fácil porque a todo el que entra le hace un par de mimos y, luego, adiós. ¿Seremos unos solterones ermitaños? La cosa es que, con Mariana, me di cuenta de que soy capaz de convivir con una perra. Con un perro no. Son competitivos.

Mariana tiene el peso de haber vivido cosas horribles en la calle, pero todo el amor acumulado para dar. Creo que por eso nos “compró” a Pablo y a mí. Tiene tanta inocencia que, en dos días, transformó su dolor en agradecimiento. Hasta accedí a compartir mi plato de comida con ella.

Creo que se quedará con nosotros. Si no me quita la cama -cosa que hasta ahora no hizo-, la acepto.

domingo, 30 de mayo de 2010

Inquilina


Hola, diario. ¿Podés creer que tenemos una perra en casa? Ayer me quise morir cuando Pablo regresó de su trabajo con una perra negra en los brazos. Me quedé perplejo y ni lo saludé. La olfatee y tuve el impulso de gruñirle, pero me contuve cuando me di cuenta de que estaba muy asustada. Es cachorra y seguramente se hará bastante más grande que yo. Estaba hecha un ovillo en los brazos de Pablo, medio dormidita y todavía temblando un poco.
Pablo me contó que la encontró al salir de su trabajo y que un ángel la salvó de haber sido aplastada por los camiones que circulan por una calle enorme. Del susto, parece que se quedó refugiada en la puerta de un bar, llorando sin parar. Pablo le compró una salchicha y los del bar le dieron un plato con agua, pero no quiso ni comer ni beber, sólo seguir llorando, sin consuelo. Sus patas, con las uñas totalmente gastadas indicaban que caminó mucho y una de sus enormes orejas tenía unos agujeros muy grandes. Vaya a saber cuántos peligros y situaciones horribles habrá tenido que transitar siendo tan chiquita.
La moral de Pablo le impidió seguir de largo, la alzó y se la llevó en un taxi directo a la veterinaria. Parece que la revisaron, le dieron algo para sacarle las lombrices de su panza y... como verás, aquí me la trajeron.
¿Qué es este? ¿Un hotel? ¿Un hospital?
De todos modos, me aguanté los celos y los deseos de ser el único porque es evidente que esta belleza sufrió mucho. Porque, además, debo confesarte que me gustó un poco. Aunque es muy joven para mí, reconozco que es una morocha esbelta y preciosa. Por eso Pablo la bautizó Mariana, el nombre de una modelo humana muy conocida.
Cuando entró le di un par de besos y ella se quedó tranquila y segura de que no la atacaría. Se acomodó en uno de nuestros sillones (por suerte no fue el mío) y se quedó profundamente dormida. Ojalá esté bien... Y ojalá que se vaya pronto.

martes, 25 de mayo de 2010

Territorio


Hola, diario. Yo me la paso meando por toda la cuadra para delinear mi territorio y resulta que me vengo a enterar de que me corresponde un territorio mucho más grande, imposible de mear completamente. Mis fronteras se marcan con pis, pero parece que los límites de las personas se marcan de otro modo. Ayer Pablo me llevó a un festejo multitudinario. No podría decirte la cantidad de personas que había porque eran millones. Para mí eran miles y miles de pies porque siempre tengo que estar abajo. Pero como soy astuto me di cuenta de que todo era de dos colores. Como Pablo sabe que le entiendo casi todo, me explicó que se trata del cumpleaños de la Argentina, nuestro territorio. Por lo que vi en la pantalla que había sobre la avenida, ese territorio tiene enormes bosques, hielos y hasta cataratas. Impresionante. ¿Cómo hago para mear todo eso?
Parece que nuestro territorio enorme hoy cumple 200 años. Anoche brindamos con Pablo y los seres más cercanos a nosotros. Pedimos deseos. Yo pedí el mío, con la mirada bien hacia arriba: Justicia para todos los seres de dos y cuatro patas que viven en este enorme territorio que no podré nunca terminar de piyar. ¡Justicia por cien años más!

viernes, 14 de mayo de 2010

Una tarde en el parque


Hola, diario. Ayer fue un día maravilloso. Ya nos amigamos con Pablo y ahora nos volvemos a hablar. Se levantó de buen humor y, no sé por qué, no fue a trabajar. Me dijo: “Hoy vas a conocer Disneylandia”. No sé a qué se refería, pero era un día precioso como para conocer Disneylandia. Tomó la mochila, guardó una botella de agua para él, otra para mí y tomamos la calle.

Lo único horroroso del camino es que pasamos por esa horrible cárcel de animales y me puso los pelos de punta el olor a esos monstruos que rugen.

De pronto, llegamos a una avenida enorme, enorme, enorme y, cuando la cruzamos, vi algo impresionante, por primera vez en mi vida. Un lugar donde todo era verde, con mucho pasto y lleno de árboles para mear hasta cansarte. Pablo me dijo: “Esto para vos será Disneylandia”. Bueno, no sé si Disneylandia será algo así como el Edén o algo donde el placer y la diversión son una sola cosa, porque este parque era eso. ¡Qué felicidad, diario! Corrí dando círculos, desesperado de la emoción. Luego busqué el palo más grueso y fuerte y se lo di a Pablo para que lo arroje lejos para ir a buscarlo. Estuvimos jugando así un buen rato. De pronto, luego de caminar por ese lugar maravilloso, sin calles ni edificios, vi algo grandioso: un lago.

¡Cuánta belleza junta! No aguanté y salí disparado corriendo a toda velocidad hacia él. Pablo se desesperó porque escuché que me gritaba. No me importó y continué la carrera evitando frenar y... ¡Plaf! ¡Qué placer! Ahí estaba yo nadando y disfrutando de esa agua en medio de la naturaleza. Hasta era mejor que la piscina de Fernando. El lago es enorme y sentís cómo unos pececitos muy pequeños te hacen cosquillas en los pies. Creo que Pablo se quedó tranquilo cuando vio que me podía mantener a flote y que estaba rebosante de felicidad. Por momentos, tragué un poco de agua y me dieron arcadas, pero supe cómo dominar la situación. Lo mejor de todo eso es que la gente que había por los alrededores se agrupó para mirarme. Y vos sabés lo que me encanta que me miren. Así que hice todas las monerías que pude en el agua. De pronto, se me ocurrió salir y sacudirme, mojándolos a todos. ¡Qué divertido! Quise saltarle a Pablo y el muy cobarde salió corriendo para que no lo moje. Lo perseguí hasta que lo atrapé y lo dejé todo empapado. Luego... ¡al agua otra vez!

Después de un buen rato, me tuve que quedar tirado al sol para secarme y descansar de tanta exitación.

Así pasamos toda la tarde, caminando entre lagos, mucho césped y árboles que ya empiezan a quedar desnudos por el otoño.

Cuando volvimos, obviamente, el obsesivo de Pablo me metió de cabeza en la bañera para sacarme el barro y la mugre acumulada.

Me eché un rato a sus pies y me puse a reflexionar. Los perros deberíamos vivir todos en un lugar así, donde poder correr hasta cansarnos y disfrutar de la naturaleza. No entiendo por qué a las personas les gusta vivir en el cemento.

Miré a Pablo a los ojos y le pedí que, por favor, volvamos muchas veces a Disneylandia, desde ahora, mi lugar favorito de placer y diversión.

martes, 11 de mayo de 2010

Enojados


Hola, diario. Me peleé con Pablo. Sí, no nos hablamos desde hace casi dos días. Se enojó mucho conmigo porque las otras noches, cuando salimos a pasear, encontré un hermoso y sabroso hueso de pollo quebrado, en una bolsa de basura rota. Lo agarré enseguida con los dientes y Pablo se puso como loco. Tiene la teoría de que los huesos de pollo me pueden matar. El insolente quiso abrirme la boca con todas sus fuerzas, pero no lo dejé. A obstinado, obstinado doble. Finalmente se salió con la suya. Me alzó del collar y me obligó a soltarlo. Ahí nomás, me dio dos chirlos* en el hocico. “¡¡¡No lo hagas nunca más!!!”, me gruñó. Como si fuera fácil. A ver si él se puede contener si le ponen una torta de crema con frutillas adelante suyo.

Odio que me quieran sacar la comida de la boca. Además, me la encontré yo. Le mostré los dientes y le tiré un tarascón. Fue advertencia... no iba a hacerle nada. Pero no lo tomó así. Se enojó mucho. Me dijo de todo. Me paseó por la plaza con la correa, volvimos a casa sin hablarnos y no me dejó dormir en la habitación. Me puse a reflexionar sobre si me había pasado de la raya. A lo mejor sí... Si el jefe no quiere que coma de la basura, habría que hacerle caso. Pero no puedo contenerme.

Ayer no me habló en todo el día. Ni siquiera me dio la golosina de siempre antes de irse al trabajo. Cuando regresó, ni me acarició. Tomó la correa, me la puso y me sacó a dar una vuelta que alcanzó lo suficiente como para que haga pis y caca. Me hizo el vacío.

Hoy nos levantamos y, por lo menos, me tocó la cabeza y me dio un pedacito de una medialuna que comía.

¡Qué chinchudo*! Ya le dije (con los ojos, lógicamente) que estaba arrepentido. ¿Qué quiere? ¿Que saque una solicitada en el diario?

 

 

*Palmada.

*Malhumorado.

domingo, 9 de mayo de 2010

Pelos


Hola, diario. Tengo un problema. Alopecia. Creo que es eso. ¿Quedaré como Raúl, con la frente pelada? Pablo se queja todo el tiempo de que dejo pelos por todos lados. Hay épocas del año en que, reconozco, los pelos se me caen a millares y dejan madejas rodando por toda la casa. Es un problema. Es una porquería que te pase eso, ¿sabés? Yo me doy cuenta de que Pablo me abraza menos cuando me pasan esas cosas. Lo he visto pasando ese monstruo ruidoso que le llaman aspiradora por la colcha* de la cama. Por allí donde voy dejo pelos. Me detuve a pensar si hay ventajas en torno a eso. Pensé en las pulgas que se quedarían sin hogar y saltarían desesperadas por la casa buscando que el felpudo cobre vida. Pero no, no había ventajas aparentes... Hasta que mi nueva veterinaria le dio una explicación valedera a Pablo. No se me cae el pelo para nunca más volver... lo estoy renovando. Uff... respiramos tranquilos. Creo que cuando termine de renovarlo todo, voy a quedar precioso. Mientras tanto, Pablo me baña cada diez o quince días y cepilla día por medio.

Eso de que te cepillen el lomo es muy raro. Me provoca unos escalofríos tremendos y una mezcla importante de molestia y de placer. En cada cepillada, Pablo parece sacar un perro nuevo del cepillo. Entonces, yo empiezo a correr dando círculos, exitadísimo. Jugamos al “te atrapo, te atrapo”.

Él también se queja de que le dejo pelos pegados por toda la ropa. Es verdad, ayer mismo tenía un pantalón negro que quedó como una cebra. En uno de sus viajes compró unos rodillos muy prácticos, con papeles adhesivos, que te limpian la ropa de pelos inmediatamente. Me lo quiso pasar a mí. No se lo permití. Mirá si me deja sin un solo pelo. Ni quiero imaginarme verme como aquella vez en la que me peló.

Se caerán, se renovarán, pero mis pelos son sagrados. Me cubren del frío y sus colores me hacen único, especial. A mí me gusta andar en bolas, entonces qué mejor que tener el cuerpo peludo y que la gente diga cuan lindo lo tenés. ¿Me equivoco?

*Cobertor.

sábado, 8 de mayo de 2010

Acusaciones falsas


Hola, diario. Estoy decepcionado de la sociedad. Te cuento porqué. En el edificio donde vivimos ahora hay gente muy paqueta, pero bastante maleducada porque no saludan o te sueltan la puerta en la cara. Siempre lo comentamos con Pablo y el señor de seguridad de la entrada, que me cae simpatiquísimo. En el edificio hay pocos perros. Sólo yo, un golden y un cocker hiperquinético. Hay un viejo choto que odia a los perros. Cuando me vio por primera vez empezó a quejarse. Se llama Don Yankilevich. La esposa es otra vieja con cara de mala mala mala. Cuando me ve en el patio, desde su balcón, siempre me tira algo. Casi siempre son puñados de tierra de sus macetas. Yo me divierto esquivándolos. Nunca la emboca. Ni siquiera le ladro, porque esa gente no merece ni que le ladren. Un día, tocaron el timbre y el portero le dijo a Pablo: “El señor Yankilevich pide que tu perro salga con bozal y correa”. Diario, no puedo reproducir lo que dijo Pablo. Por suerte no me pusieron bozal y vivo con un rebelde. Un día, la esposa del viejo, que se llama Doña Sara, lo miró mal a Pablo y le dijo: “¡Usted tiene que ponerle bozal a su perro porque es peligroso y ladra todo el día!”. ¡Mentirosa! No soy ni peligroso ni ladro nunca. Pablo le dijo: “Los peligrosos son ustedes. Pónganse bozal ustedes”.

Pero el viejo malvado insistió. Otro día, vino el portero (un chupamedias que se llama Alejandro) a tocar el timbre. Cuando Pablo abrió la puerta escuché que el tipo le dijo: “Don Yankilevich insiste que tu perro no para de ladrar”. Efectivamente, se escuchaba ladrar al cocker del quinto piso. Pablo abrió la puerta de par en par para que el chupamedias me vea que estaba calladito, como un señor perro. “Como verás, no es él quien ladra”, dijo Pablo. “A menos que sea ventrílocuo”. Yo me moría de risa. Ahí el chupamedias se convenció de que los viejos malos mentían y nunca más nos molestó. Aunque Sara me sigue tirando cosas. Tendré que seguir conviviendo con estos vecinos molestos y rabiosos. Digo yo: ¿no tendrán otra cosa en qué ocuparse algunas personas en lugar de difamar a otros?

domingo, 2 de mayo de 2010

Los humanos pueden ser muy malos


Hola, diario. Estoy un poco desconcertado. Anoche me enteré de que así como hay seres humanos buenísimos, existen otros cuya maldad no tiene límites.

Pablo me llevó al cumpleaños de un amigo suyo, Antonio, que no sé si vive en un teatro, pero es ahí donde lo festejó. Me sorprendió porque Pablo no suele llevarme a sus juergas. Pero entramos a ese lugar inmenso, lleno de gente macanuda*. Muchos me abrazaron y me dieron palmadas en la cabeza. Había dos perras. Una era una gordita de mi estatura que mucha bola no me dio. Su mamá, la atendía con cuidado porque era una perra entrada en años. La otra me ladró de entrada. Era una petisita, con camiseta y saquito. Me enteré de que se llamaba Castaña y no hacía falta que me cuenten que era dueña de casa porque su olor estaba por todos lados.

Luego de ladrarme en forma poco amigable, entablamos una pequeña comunicación a través de nuestro olfato. Agradable, aunque de pocas palabras. Traté siempre de estar cerca de Pablo y de donde se cayera una papafrita o algo comestible. Cuando Pablo se puso a acariciar a Castaña no me gustó nada. La muy atrevida se puso panza arriba para que la acaricie. Pero se me fue la bronca cuando escuché su historia.

Castaña es una perrita que, hace algunos años, fue encontrada en la puerta de ese teatro. Alguien les dijo que había una perra muerta ahí. Salieron y se encontraron con Castaña, lastimada con heridas punzantes de cuchillo y su rabo hecho pedazos, envuelto en cinta adhesiva. Como todavía respiraba, pudieron llevarla al hospital veterinario. Antonio se hizo cargo de su recuperación y hoy es su compañera inseparable y está vivita y coleando. Castaña vive en ese teatro y, sigilosamente, cuando comienza cada función se desplaza hasta la primera fila y se queda en una butaca. “Cuando estuvo el Ballet Folklórico Nacional, no se perdió una sola función, pero odia las obras infantiles. Cuando hay alguna, se va a su cucha y se esconde”, contó Antonio, un gordito simpático que sopló las velitas al cantarle el “cumpleaños feliz”. Contó que cuando él está sobre el escenario tienen que dejarla en la oficina, porque si lo escucha llorar se quiere subir al escenario.

Aunque perdió su cola, Castaña vive feliz y, en las funciones de los distintos espectáculos que allá se ofrecen, se desliza sigilosamente por los laterales de la sala y se queda quietita, al pie del escenario mirando cada función sin ladrar, ni emitir sonido alguno. Me generó una admiración tremenda. Quise hacerme amigo suyo y estuvimos juntos un buen rato. Qué puedo decirte de ella... Tiene olor a amor. Y está vacía de rencor. Porque es más el amor que siente que el odio que pudiera recordar. Me puse a pensar cuando llegamos a casa y pensé en que, aunque suene soberbio, nosotros los perros somos mejores que los humanos.

No tenemos capacidad de odio. Nunca podríamos hacer nada tan dañino como eso que te conté.

Pablo y todos los seres humanos que conozco son incapaces de hacerle daño a un animal. Pero ayer descubrí que puede haber gente peligrosa. Hay que cuidarse del ser humano. Hasta los seres humanos deben cuidarse de los seres humanos.

Brindo por la perra teatrera y porque siempre haya algún Antonio que nos libre del infierno.

*Agradable.