UNA VIDA SIN UN PERRO, ES UN ERROR

"LA GRANDEZA DE UNA NACIÓN Y SU PROGRESO MORAL PUEDE SER JUZGADO POR LA FORMA EN QUE SUS ANIMALES SON TRATADOS."
Mahatma Gandhi

NO USES PIROTECNIA

NO USES PIROTECNIA
Por favor, no usen pirotecnia. Los "cuetes" nos asustan, nos hacen mucho mal a nuestros oídos, nos desorientan y son la causa de que muchos perros y gatos se pierdan entre diciembre y febrero. Lo mismo les ocurre a otros animales, como las aves. Pensá en nosotros y en los múltiples problemas que pueden causar los fuegos artificiales. NO USES PIROTECNIA. Gracias. PD: Ah... Ponele chapita con número de teléfono a tu perro. Para esta época hay muchos perros perdidos a causa de la pirotecnia, por favor, si ves alguno no sigas de largo, ayudalo a encontrar a su familia.

miércoles, 31 de marzo de 2010

¿Seré una persona?


Hola, diario. Estoy cada vez más cerca de la teoría de que soy una persona con traje de perro. Tengo varios motivos para pensarlo. Por empezar, tengo casa: un departamento de tres ambientes con patio para mi solo. Pablo se fue de viaje, así que puedo considerar que, por ahora, es mío. Vivo aquí y cuando viene gente a cuidarme se quedan durante el día y se regresan a sus casas para dormir, a la noche. Es decir, segunda confirmación: están a mi disposición. Te tiro otra. Ayer vinieron Fina y Raúl y me invitaron a sentarme a la mesa con ellos. Además, ella me convidó café. "Te va a despejar un poco", me volvió a señalar. ¿Dónde viste un perro que tome café? Por lo tanto, no soy perro. Con esa teoría en mi cabeza salí a la calle con ellos, suelto, muy dueño de la vereda. Estuvimos un buen rato en la plaza. Ignoré a cuanto perro se me cruzó por el camino. Un cochino se me acercó para olerme el culo y lo saqué cagando. Pri-mi-ti-vos... Tsss...
Me pasé toda la tarde así, solo, haciendo de cuenta que cualquiera de esos perros podía ser mi mascota. ¿Soberbio? Y bueno... sí. Creo que he evolucionado en persona.
Estuve un buen rato parado frente al espejo de la habitación observándome. Ensayé sonrisas, pero no me salieron. Y cuando escuché que el portero tocó el timbre del departamento, comencé a dar ladridos de advertencia.
Me frustré. Ladro y no puedo sonreír. Ahí entré en dudas.

domingo, 28 de marzo de 2010

Viajero

Hola, diario. ¿Podés creer que Pablo volvió a irse? Yo no sé qué se piensa... A veces tengo miedo de que se esté convirtiendo en nómade. No sería vida para mí... aunque obviamente, lo seguiría adonde sea... Pero yo prefiero estar acá calentito, con morfi* asegurado y caricias al por mayor. Anoche otra vez tomó la valija y comenzó a llenarla de ropa. Hasta el cepillo de dientes se guardó. Quise meterme en ella, pero no me dejó. Hoy a la mañana se despidió con muchas caricias, besitos en la frente y promesas de que "enseguida" vuelve. Ya sé que por lo menos se tomará entre cinco días y una semana. Tal vez mi vida sea así siempre... que, de tanto en tanto, él se vaya de viaje y me deje al cuidado de algún otro integrante de la familia. Mientras no me deje al cuidado de Zsá Zsá no tengo problemas.
Cuando me hizo mimitos en la cara, no me aguanté y me puse a llorar. Ahí me abrazó. Como me di cuenta de que funcionó, comencé a llorar más fuerte, para ver si se arrepentía y se quedaba. Pero no fue así. Nos quedamos los dos mirándonos con mucha tristeza, me dio una golosina y cerró la puerta.
Ahora estoy observando un almohadón y un peluche de Bob Esponja. A ver qué agarro primero en señal de protesta.

* Comida.

sábado, 27 de marzo de 2010

Manos




Las manos de las personas son bendiciones para los perros. No puedo evitar arrimarme a la gente y, de prepo*, ponerle mi frente en sus manos quietas. De pronto, cuando empiezan a moverse, bajo mi presión sutil, encuentro uno de los mayores placeres de la vida. Que te acaricien o te rasquen la cabeza... ¡Qué maravilla! Siento un escalofrío tan estremecedor. Cierro un poco los ojos, luego los vuelvo a abrir, observo de reojo que la persona no se canse de acariciarme, y si eso sucede, arremeto de nuevo, con mi frente en la palma de su mano. El que te acaricia la cara es porque, realmente, es un tierno total. Lo hacen varios en la familia. Raúl es uno de ellos. Me acaricia la mejilla, luego la zona de mis bigotes y, a veces, en el mentón. Cuando hace eso, de a poco, me voy derrumbando, siento como que me desarmo. Muy lentamente, me voy deshaciendo en el piso hasta quedar echado totalmente. Cuando ocurre eso, Raúl deja de acariciarme porque no puede agacharse más. Pero si ocurre lo mismo con otros, es como estar en el paraíso. Podría pasar horas dejando que me rasquen la panza y el pecho. Pero los seres humanos no resisten mucho estar agachados, a la altura de los animales. Entonces tengo que erguirme nuevamente y comenzar con lo mismo... mi frente en sus manos. Muchos son expansivos e, inmediatamente, comienzan a acariciarme el lomo. Uy... siento como que me corre una gota de agua fría desde la cruz hasta la cola. Me encanta que me peinen con sus manos. Y lo mejor, es en el cuarto trasero. Me encanta que me rasquen el cuarto trasero. Me quedo quieto, quieto, quieto... tieso, enjuto, sin otra sensación que el placer. No me muevo por miedo a perder esa dicha.
Lo que los seres humanos no toman en cuenta es el cariño y el amor que permanentemente ofrecen con sus manos. Yo les pido afecto por placer, lo reconozco. Pero también para ayudarlos a que, por lo menos un momento en el día, estén descargando cariño casi sin darse cuenta. Me siento más útil.
Creo que si muchas personas supieran que eso es así, habría menos perros y gatos sin hogar, y un gran porcentaje de la humanidad sería más buena. Brindo por las manos.
*obligar

martes, 23 de marzo de 2010

Labios


Hola, diario. ¿Viste que a alguna gente le da un poco de asco cuando los perros besamos? No entiendo por qué. Yo los he visto también haciendo cosas con sus lenguas. Y cuando hacen eso van mucho más allá del afecto. Cuando llega alguien a casa, siempre pego un salto para darles un beso. No tengo trompa como ellos como para saludarlos igual. Pero confieso que tengo una obsesión: los labios.
No sé porqué, desde cachorro, siempre me gustó darles besitos a las personas en sus bocas. Cuando sos cachorro es fácil porque te alzan, te arriman a sus rostros y ahí les das besos. Pero de adulto es más complicado. Yo adquirí una técnica. Hay que hacerlo rapidísimo. Apenas se acercan, pego un salto, como si fuera un delfín amaestrado, y les doy un lengüetazo en los labios. Algunos ponen cara de asquete, pero a otros les resulta simpático y hasta adorable.
Es que los labios de las personas son húmedos, como nuestras lenguas, o nuestras narices. Y es a través de sus labios como grafican el amor. Como yo creo que me estoy convirtiendo en una persona, estoy convencido de que es así cómo debo besar. Les doy amor con cada salto y cada beso en esos contornos carnosos que dibujan lo que a mí nunca me sale: la sonrisa. Es lo más lindo de las personas. Cuando sonríen, todo se ilumina y yo siento que unen la alegría con el cariño. Precioso. Estuve practicando pero no me sale. El día que pueda sonreír, se caen de culo.

lunes, 22 de marzo de 2010

Comadrejas

Foto de Adriana de Palermo. Flickr.com

Hola, diario. Este nuevo barrio es muy curioso. Te conté de ese jardín inmenso al que no dejan pasar perros, pero que está lleno de plantas y árboles de todo tipo con una partitura de olores que te fascina. Allí está lleno de gatos. Algunos son amigables y otros te hacen “fsss”. Pero con Zsá Zsá ya me acostumbré a ellos. Anoche estábamos paseando por la plaza y Pablo se sorprendió tanto como yo por un perro extrañísimo que había ahí dentro. Bah... yo no sabía si era un perro o un gato de una marca rara. Tenía un olor espantoso y caminaba muy lento. Estaba así como despeinado, con pocos pelos, con distintas tonalidades de grises en el lomo y un antifaz blanco. Lo más impresionante era su cola. Larga y pelada... un asco. Se la habrán mordido o tendría un problema dermatológico. Primero nos ignoró, pero después nos observó con unos rosados ojos diabólicos. Nos quedamos observándolo un buen rato, pero viste que a mí la curiosidad me mata... Vi que algo raro tenía en el lomo. Eran como verrugas peludas que se movían. No lograba darme cuenta de qué era... ¡Hasta que me avivé de que eran sus hijos! Tan extraños como él, pero mucho más chiquitos. Quise acercarme para olfatearlos, pero se enojó mucho. Se le pararon todos los pelos, irguió su cola pelada y me mostró los dientes. Pensé que nos iba a atacar, pero no... Muy pancho (o pancha)* se dio media vuelta y se alejó caminando despacio, con esas patas cortas y extrañas.

Pablo también quedó fascinado con ese inesperado encuentro y se lo contó a todos. Escuché que esos perros se llaman comadrejas* y que en ese lugar hay muchas.

Por precaución, creo que no deberíamos acercarnos nuevamente a ellos. Sobre todo cuando tienen familia numerosa.

*Tranquilo

* En Argentina se llama comadrejas a las zarigüeyas u opossum.

jueves, 18 de marzo de 2010

Un chistoso


La alegría de ser un perro de raza me duró un día. ¿Vos podés creer que era un chiste de Pablo? ¡Me tocó un chistoso como compañero de departamento! Ayer le volvieron a preguntar de qué raza era y volvió a responder lo mismo: "Lanus Sheperd". Pero esta vez la inquisidora era más curiosa y le preguntó qué quería decir. "Pastor de Lanús", respondió. Y ella se echó a reír y me abrazó. Luego dijo: "Holando-Argentino". Mirá, diario, no te sigo contando porque me da bronca. No le hablé en todo el día. Raza pelotudo es él.
Preguntame de qué raza soy... dale... COMÚN Y CORRIENTE... y con mucha honra.

miércoles, 17 de marzo de 2010

Lanús Sheperd


Viví engañado estos tres años de mi vida. Siempre creí que era un perro cualunque, común y corriente, un atorrante. Soy de raza, diario. Escuché claramente cuando una señora, en la calle, le preguntó a Pablo de qué raza era y él respondió: “Lanus Sheperd”. No sabés la emoción que me dio. No porque me hubiera sentido menos ya que siempre miré con cierta sorna a los perros de raza, ya que todos se parecen entre sí. Pero supongo que para los humanos debe ser como siempre mirar de reojo a los ricos por sentirlos frívolos o egocéntricos; y de repente, tener un golpe de suerte y ser ricos como aquellos a los que se miró de soslayo antes. ¿Está mal querer “pertenecer”? Tal vez, para que la vida se nos haga un poco más fácil. Es más sencillo para un “Lanus Sheperd” que para un perro común, supongo. Lo único que no me gusta de esto es que, seguramente, me voy a topar con muchos “Lanus Sheperd” como yo. Me gustaba ser casi único. Todo no se puede en la vida.

lunes, 15 de marzo de 2010

Adioses

Hola, diario. Si te tengo que definir mi fin de semana, es con la palabra “adiós”.

Ya estamos instalados en la nueva casa. Te cuento que me llevo por delante todos los muebles y paredes. La costumbre hace que quiera tomar el mismo camino que en el otro departamento para ir de la habitación a la cocina, o del living a la habitación. Pero la distribución es distinta, así que me he golpeado la nariz un par de veces.

El sábado nos despertamos como siempre, fuimos a desayunar y los dos nos “tragamos” la columna que hay en la entrada de la cocina. Luego, paseamos un poco en la plaza y me sorprendí un poco al regresar. A los dos minutos, Pablo tomó un bolso enorme y me volvió a decir: “Vamos”. Obviamente, pegué un salto a lo delfín amaestrado y me acomodé el collar para salir.

Nos tomamos un taxi. Ya te conté el placer que es viajar en taxi con la cabeza afuera, tragando viento.

Para sorpresa mía, llegamos a nuestro viejo hogar. Me desconcerté. Saludamos a algunos vecinos y entramos a nuestro (¿antiguo?) departamento. Estaba vacío, el pobrecito... me dio una lástima. Sólo pelusas y polvo. Habían quedado nada menos que las cacerolas donde cocinamos y algunas cositas más que Pablo guardó en el bolso. Luego, nos quedamos sentados en el piso, esperando nosequé. Y nosequé llegó de inmediato. Lancé un ladrido cuando escuché que se abría la puerta. Era una señora. La había visto una vez ya. Observó el departamento por todos lados, con detenimiento, y conversó amablemente con Pablo. Me cayó bien. De pronto, vi como Pablo le entregó las llaves. Ahí me cerró todo. Vinimos a decirle adiós a ese hogar donde pasamos tantos momentos lindos. Fiestas con los amigos, banquetes con Fina y Raúl, despertares casi melódicos y metódicamente iguales, reencuentros con la vida. Porque ahí es donde yo volví a reinsertarme en este mundo privilegiado.

Como hizo esa señora, yo también lo recorrí por cada rincón una vez más. Y, sin que ella se diera cuenta, hice pis en el balcón, por si llegase a ir a vivir ahí otro perro, para que se entere de que esa fue la casa de Francisco. Antes de salir, lo miré y le agradecí. Las casas tienen entidad. Lo sé.

Nos despedimos de la señora y también de los vecinos de la inmobiliaria de abajo. Me caían bárbaro. Le dijeron a Pablo que prometa que me iba a llevar de vez en cuando. Él asintió, pero ambos sabíamos que eso nunca iba a ocurrir. También les dije adiós. Cuando íbamos caminando rumbo a lo de Fina y Raúl, para visitarlos, me quedé paralizado. Ahí la vi, esbelta como al principio, con sus pelos marrones tan enmarañados como bellos, y esa mirada entre pícara y dulce. Nos miramos fijamente y corrimos desesperados el uno hacia el otro. No paramos de dar saltos, revolcarnos en el piso y hacer esas carreras repentinas, cortas, en círculo y de hasta diez metros, para convertirnos en ráfagas de felicidad. Pablo es inteligente y me dejó un largo rato. Sabía muy bien que, probablemente, nunca más pueda ver a Morena. Nos olfateamos mucho. Supe que sus cachorros ya no estaban más con ella y, vaya a saber hasta cuándo, seguiría siendo la misma Morena de siempre, la que yo adoraba. En un momento nos cansamos de tanto correr y nos sentamos, bajo el sol, extenuados, una pata contra la otra. Nos miramos, con alegría, amor y tristeza. Todos esos sentimientos juntos que, seguramente, los humanos ni se imaginan que podemos sentir los perros.

No quise que Morena supiera que yo me iba del barrio. No le dije nada. El adiós lo dejé en mi interior y, simplemente, puse mi frente sobre la suya. Nos dimos muchos lengüetazos, como siempre, y nos despedimos. Ella salió a los saltos, con su amiga persona, ingenua y feliz. Yo me quedé observándola, y lo seguí a Pablo. Con el adiós atragantado y pensando en esas cosas que uno tiene que resignar para obtener otras. Aunque la reflexión me duró sólo unos metros. Demasiado dilema para un perro. Pero me quedé triste. Probablemente nunca más vea a Morena.

viernes, 12 de marzo de 2010

Botánico

Foto de Steven Miller - Flickr.com

Hola, diario. ¡Qué agotamiento! Estuvimos todo el día desembalando cajas y bolsas hasta dejar todo más o menos en orden. Bah... en realidad, fue Pablo, con la ayuda de su hermana y sus padres. Pero yo los seguí a todos de cerca. Quería controlar que todo esté en orden, así que corría hacia uno y, luego, hacia otro. Les quise cebar mate, pero creo que nunca voy a aprender.
Quedó todo más o menos bien. Estoy contento. Hoy a la mañana salimos a explorar el barrio. Casi me desmayo de la alegría cuando descubrí que en la esquina tenemos una plaza. Una maravillosa plaza con un olor a verde y a plantas que no te podés imaginar. Hay un árbol enorme que se llama jacarandá. Se le caen las flores y quedan todas como una alfombra violeta sobre el césped. Me entretuve olfateando cada árbol y descubrí que la mayoría de los perros que hay por ahí son de raza. A mí no me importa. Enseguida me hice dos amigos. Una pequinesa recién bañada que me vio y empezó a dar saltitos de un lado para el otro. Cuando la olí me di cuenta de que era una criatura. Tendría no más de un año. La miré y le dije: "Piba, puedo ser tu papá". Quedamos amigos. También me cayó bárbaro Pechín. Es un perro flaco, blanco, con manchas grises. No lo benefició mucho la naturaleza. Es el perro de un tipo que vive ahí en la plaza. O sea... es un perro linyera. Pero me cayó bien. Tal vez podamos compartir las pulgas.
Pero lo más fascinante fue cuando salimos de la plaza y avanzamos unos metros. ¡¡¡Con razón había tanto olor a naturaleza!!! La plaza está pegada a un lugar gigantesco, lleno de plantas, árboles y muchísimos gatos. Pero una lástima... no te dejan entrar. Está enrejado. Bah... las personas sí, pueden pasar... y los gatos. Pero no los perros. De todos modos, me encantó poder observar y oler todo eso. Es una sinfonía de olores. Uno más agradable que el otro. Noté que Pablo también parecía hacer uso del poco olfato que tienen los humanos.
Es evidente que hay una vida mejor, pero es un poco más cara.

jueves, 11 de marzo de 2010

Nos mudamos

Hola, diario. No te das una idea de las situaciones movilizadoras que viví durante las últimas 48 horas. Obviamente no pude escribir antes porque estaba todo guardado por “el guardador”. Después de esa situación traumática e inentendible en la que Pablo se puso a guardar todo, absolutamente todo, compulsivamente en cajas y bolsas, ocurrió lo más desconcertante. El timbre sonó muy temprano y nos habíamos quedado dormidos. Bajamos rápidamente y no sabés lo que había en la puerta... Un camión con dos forzudos que nos miraban amenazantes. Me preparé por si fuese necesario utilizar mis dientes, pero en un segundo me olvidé de mi intención defensiva y les salté para darles un beso a cada uno (no lo puedo evitar). Fueron amables, no nos pegaron. Me acariciaron la cabeza y le estrecharon la mano a Pablo. Pensé: “amigos nuevos”. Subimos con ellos y... ¡horror! Como si hubieran estado viviendo ahí con nosotros, comenzaron a tomar las cajas y bolsas y se las fueron llevando, de a una, al camión. Mientras, Pablo metió lo poco que quedaba en una bolsa: las sábanas, las almohadas, el cepillo de dientes y otras cositas sueltas. ¡¡Se llevaron hasta la cama!! ¿Adónde pensaba esta gente que íbamos a dormir a partir de ahora? ¡Qué situación desconcertante! ¡Y Pablo tranquilo, como si nada estuviera ocurriendo! En lo único que pensaba era en tener listos sus rulitos para no parecer un caniche cuando saliéramos a la calle. Yo no gano para sustos...

Diario, la casa quedó vacía. Va-cí-a. Sólo nosotros dos y montones y montones de pelusas, y bolas de pelos míos. Habrán tardado unos cuarenta minutos. Cuando se llevaron la última caja, me asusté. Pensé: “Ahora nos llevan a nosotros”. Yo no estaba dispuesto a que ninguno de esos patovicas* me cargara sobre sus hombros como hacen a veces con esos lechones muertos. Bueno, no nos cargaron a nosotros pero nos invitaron a seguirlos. Amablemente.

No lo pensé ni un segundo. Solo ahí, en medio de la nada no iba a quedarme. Creo que Pablo tampoco. Así que los seguimos.

Tenían un poco de olor. Creo que las cajas eran muy pesadas. Le lamí el brazo a uno de ellos y tenía gusto salado. Hubiera seguido, pero Pablo me retó.

Ya en la calle, subimos al camión. E-mo-cio-nan-te. Me costó subir, lo confieso. Pero dejé que me ayuden. Luego, puse mis patas sobre la guantera y miré al mundo desde ahí arriba. Autos, personas, perros y todo lo que habitualmente se mueve por la calle, fue observado por mí desde ahí, con mis dos patas traseras sobre la falda de Pablo y las otras sobre la guantera. Les caí simpático a los forzudos porque me dieron galletitas. Sentí el impulso de aprender a manejar. Me gustaría comandar uno de esos camiones enormes y sentir de a ratos, ahí arriba, que uno es fuerte y poderoso y no corre el riesgo de que le pisen la cola porque no lo ven o que lo pateen porque no les agradás. Pero no tengo manos como para aprender a manejar, ni tampoco camión, así que aborté la idea inmediatamente.

No viajamos demasiado... Bah... tampoco fue nada. Llegamos a unos 4 kilómetros, en otro sector de la ciudad. Un sector paquetísimo. Era temprano, así que mucha gente en la calle no había. Pero te puedo asegurar de que las veredas estaban mucho más limpias y el movimiento era mayor. Advertí que muchas de las personas que por ahí caminaban tenían algo de perro. Te preguntarás cómo me di cuenta... Porque caminaban erguidos y como oliendo para arriba. Sin dudas, eso indica que tienen un muy buen olfato. Me gustó.

Estacionamos en una avenida bastante ancha, como donde vivíamos, pero con menos negocios y más edificios. Me quisieron ayudar a bajar del camión, pero yo supuse que podría hacerlo solo. Me equivoqué. Me di un tremendo porrazo. Pero como soy valiente, me lo aguanté estoicamente. De pronto, me di cuenta de que Pablo sacó unas llaves y abrió la puerta de un edificio. Un señor lo saludó, dejaron la entrada abierta y los forzudos comenzaron a bajar nuestras cosas del camión.

¡Pero qué tonto había sido! ¡Ahí me di cuenta de lo que pasaba! Nos estábamos mudando a otra casa. En un breve instante metí la cola entre las piernas porque me enojé. ¿Cómo Pablo tomó esa resolución sin consultarme? Si vivimos juntos. Somos compañeros… Y no me dejó despedirme de Morena, ni de nuestros vecinos, ni de nuestra propia casa. Pero bueno, viste cómo soy, se me pasó enseguida.

Me paré frente a la puerta del ascensor, pero Pablo siguió de largo, por un extenso pasillo, hasta el fondo. Me gustó eso y corrí a toda velocidad, pero el piso estaba tan lustroso que resbalé.

No hubo que subir por ningún ascensor. Nuestro hogar estaba en la planta baja. Abrió la puerta y quise entrar primero yo. “¡Guauuu!”, dije. Era un sitio mucho mayor que el anterior. Con una habitación más, un baño enorme y un patio que tenía entradas al living y a la habitación. Te imaginarás que, mientras los grandotes dejaban nuestras cosas amontonadas, yo no dejé un solo rincón sin olfatear. Lo supe enseguida. Ahí vivió una pareja joven, pero mucho antes, una señora mayor que se murió en ese mismísimo lugar. De todos modos, no había peligro de fantasmas, ni malas ondas. El sitio se veía espléndido. Pablo me hablaba, pero yo no lo escuchaba. Estaba fascinado descubriendo esos nuevos olores que se mezclarían con los nuestros.

Cuando los tipos terminaron, Pablo cerró la puerta y corrió hacia el patio. Allí lo seguí. Tenía en su mano una de las pelotas con las que jugamos siempre. La arrojó de una punta a la otra y corrí a toda velocidad. Así estuvimos un buen rato hasta que quedamos extenuados, cagándonos de risa, en el piso, todos sucios. Creo que un nuevo capítulo comienza en nuestras vidas.

*Musculosos.

martes, 9 de marzo de 2010

El guardador

Hola, diario. Algo raro está pasando. Creo que Pablo enloqueció. Se levantó tempranísimo y nuestra ceremonia matutina fue fugaz. Apenas desayunamos. Estábamos muertos de calor y ni siquiera se bañó para salir. Se puso esas ojotas que a mí tanto me gusta morder y comenzó a guardar toda la ropa en bolsos y valijas*. Ahí lancé un suspiro. “Otra vez se va de viaje”, pensé. Lo observé resignado. Pero de inmediato me di cuenta de que la energía no era la misma. No, no se iba de viaje. Estaba enloqueciendo. ¡No sólo guardaba la ropa, también todo lo que estaba sobre el escritorio… y las cosas de la cocina… y hasta las del baño! Armó unas cajas de cartón en las que comenzó a guardar todo. En una caja más chiquita guardó a Osito 2, a Chanchito, y los demás chiches míos. Me preocupa. No entiendo qué pretende. Después de hacer todo eso, que llevó unas cuantas horas, se dignó a ponerse una remera, a tomar la correa y a salir a pasear conmigo. Fue un alivio porque todo ese juego de guardar cosas es cansador. Estábamos extenuados. Es agotador mirar durante varias horas cómo tu mejor amigo enloquece y le agarra el síndrome “guardador”. El suceso tuvo una ventaja. No fue a trabajar. Se quedó todo el día en casa. Jugamos un ratito. Pero continuó acumulando pequeñas cosas que todavía quedaban en algunos rincones o cajones. Como no había música, porque guardó los equipos, se puso a cantar las canciones que nos gustan y bailamos un poco. Eso me dejó más tranquilo. Era un dejo de normalidad. Pero de todos modos, traté de no molestar mucho y no le quité la vista de encima. A ver si se le ocurría guardarme a mí en alguna de esas cajas. Yo lo quiero mucho así que tendría que resignarme y dejar que me guarde. No sé cómo va a seguir esto, no sé cómo va a seguir esto… * Maletas

domingo, 7 de marzo de 2010

Simulacros

Hola, diario. A veces reconozco que soy un jodido. Cuando no estoy de muy buen humor desbarato todos los planes de Pablo. Tiene una cámara de fotos nueva. Y se vuelve tonto con ella. Se le da por sacarme fotos todo el tiempo. A veces poso y me pongo así en seductor como para que quede un buen recuerdo mío (vi que puso varias fotos mías en unos cuadritos). Pero otras tantas le arruino los planes. Sobre todo cuando quiere filmar algo. Se lo hago a propósito. Él tiene que darse cuenta de que nuestros códigos son sólo nuestros, no para la posteridad. Resulta que quiere que haga todas mis muecas habituales para la cámara. Yo, a propósito, pongo mi mejor cara de idiota y no le doy bola. "¿Vamos, Francisco?" Y se queda parado esperando que salte de alegría. ¿No se da cuenta de que ya me avivé que es sólo para la cámara, no para ir a pasear en serio? O me dice: "A ver, la patita". ¡Mongo, la patita! Siempre me dieron mucha lástima todos esos perritos amaestrados, a los que les ponen pollerita o los visten de murciélago. No, no, no, no... Igual, a veces me da lástima, y le hago la muequita, luego de hacerme el indiferente. Después de todo, creo que ya se resignó.
Hace poco se nos rompió la computadora. Cuando llegó el muchacho que las arregla, le contó todo lo que no funcionaba. Pero el chico se sentó a la máquina, se puso a revisarla y no hacía nada de lo que Pablo había dicho. "¡Es como mi perro!", exclamó.
Compararme con una máquina, che...

Televisión


Hola, diario. Descubrí un aparato interesantísimo que se llama televisión. En casa hay dos. Nunca le presté demasiada atención porque Pablo no lo enciende muy seguido y, cuando funciona, se planta frente a él y no repara en nada más que eso. Le tengo unos celos increíbles. ¿Cómo puede ser que prefiera observar ese aparato que habla solo a morir de risa jugando con la pelotita? Últimamente se sienta siempre en su sillón, a la misma hora y el mismo día, a ver un programa que adora. Cuando eso ocurre, trato de llamar su atención de distintas formas. Me subo al sillón y le jadeo al lado de su oreja. Sé que odia eso. Sino me hago el romántico y le doy la patita y apoyo mi cabeza en su hombro. Cuando ve ese programa, no hay truco que valga, siempre me pide que no lo moleste. Llegué a saltarle encima, para que lo deje, pero tampoco. Estuve a punto de robarle ese aparatito que tiene siempre en la mano para hacer que el televisor hable más bajo o más fuerte. Pero no me animé. Temí represalias.
Pensé: "si no puedes ganarle, únete a él". Me senté a su lado para ver qué tan interesante era eso como para preferirlo antes que a su amigo fiel. Observé. Me costó focalizar. La pantalla tiene como unos puntitos que te dificultan un poco la visión. Pero hice foco al cabo de un rato. Creo que fue porque me llamó mucho la atención un ladrido. ¡¡¡Adentro del televisor había un perro!!! ¡Lo vi perfectamente! ¿Cómo hizo para entrar ahí? Intenté olfatearlo, pero no sentí nada. ¡Fue abducido!
No había forma de averiguarlo, así que me dediqué a observarlo. Era un labrador. Medio tonto. Su mejor amigo era un negrito muy simpático. Estaban en una playa, con otra gente que se veía un poco sucia. Escuché que el negrito lo llamó: "¡Vincent!". Un extranjero, obvio. Te puedo asegurar que me gustó eso de la televisión durante un rato. Pero viste que yo tengo la capacidad de concentración de un bambi, así que de inmediato, cuando el perro salió de escena, seguí molestando a Pablo.
Ahora, cada vez que Raúl viene a casa, se pasa todo el tiempo viendo la televisión. Aunque no entiendo qué pasa y no logro darme cuenta cómo entra toda esa gente ahí adentro, me siento a su lado y observo. Sólo para hacerle compañía. Es mi laburo.