Hola, diario. Hace días que me pregunto por qué los perros
no tenemos la agilidad de los gatos. A veces me da una envidia ver todo lo que
logra Néstor gracias a su agilidad... Puede pasar horas a metros del piso y
sólo baja cuando se le antoja. Le encanta caminar por encima de todos los
muebles y tiene una habilidad tremenda para esquivar cada uno de los adornos
que están sobre ellos, sin derribar ninguno. Bueno, excepto al chino de madera,
como te conté. Pablo puede dejar la mesa llena de copas y botellas que Néstor,
sigiloso, puede avanzar por todas ellas sin tirar ninguna. También se trepa a
la reja del patio y sube al primer piso para visitar a los vecinos. Tiene
suerte de que a ellos les gusten los gatos. Me da tanta envidia esa agilidad.
Si yo intentara treparme a la mesa como hace él, se me iría todo a la mierda en
dos segundos. No domino el cuerpo. No sé si este gato hará pilates o algo así,
pero tiene un cuerpo acrobático que logra doblar todo. Uno de los juegos que le
encantan es cuando Pablo arroja hacia arriba, una ratita de juguete. Él salta
en forma vertical, como si tuviera resortes en los pies, para atraparla. ¡Hasta
hace piruetas en el aire! Debería trabajar en un circo.
Un día en que yo estaba un poco malhumorado y no soportaba
que Néstor sea feliz, le jugué una mala pasada. Cuando el muy pillo estaba
esquivando todas esas estatuillas que, tan cuidadosamente, Pablo tiene
acomodadas sobre el mueble de madera más alto, junté aire en mis pulmones y
lancé tres ladridos potentes. Néstor salió corriendo del susto y no quedó una
sola en pie. Lo peor de todo eso es que Pablo me vio. En vez de retarlo* a él,
me gritó como si fuera un mal hermano. Y sí, a veces lo soy. Soy tremendamente
celoso.
*Retar, regañar.