Hola, diario. Ayer, Pablo y un amigo suyo trajeron un nuevo sillón. Grande, de un color que no puedo definir (me suele ocurrir eso). Apenas los vi llegar, me dije a mí mismo: "No me gusta". No sé porqué... Viste que a la estética no le doy mucha importancia, pero este sillón no me gustó. Bueno, te lo tengo que admitir. Creo que deposité mi malhumor de los últimos días en este sillón nuevo. Vengo chinchudo*. Es que soy celoso, qué le voy a hacer. Noto que las gracias que hace este chico Néstor desarman de ternura a Pablo. Entonces se la pasa jugando con él o, como es muy chiquito, lo levanta permanentemente. Hasta ven televisión juntos. Bah... el chiquitito se enrosca y se hace una pelotita peluda sobre su pecho, donde se queda dormido. Yo mismo veo cómo a Pablo le caen las gotas de transpiración y, así y todo, soporta al gatito sim-pá-ti-co. Ya ese grado de confianza no me gusta. No le hablo más a Néstor. Lo ignoro desde hace dos días. Me busca y revoleo la mirada hacia todos lados, como haciéndome el distraído. A él no le preocupa demasiado, se pega media vuelta y sigue dando saltitos por ahí (tiene una habilidad impresionante para cazar moscas).
Creo que por eso le tomé odio al sillón. Ayer, cuando Pablo se fue a trabajar, me agarró un ataque de furia en contra de ese maldito sillón. No pude morderlo, así que con mi hocico, junté fuerzas y lo empujé. Lo corrí tanto que quedó justo en el medio del living. Cuando llegó, Pablo no lo podía creer. Se quedó tieso. Debe haber pensado que había poltergeist. Miraba el sillón y me miraba a mí (yo revoleaba la mirada para todos lados, haciéndome el desentendido). Me retó, pero contenido. Creo que se fue a dormir sin entender.
Mañana, el sillón se va a mover otra vez.
*Enojado
No hay comentarios:
Publicar un comentario