Hola, diario. Sigo insistiendo: creo que desciendo de perro pastor. Sí, sí, ya sé que me faltan rulos y algunos músculos. Pero desarrollé esa teoría en base a una obsesión que me viene ourriendo. Ya me ha pasado varias veces que salimos en jauría con otras personas y a mí me agarra una incontrolable necesidad de mantenerlos a todos reunidos. Me irrita sobremanera cuando alguno se dispersa y se queda comprando algo en el kiosco o esos curiosos irrefrenables que una y otra vez se detienen frente a una vidriera. Cuando eso ocurre me empiezo a poner nervioso y trato por todos los medios de reagruparlos. Es decir, no soporto al rebaño rebelde. El grupo tiene que ser grupo. Sino por qué no sale cada uno por separado y siguen con su vida lo más franciscos (detesto que me digan Pancho). Y digo que tengo descendencia de pastor porque me las arreglo bien para juntarlos. Si queda algún rezagado, con un ojo controlo que el grupo de adelante siga unido y voy en busca del rebelde. Le ladro, claro está, y los seres humanos suelen entender ese tipo de ladrido. Si el problema es con los de adelante, trato de fijar el olfato del grupo de atrás oliendo el culo de cada uno y me paro adelante de los apurados para obligarlos a detenerse. No te creas que todo es tan fácil. Cuesta. Las personas hacen lo que quieren, son como los gatos. Les cuesta obedecer. Pero los engañás fácilmente. Cuando veo que no me hacen caso, comienzo a hacer monerías (es la parte más degradante para un pastor). Así se ríen un poco y logro volver a unirlos. Como verás, conozco todos los trucos. Definitivamente, tuve algún abuelo pastor.
martes, 19 de febrero de 2013
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