Hola, diario. Hoy quiero hablar de los porteros. Pueden llegar a ser el peor enemigo del perro.
Durante nuestro paseo matutino, todos los porteros de los edificios suelen salir a baldear la vereda. Todos muy organizados... Pero desconsiderados. No se dan cuenta de que uno tiene que salir a hacer pis y necesita evitar todos esos espantosos olores a lavandina y a detergentes berretas. Por eso no me caen muy bien.
Pablo les tiene un poco más de respeto. Bah... no sé si es eso o que quiere evitar pelearse con ellos. Te explico por qué. Me encanta mearles justo el árbol que le corresponde a la casa que están limpiando. Algunos no se hacen problemas, pero hay otros que montan en cólera como si les hubiese escupido un ojo. Como es Pablo el que discute con ellos, yo no me hago problema y sigo. Pero guardo bien en la memoria a aquellos cabrones. Se la tenía jurada a un grandote peludo que baldea la vereda con la camisa abierta y la panza colgando, llena vaya a saber de cuántas cosas. Un día se enojó mucho con Pablo porque hice pis en "su" árbol. Pablo le pidió disculpas y le dijo que ese no era "su" árbol sino el de toda la comunidad. El gordo no entendió y siguió gritando. Lo dejamos con el grito ahogado, pero yo lo grabé en mi memoria.
Antes de contarte lo que viene, quiero aclararte que soy un perro considerado y, para que Pablo no tenga que estar agachándose a juntar mi caca con una bolsita, hago mis necesidades en la tierra que rodea a los árboles, cerca del cordón de la vereda, donde nadie pueda pisarla. Igual es un obsesivo y siempre la levanta y la tira en algún tacho.
Ayer supe que sería el día de mi venganza. El gordo descamisado estaba limpiando la vereda con una manguera y vi cómo me observó de reojo cuando pasé. Ahí, inmediatamente, me agaché y dejé en su vereda la caca más larga que jamás me salió. Bueno... sí, sí, después me arrepentí. Pablo no sabía adónde meterse y buscaba la bolsita en su bolsillo. "¿Puede ser tan hijo de puta tu perro?", le dijo el grandote peludo a Pablo. "No es hijo de puta, es perro", le respondió él, mientras tomaba su bolsa con la que un día antes había comprado unos cuantos kilos de papas y juntó el "regalito" que le había dejado al tipo.
Obviamente, después me ligué un reto*. Un reto pequeño, porque Pablo cree que yo no me doy cuenta y que lo hago de apurado y torpe. Diario, te digo la verdad: lo hice a propósito. Detesto la pulcritud obsesiva y hasta malvada te diría de algunos porteros. Por eso, con disimulo, aunque le haga pasar papelones a Pablo, me va a seguir gustando siempre piyar en el árbol de la casa que están limpiando. Un defecto tenía que tener, ¿no?
*Regaño.