Hoy Néstor amaneció colgado de la persiana. Parecía uno de
esos muñecos que se pegan en los vidrios y no se salen más. Todo estirado, como
crucificado, pero moviendo la cabeza para atrás viendo cómo bajar. Pablo se
despertó por los maullidos y no entendía nada. No sabía si asustarse o largar
una carcajada. La verdad es que era graciosa la posición, con los brazos en
alto y las piernas colgando. Cuando lo bajó, salió corriendo del susto a
esconderse. Yo te cuento cómo fue porque lo venía vigilando desde antes de que
Pablo se despierte. Madrugó y estaba aburrido, entonces se puso a recorrer la
casa, así haciéndose el sigiloso, como siempre. En un momento se paró frente a
la persiana, que estaba baja hasta el piso porque a Pablo le molesta la luz del
día cuando duerme. La observó y no vas a creer lo que empezó a hacer: puso sus
patitas delanteras en cada una de las tablas de la persiana y comenzó a trepar.
Como si fuera una escalera. No sé qué le pasa a este chico... se cree cucaracha
que puede caminar por las paredes. Claro... llegó arriba de todo y ya no supo
bajar, así que clavó sus uñas y se quedó ahí colgado.
Néstor es muy travieso. Hace cosas que yo no haría (como
colgarme de la persiana, por ejemplo). Como tiene esa habilidad envidiable de
saltar muy alto y treparse por todos lados, se cree que tiene derecho a la
investigación en las alturas. Todo quiere oler. Todo quiere recorrer. Camina
entre los libros de Pablo con habilidad de equilibrista. También lo hace entre
unas estatuas de adorno, que están sobre un aparador. Deambula en zigzag entre
ellas sin moverlas... hasta que llega a un chino de madera. No lo quiere. Lo
empuja con la patita y el chino queda dando vueltas sobre su base redonda.
Escuché a Pablo un día, cuando regresó del trabajo, que dijo: “Este chino está
vivo”.
Pablo le compra unas ratitas de juguete. Puede pasarse toda
la tarde corriéndolas, revoléandolas por el aire. A veces me da bronca que se
divierta tanto y se las destrozo con los dientes (odio que no me presten
atención a mí). Sino, Pablo le hace pelotitas de papel y puede pasar horas
jugando con ellas. No se cansa nunca. Tiene una energía envidiable.
Pero es tan inquieto que tengo miedo de que sus travesuras
lleguen más lejos y me echen la culpa a mí.