UNA VIDA SIN UN PERRO, ES UN ERROR

"LA GRANDEZA DE UNA NACIÓN Y SU PROGRESO MORAL PUEDE SER JUZGADO POR LA FORMA EN QUE SUS ANIMALES SON TRATADOS."
Mahatma Gandhi

NO USES PIROTECNIA

NO USES PIROTECNIA
Por favor, no usen pirotecnia. Los "cuetes" nos asustan, nos hacen mucho mal a nuestros oídos, nos desorientan y son la causa de que muchos perros y gatos se pierdan entre diciembre y febrero. Lo mismo les ocurre a otros animales, como las aves. Pensá en nosotros y en los múltiples problemas que pueden causar los fuegos artificiales. NO USES PIROTECNIA. Gracias. PD: Ah... Ponele chapita con número de teléfono a tu perro. Para esta época hay muchos perros perdidos a causa de la pirotecnia, por favor, si ves alguno no sigas de largo, ayudalo a encontrar a su familia.

jueves, 21 de octubre de 2010

Ojos


Hola, diario. Me encanta cuando Pablo guiña el ojo. Está ocupado o haciendo algo y, de pronto, gira la cabeza, me mira y cierra un ojo. Cuando recién lo conocí no entendía bien qué le pasaba. Por momentos pensaba que se le iba a caer el ojo o que se le había metido una pulga. También pensé en que se le podía haber muerto la mitad de la cara. Pero no, cada vez que cerraba un ojo, el rostro se le ponía más vivaz. Lo observaba muy bien cuando hacía eso hasta que me di cuenta de que se trataba de complicidad. Cuando me guiña el ojo me está saludando, me dice "¿entendés?" o me hace cómplice de algo que está comiendo o que está por hacer. Qué maravilla la capacidad de movimientos en la cara que tienen los humanos. Me encantaría guiñar el ojo o sonreír. Pablo dice que no me hace falta, pero me gustaría. A veces, cuando me guiña el ojo, trato de hacer lo mismo, pero no me sale. Cierro los dos. Igual, a Pablo le emociona todo lo que hago. Así que, cuando él cierra un ojo, yo cierro los dos. Y esa es nuestra señal de complicidad. Con esa cerradita de ojos, nos decimos muchísimas cosas que llevarían mucho tiempo en palabras.

sábado, 2 de octubre de 2010

Cruzar


Hola, diario. Ayer una señora me felicitó en la calle. Le resultó simpático que espere a que pasen los coches para cruzar la calle. La miré con autosuficiencia. Pero lo cierto es que no nací sabiendo que si un coche te pasa por encima cruzás el umbral ese que te convierte en angelito.
Cuando llegué a la casa de Pablo y comenzamos a salir a pasear, no sabía de ese peligro y, cada vez que llegábamos a la esquina, me lanzaba a lo lo loco para cruzar corriendo. Pero quedaba ahorcado porque Pablo se plantaba en la esquina y enroscaba la correa para que me quede con él. Yo no comprendía porqué hacía eso de quedarse parado en lugar de correr y ganarle a esos monstruos con ruedas. Yo estaba seguro que, por velocidad, les podía ganar. Pero no, no me dejaba. Un día, quise hacer lo mismo y tiré de la correa... y me solté. No llegué a cruzar. De pronto, vi cómo una camioneta enorme venía hacia mí y el miedo me paralizó. Me planté en medio de la calle, hecho un ovillo. En ese segundo escuché cómo gritaba Pablo. En ese instante pensé que no lo vería nunca más. Pensé que podría encontrarme con Zsá Zsá y con el linyera que estuvo un día asilado en casa. Todo en un segundo del mayor pánico que sentí en mi vida. La camioneta frenó a sólo centrímetros de mí. Sentí el calor que irradiaba ese monstruo gigante que me había tapado con su sombra. Largué unas gotas de pis. Giré un poco la vista y vi que Pablo estaba pálido y cruzaba la calle desesperado, sin mirar, como yo. El tipo de la camioneta lo insultó, pero él ni siquiera lo miró. Me tomó del collar y me llevó casi arrastrando hacia la otra vereda. Creo que sentía más pánico que yo. Me retó muchísimo y hasta me pegó un chirlo en la cabeza. Podía sentir cómo su energía estaba desbordada. Sentía mi cuerpo como de cera, derritiéndose ante ese fuego de bronca, miedo e indignación que tenía mi mejor amigo. No pude escuchar todo lo que me decía, pero me asusté. Luego, en unos segundos, se calmó y me abrazó muy fuerte. Me apretó. Ahí me tranquilicé y sentí que estaba en la tierra otra vez, con la seguridad de todos los días.
Bueno, te cuento esta "casi tragedia" para explicarte porqué aprendí a cruzar la calle. A partir de ese momento, Pablo también entendió que yo era un "sacado", así que decidió enseñarme la regla fundamental de tránsito urbano: parar en la esquina cuando pasan los coches.
Cuando estamos por llegar a la esquina comienza a enroscar la correa, para que me quede bien cerquita a él. Se detiene medio metro del cordón y me dice: "Vení". Lo observo de reojo y me quedo paradito junto a él, hasta que ese aparato que cambia luces nos indique que tenemos permitido avanzar. Cuando eso ocurre, Pablo dice: "Vamos", y afloja la correa. Es una fórmula perfecta. Vos podés cruzar muy orondo la calle y ver cómo esos monstruos con ruedas se quedan detenidos observándote, con sus narices calientes y reprimiendo ese deseo de pasarte por encima y dejarte hecho jirones.
A partir de ahí, el "vení" y el "vamos" se convirtieron en ley para mí en la calle.
Así que te lo recomiendo, diario. Si tu mejor amigo enrosca tu correa y te dice "vení" en la esquina, confiá en él. Nadie te va a pasar por encima.