UNA VIDA SIN UN PERRO, ES UN ERROR

"LA GRANDEZA DE UNA NACIÓN Y SU PROGRESO MORAL PUEDE SER JUZGADO POR LA FORMA EN QUE SUS ANIMALES SON TRATADOS."
Mahatma Gandhi

NO USES PIROTECNIA

NO USES PIROTECNIA
Por favor, no usen pirotecnia. Los "cuetes" nos asustan, nos hacen mucho mal a nuestros oídos, nos desorientan y son la causa de que muchos perros y gatos se pierdan entre diciembre y febrero. Lo mismo les ocurre a otros animales, como las aves. Pensá en nosotros y en los múltiples problemas que pueden causar los fuegos artificiales. NO USES PIROTECNIA. Gracias. PD: Ah... Ponele chapita con número de teléfono a tu perro. Para esta época hay muchos perros perdidos a causa de la pirotecnia, por favor, si ves alguno no sigas de largo, ayudalo a encontrar a su familia.

lunes, 15 de marzo de 2010

Adioses

Hola, diario. Si te tengo que definir mi fin de semana, es con la palabra “adiós”.

Ya estamos instalados en la nueva casa. Te cuento que me llevo por delante todos los muebles y paredes. La costumbre hace que quiera tomar el mismo camino que en el otro departamento para ir de la habitación a la cocina, o del living a la habitación. Pero la distribución es distinta, así que me he golpeado la nariz un par de veces.

El sábado nos despertamos como siempre, fuimos a desayunar y los dos nos “tragamos” la columna que hay en la entrada de la cocina. Luego, paseamos un poco en la plaza y me sorprendí un poco al regresar. A los dos minutos, Pablo tomó un bolso enorme y me volvió a decir: “Vamos”. Obviamente, pegué un salto a lo delfín amaestrado y me acomodé el collar para salir.

Nos tomamos un taxi. Ya te conté el placer que es viajar en taxi con la cabeza afuera, tragando viento.

Para sorpresa mía, llegamos a nuestro viejo hogar. Me desconcerté. Saludamos a algunos vecinos y entramos a nuestro (¿antiguo?) departamento. Estaba vacío, el pobrecito... me dio una lástima. Sólo pelusas y polvo. Habían quedado nada menos que las cacerolas donde cocinamos y algunas cositas más que Pablo guardó en el bolso. Luego, nos quedamos sentados en el piso, esperando nosequé. Y nosequé llegó de inmediato. Lancé un ladrido cuando escuché que se abría la puerta. Era una señora. La había visto una vez ya. Observó el departamento por todos lados, con detenimiento, y conversó amablemente con Pablo. Me cayó bien. De pronto, vi como Pablo le entregó las llaves. Ahí me cerró todo. Vinimos a decirle adiós a ese hogar donde pasamos tantos momentos lindos. Fiestas con los amigos, banquetes con Fina y Raúl, despertares casi melódicos y metódicamente iguales, reencuentros con la vida. Porque ahí es donde yo volví a reinsertarme en este mundo privilegiado.

Como hizo esa señora, yo también lo recorrí por cada rincón una vez más. Y, sin que ella se diera cuenta, hice pis en el balcón, por si llegase a ir a vivir ahí otro perro, para que se entere de que esa fue la casa de Francisco. Antes de salir, lo miré y le agradecí. Las casas tienen entidad. Lo sé.

Nos despedimos de la señora y también de los vecinos de la inmobiliaria de abajo. Me caían bárbaro. Le dijeron a Pablo que prometa que me iba a llevar de vez en cuando. Él asintió, pero ambos sabíamos que eso nunca iba a ocurrir. También les dije adiós. Cuando íbamos caminando rumbo a lo de Fina y Raúl, para visitarlos, me quedé paralizado. Ahí la vi, esbelta como al principio, con sus pelos marrones tan enmarañados como bellos, y esa mirada entre pícara y dulce. Nos miramos fijamente y corrimos desesperados el uno hacia el otro. No paramos de dar saltos, revolcarnos en el piso y hacer esas carreras repentinas, cortas, en círculo y de hasta diez metros, para convertirnos en ráfagas de felicidad. Pablo es inteligente y me dejó un largo rato. Sabía muy bien que, probablemente, nunca más pueda ver a Morena. Nos olfateamos mucho. Supe que sus cachorros ya no estaban más con ella y, vaya a saber hasta cuándo, seguiría siendo la misma Morena de siempre, la que yo adoraba. En un momento nos cansamos de tanto correr y nos sentamos, bajo el sol, extenuados, una pata contra la otra. Nos miramos, con alegría, amor y tristeza. Todos esos sentimientos juntos que, seguramente, los humanos ni se imaginan que podemos sentir los perros.

No quise que Morena supiera que yo me iba del barrio. No le dije nada. El adiós lo dejé en mi interior y, simplemente, puse mi frente sobre la suya. Nos dimos muchos lengüetazos, como siempre, y nos despedimos. Ella salió a los saltos, con su amiga persona, ingenua y feliz. Yo me quedé observándola, y lo seguí a Pablo. Con el adiós atragantado y pensando en esas cosas que uno tiene que resignar para obtener otras. Aunque la reflexión me duró sólo unos metros. Demasiado dilema para un perro. Pero me quedé triste. Probablemente nunca más vea a Morena.

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