UNA VIDA SIN UN PERRO, ES UN ERROR

"LA GRANDEZA DE UNA NACIÓN Y SU PROGRESO MORAL PUEDE SER JUZGADO POR LA FORMA EN QUE SUS ANIMALES SON TRATADOS."
Mahatma Gandhi

NO USES PIROTECNIA

NO USES PIROTECNIA
Por favor, no usen pirotecnia. Los "cuetes" nos asustan, nos hacen mucho mal a nuestros oídos, nos desorientan y son la causa de que muchos perros y gatos se pierdan entre diciembre y febrero. Lo mismo les ocurre a otros animales, como las aves. Pensá en nosotros y en los múltiples problemas que pueden causar los fuegos artificiales. NO USES PIROTECNIA. Gracias. PD: Ah... Ponele chapita con número de teléfono a tu perro. Para esta época hay muchos perros perdidos a causa de la pirotecnia, por favor, si ves alguno no sigas de largo, ayudalo a encontrar a su familia.

miércoles, 16 de febrero de 2011

Un chau no es un adiós


Hola, diario. Hoy es un día triste. Tal vez más triste que el día que se murió Zsá Zsá o que aquel día en que Pablo volvió a casa y tuve que consolarlo durante unas cuantas horas.

Hace tiempo que Raúl no estaba bien. Ya no me venía a sacar a pasear como siempre. Quien venía a casa a mimarme cuando Pablo no estaba eran sus sobrinos o Fina.

Un día, fui a la casa de Fina y Raúl y lo encontré a él en la cama. No se movía mucho, pero me dejaron acostarme con él y darle muchos besitos en la pelada. Supe que no estaba bien, por eso, me molestaba mucho cada vez que alguien se le quería acercar a él.

Eso pasó durante varias semanas. Un día, vino el veterinario a querer tocarlo y le gruñí. Tanto que tuvieron que sacarme de la habitación. Nadie iba a meterse con mi abuelo humano. Raúl no tenía moquillo, sólo tenía mucha edad. Tal vez 18 años… o 20… ¿o hasta 25? Eran muchos años y creo que le cayeron todos encima y lo estaban aplastando. Entonces, ¿para qué un veterinario? En cada visita me ponía muy nervioso porque tenía mucho miedo de que quisieran sacrificarlo.

Cada vez que nos íbamos de la casa de Fina y Raúl, Pablo me decía: “Saludá a Raúl”. Y yo pegaba un salto sobre la cama y le lamía la pelada. Eso se convirtió en un ritual. Y él me devolvía el saludo con esa sonrisa enorme que te acariciaba el alma.

Pero con el tiempo noté que Pablo ya no me llevaba a la casa de sus padres con frecuencia y, cada domingo (viste que yo sé identificar los domingos), él regresaba invadido por la tristeza.

Ayer ocurrió algo extraño. Inolvidable para mí. Tuve un presentimiento. Algo que me envolvió el cuerpo en una especie de capa helada. Pablo estuvo ausente todo el día y tuve que aguantarme las ganas de hacer pis durante largas horas. Pero supe que algo muy malo estaba pasando para que ocurriera eso. Pablo regresó a la madrugada. Me abrazo y comenzó a sacar agua de sus ojos casi sin parar. Le lamí las lágrimas, pero éstas parecían no tener fin. Imaginé lo que había ocurrido. Salimos a pasear en silencio. Sigilosos. Con el alma acorralada por nuestro corazón.

Luego se bañó y, al poco tiempo, volvió a salir. Triste.

Pasaron las horas, la preocupación, las teorías... hasta que sentí las llaves en la puerta. Era Carolina, una de las mejores amigas de Pablo. Me saludó muy afectuosamente, tomó la correa y me sacó a pasear. Pero luego de pasear, me hizo subir a su auto. No tenía los colores del taxi. Era un auto propio. Tenía el olor a dos perras de distintos tamaños y prácticamente la misma edad. Viajamos unos 30 minutos y llegamos a un lugar. Un lugar especial. Supe qué sitio era. Sentí los olores, las presencias, las energías… sentí el umbral de la vida.

Subimos las escaleras y allí estaba reunida toda la gente que conocí durante mi convivencia con Pablo. Si no fuera porque una pulga hacía un orificio asesino en una de mis nalgas, hubiera pensado que estaba en una especie de limbo donde todos vinieron a saludarme. Pero no, no era yo el protagonista. Avancé sigilosamente entre todos ellos, saludé a los que pude, hasta que vi a Pablo. Lo abracé, como siempre, y estuvimos un largo rato así. A él le brotaba el agua por los ojos. Igual que a algunos de los demás. Mi olfato sabía que Fina estaba por allí. La encontré y me abalancé sobre ella. También lloraba mucho. Giré sobre mí mismo en el piso para permitirle que me rasque la panza, algo que a ambos nos fascina. Es nuestro código. Luego la seguí hacia donde iba. Allí un aroma me resultó conocido. Era familiar, pero extraño. Un olor que fue cotidiano pero que había mutado y aún podía reconocerlo. Hasta que lo descubrí. En una especie de caja larga, enorme, estaba descansando el cuerpo de Raúl. Pude olerlo. Me erguí en mis dos patas traseras, apoyé mis patas delanteras en la caja y vi que allí estaba, tieso, inerte, sin vida. Era la carne donde había habitado Raúl, que ya no estaba ahí.

Me visitó la tristeza. Me dio un gran escalofrío y una mezcla de alivio de saber que su agonía había terminado. Por eso me quedé, vigilante, tieso, cumpliendo mi labor de “amigo para siempre”, debajo de esa caja alargada. Allí estuve un largo rato, en silencio, percibiendo, recordando, intercambiando mi energía con esa que rondaba, que se alejaba y no terminaba de hacerlo.

Pasé largas horas en ese lugar, recibiendo con cordura a la gente que llegaba y sin despegarme de Fina, de Pablo y de lo que había sido mi viejo Raúl.

Cuando sentí el agotamiento, me volví a recostar debajo de la caja larga y me puse a pensar en él, en su sonrisa eterna, en sus palmadas (siempre que me acariciaba me palmeaba el lomo), en sus silbidos… Raúl cantaba o silbaba cada vez que me sacaba a pasear. La gente lo miraba, pero a él no le importaba. Cantaba en voz alta, orgulloso, divertido. También me hablaba mucho. Cosas muy rápidas, en una jerga de humano adulto que no lograba entender del todo pero que veneraba. Sus confidencias me hacían sentir importante. Me sentía su amigo íntimo. Luego, cuando se cansaba, encendía el televisor, se quedaba dormido y yo hacía lo mismo, tendido a su lado. Así podíamos pasar horas.

Con Raúl compartíamos una intimidad tan alegre, tan simple, que me hizo entender que la vida puede ser placentera y feliz incluso cuando la persona que más amás no está a tu lado.

Físicamente sé que mi abuelo humano se fue para siempre y me da muchísima pena. Pero sé muy bien que puedo visitarlo cuando quiera. Como lo estuve haciendo todo ese rato. Sólo cerrando los ojos y dejando que mi corazón lo piense tal como había sido. Así lo hice y me encontré con su sonrisa enorme, su mano bruta para darme palmadas, y comencé a correr, de felicidad, a su alrededor. Lo visité con el alma. Nos despedimos y, con esos ojitos llenos de años, me aseguró que podría visitarlo de ese modo, cada vez que quisiera.

Estoy triste, sí. Pero Raúl vive adentro mío. Chau, diario, no puedo escribir más.

jueves, 3 de febrero de 2011

Remedio


Hola, diario. A veces me doy cuenta de que Néstor y yo podemos ser un remedio para Pablo. Los seres humanos son raros. Todo lo que viven es extremo. Suelen traspasar lo natural de sus emociones. Bueno, o lo natural que pueden ser las emociones para un perro. Pueden regresar a tu casa con un cansancio que tiene el efecto de un huracán. Quedan devastados, rotos. Aunque no es para siempre, luego se reconstruyen. O pueden volver también en situación de angustia y tristeza superlativas y te da la sensación de que van a derretirse hasta quedar hechos sólo partículas. Y también el clima interno de ellos puede entrar en ebullición y volverlos una furia personificada. Los seres humanos se enojan mucho, nosotros con un mordisco lo arreglamos todo. Dura segundos. Lo de ellos puede prolongarse.
Pablo sabe de eso, de esa tremenda falla de la naturaleza humana. Entonces me doy cuenta de que, cuando su cansancio lo consume, su tristeza lo empapa o su enojo lo quema, recurre a mí o al gato. Comienza a acariciarnos lentamente y, luego nos abraza fuerte. Pone su cara sobre mi cabeza o sobre la cara de Néstor y no nos suelta. Nos aprieta un poco, pero sabemos que lo estamos curando. Puede quedarse así un buen rato, y si le damos besitos se le escapan todos los suspiros al mismo tiempo. Ese abrazo caluroso y sincero entre amigos-hermanos cura. Yo me di cuenta de que, luego, vuelve a ser de a poco ese Pablo animal que tanto quiero.
Hay que ser muy observador y darse cuenta de cuándo una persona necesita abrazar o dejarse abrazar. Por eso me di cuenta de la utilidad que tenemos los perros y gatos. Somos fantásticos para eso. Siempre vamos a estar dispuestos al abrazo y la caricia porque nos alimentamos de eso. A veces Pablo nos abraza fuerte al mismo tiempo a los dos y eso nos hace feliz.
Mi deseo de esta semana hacia arriba es que todos los seres humanos puedan tener un amigo perro o gato para consumir amor a montones.