UNA VIDA SIN UN PERRO, ES UN ERROR

"LA GRANDEZA DE UNA NACIÓN Y SU PROGRESO MORAL PUEDE SER JUZGADO POR LA FORMA EN QUE SUS ANIMALES SON TRATADOS."
Mahatma Gandhi

NO USES PIROTECNIA

NO USES PIROTECNIA
Por favor, no usen pirotecnia. Los "cuetes" nos asustan, nos hacen mucho mal a nuestros oídos, nos desorientan y son la causa de que muchos perros y gatos se pierdan entre diciembre y febrero. Lo mismo les ocurre a otros animales, como las aves. Pensá en nosotros y en los múltiples problemas que pueden causar los fuegos artificiales. NO USES PIROTECNIA. Gracias. PD: Ah... Ponele chapita con número de teléfono a tu perro. Para esta época hay muchos perros perdidos a causa de la pirotecnia, por favor, si ves alguno no sigas de largo, ayudalo a encontrar a su familia.

jueves, 18 de febrero de 2010

Confirmación



Y sí... parece que estoy gordo nomás. Había que ser necio para no admitirlo. Todo el mundo me lo decía. Menos Pablo, que insiste con que soy musculoso. Es evidente que la comida que me dio Fina y la vida sedentaria hicieron que mi cuerpo se ensanche notablemente. Pablo me llevó al veterinario, a ese odioso bigotudo que se piensa que me va a conformar con una golosina. Se hace el cancherito*, como que me juega y me recibe con los brazos abiertos. Y yo que no puedo evitar esconder la cola entre las patas cuando llego. ¿Te imaginás lo primero que dijo cuando entré? Sí, exacto: "¡Estás gordo, Francisco!". Viste que del idioma humano puedo pescar bastantes palabras que, unidas a miradas, gestos y tonos de voz, me indican qué está pasando. Bueno, me di cuenta de que el tordo* ese le decía a Pablo que una de las causas de mi gordura es que me operaron las bolitas. Parece que tengo que comer muuuuuucho menos y hacer más ejercicio. Pablo se lo tomó en serio y volvimos a casa corriendo. No lo podía creer. No estoy en forma como para correr seis cuadras sin parar.
Es que la estadía de 15 días con Fina y Raúl fue un vicio del que no creo poder volver a salir. No hacer nada todo el día más que comer y comer. Creo que me hice adicto a las criollitas* con queso, al paté, a las alitas de pollo y a la carne picada cocida. Ahora estoy desesperado porque Pablo no me da nada de eso. Me van a tener que atar la boca porque, ante el menor descuido suyo, en la calle, voy a comerme lo que encuentre.
¿La dieta? Total, así gordo como estoy, me quiere. ¿Está mal?

*Que alardea, conocedor de todo.
*Doctor.
*Galletas.

martes, 16 de febrero de 2010

Musculoso


Son músculos, diario. El portero del edificio, cada vez que me ve, dice: “Qué gordo que está Francisco”. Y Pablo responde: “No es gordo, es musculoso”. Ayer vino a visitarlo nuestra vecina Margarita y también preguntó, con suavidad y casi disimulo: “¿No está más gordo Francisco?”. Pablo respondió lo mismo: “No, es musculoso”. Y lo mismo responde cada vez que algún desubicado dice que estoy gordo. ¡Ya está, no me preocupo más! Sigo con los postres y las criollitas* en el desayuno. Parece que es tanta la actividad física que hago que me saca músculos.
Hoy, por la mañana, me crucé con el pittbull de enfrente, un pobre infeliz al que pasean con correa y bozal y le operaron las orejas y la cola. Lo miré de reojo y, dentro mío, le dije: “No te hagás el malo que soy musculoso y te puedo cagar a golpes”. No sé si me entendió ese forajido, pero por lo menos, no me desafió.
Puede ser que esté musculoso. No sé... noté que hay un par de perritas del barrio que me miran un poco más. No seré como Julio, el doberman de la lavandería, que cuando salta la verja de la plaza se le marcan todos los músculos, pero parece que tengo lo mío.
"Francisco no está gordo", repite Pablo. Sí él lo dice tendrá razón.
Soy musculoso… Faaaaa…. Un perro patovica*.

* Galletitas.
* Fisiculturista

¿Gordo yo?


Hola, diario. ¿Vos me ves gordo? La verdad que no me doy cuenta. Pero desde que volvió de viaje, Pablo se queja de que estoy gordo. Puede ser… qué se yo… Fina me dio mucha comida cuando él no estaba. Comida que él no me da ahora. Además de mi alimento habitual, ella me daba carne picadita, algún que otro churrasquito y compraba especialmente alitas de pollo, que cortaba minuciosamente, sacándole los huesos y la piel, para que me las devore. Pablo es un poco más mezquino en ese aspecto. Me da sólo mi alimento y alguna otra cosa que compartimos cuando él come.
El problema es que mi estómago se acostumbró a aquellos manjares, entonces vivo muerto de hambre. Ahora Pablo me dice: “Mi gordito”. No sé si me gusta mucho ese calificativo. De todas formas, creo que puede tener algo de razón. Me cuesta un poco más pegar saltos a lo delfín y, cuando me siento en dos patas, veo que una panza un poco más grande asoma. Disimulo sacando pecho.
¿Tendré que hacer dieta?

miércoles, 10 de febrero de 2010

Vejez


Hola, diario. Ayer supuse que Pablo tardaría en regresar porque Raúl vino temprano a hacerme compañía. Lo quiero mucho a Raúl. Tenemos una relación muy especial. No es de hablar mucho, pero cuando abre la boca, además de bostezar como un hipopótamo, charla. Porque una cosa es hablar y otra cosa es conversar. Raúl conversa conmigo. Te confieso que más de la mitad de lo que me dice no lo entiendo. Pero yo lo observo fijo e inclino un poco mi cabeza para poder escuchar atentamente con mi oído izquierdo. Eso le hace creer que entiendo absolutamente todo. Es interesante su reacción porque no me considera un perro, sino una persona. Y ya te comenté que cada vez me lo creo más eso. Raúl es especial. Ayer me dediqué mucho a observarlo y a pensar en él, a imaginar cómo fue su vida. Debe tener unos 18 años más o menos porque se le cayeron los pelos y los que conserva, son blancos. Me llama mucho la atención de que todavía tenga la boca llena de dientes, algo raro ahí debe haber. Me puse a pensar en cuando yo sea viejo como él y me abrumaron todas las imágenes.
Siempre invito a Raúl a que nos tiremos al piso a luchar, como hacemos con Pablo. Pero nunca quiso. Él sólo te acaricia la cabeza. Me di cuenta de que no se tira al piso porque apenas se puede agachar. Creo que le duelen un poco los huesos. Ayer le señalé con el hocico mi alimento balanceado, para que coma un poco. Sé que eso hace bien a los huesos y supongo que también debe ayudarte a que no te quedes pelado. Pero no quiso. Prefiere comer pan.
Cuando salimos a pasear, también lo invito a correr un poco, pero no puede. Me dice: "¡Dejate de joder, Francisco!". Creo que significa que no puede. Es que tiene un andar pesado. Ya me acostumbré a su ritmo.
Pero te digo una cosa, diario: Raúl es más debilucho porque tiene mucha vida encima. Yo me quedaría muchas horas al día charlando con él porque han pasado demasiados episodios por sus narices. Es mucho lo que puede contar. Es muchísimo lo que debe haber aprendido y supongo que habrá cumplido incontables sueños. Tiempo tuvo.
A veces miramos televisión con Raúl. Pero me doy cuenta de que no presta atención. E imagino que, tal vez, esté viajando en el tiempo y barajando edades con la habilidad del que cree haber aprendido todas las jugadas. Ojalá Raúl viva, por lo menos, hasta los 25. No quisiera que se vaya de este mundo. Voy a insistir con mi idea de que coma alimento balanceado conmigo.
En el reino animal, como en el humano, no se suele respetar a los viejos. En nuestras jaurías, manadas, bandadas... el viejo queda rezagado, a merced del peligro. Es el que se sacrifica, es la presa. ¡Qué injusticia! Si todos vivimos gracias a ellos. Si son ellos los que nos forman y nos hacen. Qué soberbios somos los más jóvenes, a veces. Y no sabemos que en nuestro apuro permanente, en algún momento nos hace una zancadilla la edad.
La vejez es fea porque te quita fuerzas y resquebraja tu salud, pero debe ser tan lindo tener tantas respuestas... Creo que se necesitan años para responder a todas las preguntas que uno se hace sin cesar. Sólo por tener esas respuestas, me reconforta pensarme viejo. Sólo que no quisiera quedarme pelado como Raúl.
En MAPA tuve un amigo viejo, al que siempre recuerdo. Se llamaba Rocky. Era un perro alto, flaco y rubio, con el pelo muy corto. Tenía un problema en su cadera y arrastraba su cuarto trasero. Lo había atropellado un colectivo y quedó así. Siempre conversábamos y, cuando él se sentía la pelusa del piso, me acercaba a lamerle la cabeza y esa herida enorme en su cadera. A veces lo recuerdo y lo extraño un poco. Fue uno de mis pocos amigos perros.
Siempre voy a venerar a los viejos. Te quiero, Raúl.

martes, 9 de febrero de 2010

Zsá Zsá enferma


Hola, diario. No noto bien a Zsá-Zsá. Cuando voy a lo de Fina y Raúl ya no me pelea. En un principio pensé que había empezado a caerle bien, pero cuando me arrimé para comprobarlo me tiró un manotazo que me raspó la nariz. Ahí me di cuenta de que su olor no era el mismo. Ni siquiera pude enojarme por su actitud poco amable. Comprobé que no estaba bien. Zsá Zsá está débil. A los pocos días vi que Fina no le daba la misma comida de siempre sino algo blandito que Zsá Zsá vomitó. Advertí que lo había hecho varias veces porque percibí el olor en distintas partes de la casa. La miman y acarician más que de costumbre y uno se da cuenta cuándo esos actos de cariño vienen cargados de tristeza. Dejé los celos de lado, por comprensión. Algo está pasando y no es bueno.
Lo confieso, tuve un segundo de egoísmo y sentí el deseo de ser el único cuadrúpedo de la familia. Pero no, no puedo pensar así de alguien del grupo. Quiero que Zsá Zsá se mejore. Por ella y porque no soportaría que Fina, Raúl, Pablo, María Elena y el resto de la familia estén todos tristes al unísono. Cierro los ojos y pido muy fuerte que se mejore.

lunes, 8 de febrero de 2010

Materialismo


Hola, diario. Pablo es muy materialista, che. Ayer encontré un librito con un olor precioso. Creo que era muy antiguo porque apenas lo quise hojear, con los dientes, se empezó a deshacer. En tres palabras: quedó hecho polvo. Se enojó muchísimo. Yo no quise hacer daño, sólo quise mirarlo. No me habló por el resto del día. No se puede ser tan materialista.

domingo, 7 de febrero de 2010

Beagle alcahuete

Hola, diario. Te voy a hablar de un vecinito de acá a la vuelta que me tiene bastante podrido. Es un cancherito* repugnante. Es un beagle, raza que no siempre me cae del todo bien. Ladran como si tuvieran una papa en la boca y son como petisos que fueron al gimnasio. Cada vez que nos cruzamos me ladra así con esa voz de gangoso: "ou, ou, ou, ou". ¡Dejate de hinchar! ¿Qué te pensás, que cazaste un pato? ¡No hay patos en esta ciudad! Además se hace el bravo porque está con correa. Te juro que cuando hace eso, yo ni le contesto. Sigo de largo, lo miro de reojo y meo en el primer árbol que encuentro. Para que sepa muy bien quién soy. No me gusta que me puteen sin motivo. El se cree que porque le compran el alimento balanceado más caro y porque tiene una correa de Pluto es más que uno... Psss... Concheto*...
Por suerte no siempre me lo cruzo. Pero cada vez que paso por su casa, esté o no esté en el porche de entrada, me encanta emprender carrera y ladrarle sin parar. Lo imagino adentro, desesperado por contestarme. A veces, cuando está en el porche, nos puteamos casi cara a cara, pero como hay una reja de por medio, no nos podemos hacer nada. A esta altura, creo que ya es es un juego que hacemos. Es hasta divertido. ¿Será que en el fondo nos estaremos haciendo amigos?

*Sabiondo que alardea.
*Pijo.

sábado, 6 de febrero de 2010

Moscas


Foto: Sonia Furtado http://www.flickr.com/photos/sonia_furtado/3914234508/

Te las cazo al vuelo. Es una de mis mayores diversiones. Adoro las moscas. Y si son moscones, mejor aún. Sin verlas, percibo su vuelo cuando aparecen. Ahí me pongo atento, paro las orejas y observo hacia todos lados. Es fantástico porque empleo los cinco sentidos casi al mismo tiempo: oído, vista y olfato.... sobre el final, tacto... y zas: gusto. Es que tienen un sabor a caca riquísimo. Supongo que será lo mismo que significa comer un caramelo para las personas. Siento a las moscas como una golosina exquisita. Además, te brindan ese plus físico y de astucia que significa buscarlas, correrlas de un lado a otro, medir su vuelo, imaginar su rumbo y ver cómo las idiotas siempre se llevan un vidrio por delante, donde las podés atrapar más fácilmente. Para qué tienen tantos ojos si no les sirven.
Al principio, a Pablo le repugnaba un poco que me coma a las moscas. Ahora se divierte viendo cómo intento atraparlas. También se convirtió en un vigía de moscas. A menudo estoy distraído y escucho que él dice: "¡Mosca!". Entonces doy un salto y empiezo la cacería.
Los otros días me ensarté. Me pareció que entró una mosca medio boluda, mucho más gorda y musculosa, que volaba más despacio. La atrapé enseguida, sin demasiado trabajo. ¡¡¡¡Puajjj!!!! La tuve que escupir. Era una asquerosa polilla. ¡Qué horribles que son las polillas! Tienen como polvo encima, es como comerte una bola de pelusas. Además, te queda un sabor espantoso en la boca.
A mí me encantan las moscas. Aunque no creo que yo les encante a ellas.

jueves, 4 de febrero de 2010

Paseadores buenos y paseadores malos


Foto: Carlos Adampol http://www.flickr.com/photos/cadampol/2333408347/

Ayer vi a Pablo muy enojado. Fue con un muchacho que paseaba perros. Tenía más gorra que cabeza; con una mano llevaba las correa, y con la otra, hablaba por su telefonito. Aparentemente, o no le funcionaba bien el negocio o ya había repartido a casi todos sus "clientes", porque sólo llevaba a tres: un ovejero alemán muerto de calor, uno sin raza que por su pelaje parecía haber ido a la misma modista que yo, y una pequinesa desorientada. El que era parecido a mí había quedado enredado en las otras correas y tironeaba un poco para olfatear un arbolito meado por tres perras en celo. El idiota con más gorra que cerebro estaba más ocupado en su conversación y lo pateó para que se apure. Mi congénere no se afectó y siguió interesado en los olores del arbolito. Claramente, si el de la gorra no podía pensar, menos podría olfatear, así que no se dio cuenta del “vital” interés de mi compañero. Por eso, lo volvió a patear. Esta vez mucho más fuerte, ya que el pobre se cayó y lanzó un chillido. A mí me dolieron las costillas por sólo verlo.

Ahí mismo vi como Pablo se puso de otro color, su energía fue como un trueno y se abalanzó sobre el idiota de gorra. Me asusté. Pensé que iba a morderlo por la furia que tenía, pero se contuvo. El otro también se asustó, apagó el telefonito y también cambió de color, pero se puso pálido. No sé qué le dijo Pablo, pero su voz se había vuelto tan fuerte que me pareció una ráfaga de ladridos. El de gorra también ladró un poco. Pero antes de que Pablo pueda morderlo, cruzó la calle. Antes de cruzar, el perro golpeado me miró y me confesó que no era la primera vez que eso ocurría.

Yo me sentí orgulloso de mi amigo humano. Pero sé muy bien que hay paseadores y paseadores. Me entero en la plaza porque es una conversación recurrente entre nosotros. La mayoría de ellos son gentiles, amables, te hacen recorrer lugares lindos y te dan tiempo para que te tires panza arriba en el césped. Pero hay otros que sólo quieren que pase el tiempo para devolverte a tu casa cansado sólo por haberte hecho caminar sin parar, en el medio de otros 15 perros, sin ver nada del paisaje, para terminar la jornada atado en una plaza bajo el sol.

Hubo una época en la que tuve miedo de que Pablo me haga pasear con un desconocido. Pero cuando él no puede hacerlo, vienen Fina o Raúl a caminar conmigo. No corro ese riesgo. Aunque si tuviera una cámara de fotos, me encantaría establecer un ránking de paseadores. Habría que hacerle publicidad a los buenos y “escrachar” a aquellos que tienen más gorra que cerebro para que no vuelvan a tocar nunca a más a un congénere mío.


martes, 2 de febrero de 2010

Colchón


Hola, diario. Ayer fuimos a comprar un nuevo colchón. Me sentí culpable. Pablo no pagó con esos papelitos que entrega siempre, sino con una tarjeta de plástico duro. Eso me hace intuir que mi travesura salió cara. La cosa es que fuimos con su amigo Christian (el rubiecito simpático que me rasca la panza) a buscarlo. Me encantó la caminata. Iban ellos dos cargando el colchón, sudados, y yo controlando todo a su lado. Estuvo buenísimo porque todo el mundo nos miraba. Y me encanta que me miren... para qué negarlo.
El colchón es más duro que el otro y está hecho con distintos materiales. No creo que sea fácil de romper. Igual, ni pensarlo. Pablo me dejó probarlo.
A la noche, dormimos tan plácidamente sobre la cama nueva y con el soplido de ese monstruo extraño al que le llaman ventilador.
Moraleja: no hay que romper el lugar donde se reposa, por más bronca que tengas.

lunes, 1 de febrero de 2010

Cuatro ojos


Hola, diario. Parece que soy especial, che. Me lo confirmó ayer un señor, en la calle. Ayer me vino a buscar Fina -que siempre me hace sentir especial-, y salimos a pasear. Fuimos a la plaza y, cuando estábamos regresando, un hombre se detuvo a hablar sobre mí. Nada me gusta más en la vida que hablen sobre mí. Me siento importante. Hasta me siento menos perro.
Es raro porque casi siempre las personas se detienen a elogiar a los perros de raza. No lo entiendo muy bien porque son todos iguales. ¿Qué tiene de particular un labrador? Es igual a cualquier otro labrador. ¿Qué tiene de particular un chihuahua? Es igual a todos los chihuahuas. En cambio, los mestizos, los callejeros, somos todos distintos. Cada uno tiene su particularidad y su personalidad.
Bueno, es lo que advirtió este señor que se detuvo para hablar con Fina. Era bajito, de espaldas anchas, ojos claros y piel percudida y amarronada por el sol excesivo. Me acarició la cabeza y me empezó a tocar por todos lados. Por unos segundos me puse un poco nervioso. Le dijo que si estuviéramos en el campo, él me "compraría". "Es pastor", dijo. Fina no entendía nada. Ahí nomás, me agarró la pata trasera y le mostró mi dedo-espolón. Los pulgares de mis patas traseras no sirven para nada y tienen una uña molesta que se enrosca y siempre me tienen que cortar para que no se encarne. Siempre me molestó tener esos dedos inútiles, son como tener dos verrugas en la garganta. Pero ahora parece que te hacen "pastor". "Los perros que tienen espolón son buenos para el campo", dijo. Pero eso no fue todo. Le dijo que yo era un "cuatro ojos". Nosotros no entendíamos nada porque, que yo sepa, tengo sólo dos ojos y creo que son suficientes. Me tomó el hocico y le mostró a Fina las dos manchitas marrones que tengo sobre los ojos. "Esto hace a un cuatro ojos. No hay muchos. Los cuatro ojos son especiales. Son únicos. Señora, tiene un gran perro".
Yo te digo algo, diario. No sé si este señor era cuerdo o de dónde saca sus teorías sobre los perros. Pero Fina dijo que era sabiduría campera, quedó orgullosa y se lo contó a Pablo, que sonrió. Me gustó el comentario y me lo guardé en un bolsillo de mi mente, porque no creo que en mi vida vuelvan a elogiarme así. Cuatro ojos... Faaaaaaa...