UNA VIDA SIN UN PERRO, ES UN ERROR

"LA GRANDEZA DE UNA NACIÓN Y SU PROGRESO MORAL PUEDE SER JUZGADO POR LA FORMA EN QUE SUS ANIMALES SON TRATADOS."
Mahatma Gandhi

NO USES PIROTECNIA

NO USES PIROTECNIA
Por favor, no usen pirotecnia. Los "cuetes" nos asustan, nos hacen mucho mal a nuestros oídos, nos desorientan y son la causa de que muchos perros y gatos se pierdan entre diciembre y febrero. Lo mismo les ocurre a otros animales, como las aves. Pensá en nosotros y en los múltiples problemas que pueden causar los fuegos artificiales. NO USES PIROTECNIA. Gracias. PD: Ah... Ponele chapita con número de teléfono a tu perro. Para esta época hay muchos perros perdidos a causa de la pirotecnia, por favor, si ves alguno no sigas de largo, ayudalo a encontrar a su familia.

viernes, 26 de noviembre de 2010

Pasillos


Hola, diario. No te das una idea de cuánto me gustan los pasillos. Qué gran invento los pasillos. Cuando vivíamos en la casa anterior teníamos un pasillo corto que nos conducía desde la calle hasta el ascensor. Pero ahora no necesitamos ascensor porque estamos abajo de todo. En la tierra, como deben estar los seres con patas. Y desde nuestra casa hasta la calle hay un pasillo muy largo. Me fascina correr a toda velocidad por él. Claro, tiene sus riesgos. Los escuetos escaloncitos que hay por la mitad no son problema porque ya los tengo junados* y pego un salto antes de que aparezcan. El problema surge cuando el turro del portero ese que me cae muy mal, el tal Alejandro, lustra el piso. Ahí sí, cuando ocurre eso, me pego unas patinadas impresionantes. Las otras noches pasó algo de lo que me avergoncé muchísimo. El piso estaba muy patinoso y la velocidad me jugó una mala treta. Seguí de largo y me "tragué" la puerta de entrada. ¿Podés creer que en lugar de asustarse, Pablo y el vigilante se mataron de risa? Bueno, reconozco que debe haber sido gracioso. Yo pegué un pequeño chillido, pero después me incorporé y puse cara de "acá no ha pasado nada".
No me amedrentó eso. Cada vez que entro a algún lugar con un pasillo, tomo carrera y lo invado velozmente. Para eso están los pasillos.

*conocidos.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Matanza de pulgas


Hola, diario. Hoy vino Pablo con refuerzos para sacarme a los invasores de encima. Te confieso que es torturante. Te ponen una pipeta con un líquido espantoso, ácido, en distintos puntos del lomo. Justo allí donde no te lo podés sacar. A medida que ese líquido empieza a penetrar tu piel, sentís como una mezcla de ardor y picazón que te hace ir inquieto de un lado a otro de la casa, sin rumbo, propósito o destino. En unas 24 horas se hace efectivo y todas esas desgraciadas empiezan a morir de a poco. Siento cómo se van cayendo y van dejando de existir. Las imagino gritando, revolcando y sin fuerzas como para salir corriendo a invadir a otro perro.

Ya te conté alguna vez. Apenas Pablo menciona la palabra "pulguitas", así como en un tono muy infantil... yo me desespero. Pero porque me dan ganas de decirle: "¡Sí, pulguitas, tengo pulguitas! ¿Por qué te pensás que me rasco todo el tiempo?". Y cuando aparece con la pipeta salvadora, me dice: "¿Vamos a matar a las pulguitas?". Y ahí entro en desesperación porque, felizmente, sé que esas guachas van a morir pronto, pero también porque el proceso te genera un cosquilleo para nada placentero.

Como recuerdo, hoy me quedaron dos enormes ronchas en mi pancita y otra en mi pata. Un disgusto con final más o menos feliz.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Estoy habitado


Hola, diario. Hay seres que caminan por mi cuerpo. Todo el tiempo. No solamente puedo sentirlos, puedo oírlos. Son seres vivos, muy vivos. Tan vivos que, cuando comienzo a rascarme, se mueven hacia otro flanco donde no puedo llegar con mi pata. Confieso que hay momentos en los que la desesperación me sorprende e intento acabar con ellos a los mordiscos. Pero termino mordiéndome a mí mismo y embadurnando mi pelaje con mi propia saliva.
Quiero identificar por donde vienen, adónde se instalan. Pero no lo logro. Sólo los siento. Hasta tengo la sensación de que juegan, hablan, hacen el amor, sobre mí, en mí, entre mi siempre ponderado pelaje. Pero sobre todo, comen. ¿Y sabés qué, diario? Creo que me comen a mí. Ya me di cuenta de que tengo picaduras. Esos seres te chupan la sangre.
Estoy precupado, diario. Tengo miedo de quedar consumido a un felpudo sin tripas si esto sigue así. Porque viste que los depredadores comienzan por la sangre y siguen por las tripas. Y, mientras tanto, hacen que te olvides de tu corazón. Por lo tanto, no te das cuenta y estás subordinado a ellos, sos una víctima, se volvieron ocupas de vos. Es difícil zafar de ellos, pero pienso que se puede. Lo que pasa es que a veces no te llegan las patas para rascatarte justo en el lugar donde te lastiman. Pero debe haber alguna fórmula. Alguien tiene que aparecer para ayudarte y liberarte de esos seres que intentan construir ciudades en vos mismo. ¡¡¡Me colonizaron, diario!!! ¡¡Soy multitudes, diario!! Estoy frito.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Pequeño manual instructivo para recibir caricias

Hola, diario. Yo sé que cuando me pongo panza arriba intimido. Es que no me puedo contener. Seguramente vos tomás agua y te alimentás para sobrevivir. Bueno... yo también lo hago. Pero, además, yo necesito que me mimen. Creo que si no me muero de tristeza. Tengo dos tácticas para recibir caricias constantes. La primera es acosarte con mi hocico. Busco tu mano y le doy un sacudón brusco para arriba con mi hocico de manera tal que caiga de canto sobre mi cabeza. Así, sin que te des cuenta, te obligo a que me rasques la cabeza. Uy qué placer... Vi que los humanos se acarician en la cara. Cuando me acarician la cara me siento persona y me encanta. Puedo quedarme horas así. Y si se te ocurre deslizar un poco tus dedos y rascarme la base de la oreja o detrás de ella, puedo quedarme inmóvil durante horas. Algunos se ríen porque ese comienzo de caricias, a veces, hace que me vaya derritiendo de a poco. Me flaquean las patas y termino en el piso. Claro que eso puede generar el final de las caricias porque algunos vagos no se quieren agachar. Ese sistema da resultado la mayoría de las veces. Pero siempre hay alguno al que le parece prepotente mi pedido de cariño. Cuando eso ocurre, recurro a la táctica número dos: me tiro al piso panza arriba. Imposible no sacarle una sonrisa al más amargo. Hasta aquellos que tienen entre diez y quince años y ya no se pueden agachar por el dolor de cintura, lo hacen para rascarme la panza. Qué placer. Eso sí que es vida. Pablo dice que parezco un pollo muerto cuando me tiro así. ¡Qué delicia cuando me rascan la panza y el pechito! A veces hago el truco de tirarme panza arriba cuando hay más de uno. ¡Te rascan a cuatro manos! ¡Mejor que el Shiatzu ese que hace Pablo! Eso sí, no me rasques en la base de mis costillas porque empiezo a hacer guitarrita. Me da unas cosquillas impresionantes.

O sea, diario... si te dan ganas de que te acaricien sin parar, tirate panza arriba en el piso y siempre aparecerá alguien para hacerlo.... o por lo menos, para preguntar qué te pasó.


jueves, 4 de noviembre de 2010

Molina ahora es Morgan


Hola, diario. Ayer vino a visitarnos nuestro amigo Alejandro con Molina. ¿Te acordás? El pibe ese que Pablo encontró y que estuvo pensionado en casa por unos días... Ahora tiene familia. Está muy feliz. Parece que le encanta estar panza arriba y que se la rasquen. Lo aprendió de mí. Parece que le encanta jugar con ositos de peluche. Lo aprendió de mí. Parece que le encanta subirse a la cama y dormir con las personas. Lo aprendió de mí. Parece que no tira con la correa cuando camina. Lo aprendió de mí. Pero parece que ya rompió tres pares de zapatillas. Eso no lo aprendió de mí.
Qué gracioso. Lo recuerdo cuando salíamos a hacer pis por el barrio. No sabía levantar la pata y meaba sentado. El pibe me comenzó a observar y a copiarme. Aprendió despacito. Al principio se caía y no podía mantener el equilibrio. El día en que pudo mear bien con la pata levantada tuve el impulso de aplaudirlo. Pero no soy foca y me mantuve indiferente. No vaya a ser cosa de que se creyera que éramos hermanos.
Alejandro nos mostró algunas fotos de Molina con sus hijos. Ahora no se llama más Molina. Le pusieron Morgan. Confieso que tiene un nombre con más personalidad.
Yo le tenía un poco de antipatía, pero la verdad es que me puso muy contento saber que con un poco de esfuerzo, sin mirar al costado, uno puede hacer feliz a alguien. Sólo hay que estar atentos.

lunes, 1 de noviembre de 2010

En las buenas y en las malas



Hola, diario. Hace cinco días que Pablo está muy triste. Creo que si tuviera rabo, lo tendría todo el tiempo entre las patas. Sus orejas siguen en el mismo lugar, pero no sabés lo que es su cara... me parte el alma. Al principio no sabía qué hacer. Fui a buscar a Osito 4 y se lo dejé en los pies para que juguemos, pero no había forma. Como si nada. Comencé a darle vueltas desesperado para correr y jugar al "te atrapo, te atrapo", pero tampoco. Estaba inapetente de juegos.
También me paré frente a él y lo miré fijo para preguntarle qué le pasaba, pero su pena era tan grande que no pudo transmitirme nada más que esa impresión, sin explicaciones. Sentí que no eran necesarias, así que me limité a darle mi mano.
Me desespero porque no quiero que sufra. Es mi mejor amigo, mi hermano pelado de dos patas. Si me pidieran que entregue mi olfato por él, lo haría sin dudarlo. A veces despide agua de sus ojos y lanza unos suspiros que me hacen temer que se le escape el alma por los poros. trato de estar atento y le limpio el agua de la cara cada vez que sale. Pero a veces parece que le estuvieran bañando la cabeza de adentro para afuera de la cantidad de agua que larga. Me desespero y no paro de lamerle la cara hasta limpiarle esa catarata de lágrimas. Yo le tengo paciencia. Él se sienta en el sillón grande a mirar la tele y yo hago lo mismo, a su lado, para competir con esa pena que lo abraza y se empeña en quedarse ahí. Yo me quedo sentadito, lo más tranquilo posible (sabés que me cuesta), pego mi cuerpo al de él, le doy mi mano y pongo mi cabeza sobre su brazo. Así lo convenzo de que deje a la pena un rato o, por lo menos, que la comparta conmigo. Lo logro porque cuando ocurre eso me abraza y nos quedamos los dos así un buen rato. Sólo interrumpo nuestra tristeza para limpiarle la cara. Quiero que tenga confianza en mí y no me separo un instante. Comprobé que, cuanto más cerca suyo estoy, más se recupera. Es como que cada abrazo mío lo cura un poco (¿seré algo así como un veterinario del afecto?). A medida que pasan los días, la pena se aleja y, de a poco, vuelve a ser el Pablo de siempre. Algo ocurre con la tele. A veces la enciende y vuelve a visitarlo la tristeza. Pero ahí estoy yo para rescatarlo. Comprobé algo que sospechaba desde hace mucho tiempo: el cariño sana. Eso lo sospeché una vez que la pelirroja de la plaza me mordió. Me dolió mucho el costado de mi lomo, donde me hincó los dientes, pero Pablo no sólo me curaba sino que ponía su mano sobre mi herida y me hablaba. Esa actitud de amor hizo que el dolor y el susto desaparezcan rápido.
Yo puedo hacer lo mismo. Y más. Creo que los perros podemos curar las penas del alma. Es una teoría que acabo de comprobar. Estoy feliz de que así sea.